Al conmemorar los 100 años del asesinato del archiduque Franz Ferdinand, de su mujer Sophie y del eventual inicio de la Primera Guerra Mundial más entrado este verano, resulta fascinante la forma en que el individuo afecta a la historia y la historia afecta a los individuos.
Primera anécdota:
Esto es algo que dudo que haya escuchado antes: El fundador de la escuela austríaca de economía, Carl Menger (1840-1921), podría haber alterado el curso de los acontecimientos en un sentido que hizo posible el doble asesinato de Sarajevo el 28 de junio de 1914. Permítame explicarme:
Franz Ferdinand no habría sido heredero del Imperio Habsburgo en 1914 si su primo, el príncipe heredero Rodolfo, hubiera llegado a cumplir los 65 años. Sin embargo, Rodolfo se suicidó a los 40 años un cuarto de siglo antes. El motivo del suicidio viene siendo objeto de especulaciones desde entonces, y la página de Rodolfo en Wikipedia menciona 14 producciones entre celuloide y bambalinas que han incluido como personaje a Rodolfo. La explicación aceptada de forma más generalizada es que Rodolfo estaba deprimido porque su padre insistía en que el príncipe heredero, que estaba casado, pusiera fin a su relación con una joven. Sin embargo, la depresión de Rodolfo pudo tener otra causa.
Esto lo escuché a mi mentor, el difunto Hans Sennholz, que a su vez lo supo de su mentor Ludwig von Mises, otro economista austríaco cuya vida se solapa con la de Menger durante casi cuatro décadas, aunque sí Mises lo supo directamente de Menger o de su amigo común Eugen von Böhm-Bawerk o de algún tercero es algo que desconozco. El emperador Franz Joseph I había nombrado al brillante Menger tutor privado del príncipe heredero y acompañante de Rodolfo en sus prolongados viajes por toda Europa. Menger era un genio visionario que se anticipó al período de las revoluciones y las guerras que implicaría la desintegración del orden vigente. Como era de esperar, las predicciones de Menger deprimían a Rodolfo, y quizá contribuyeran a su decisión de poner fin a su vida de forma prematura para evitar la inminente catástrofe que hoy conocemos como Primera Guerra Mundial.
Segunda anécdota:
Muchos saben esto ya, pero hay otros que no, de forma que voy a citar mi experiencia personal. Cuando era alumno de historia americana en el instituto con Don Ricketts, me pareció que nadie de la primera década del siglo XX (ni de la segunda ni de la tercera a esos efectos) habría utilizado el término "Primera Guerra Mundial", al no haber acaecido todavía la segunda y no habiendo por tanto necesidad de enumerar el conflicto. Fue Don Ricketts quien respondió a mi pregunta tras la clase de un día, y me dijo que el nombre original de la Primera Guerra Mundial era "la Gran Guerra”.
Tercera anécdota: La mayoría de los estadounidenses no advertirán esto hoy, pero muchos estadounidenses no querían implicarse en la Gran Guerra. Hubo incluso muchos norteamericanos, de ascendencia germana en particular, convencidos de que de llegar a implicarnos, debíamos ponernos de parte alemana. Eso hoy sonará increíble, pero los británicos, al igual que los alemanes, se habían tomado licencias con las naves y los marinos estadounidenses. Según el historiador Thomas Fleming en su obra de 2003 "El espejismo de la victoria", Gran Bretaña había emprendido una campaña propagandística en Estados Unidos con mucho mayor éxito que los alemanes, y por eso América se unió al bando británico.
Esta decisión tuvo en mi caso importancia personal. Pop, el tío (pariente) que me educó, se unió a su hermano mayor para plantar cara a su padre, August Hoppe, un inmigrante alemán partidario del bando alemán. De sólo 12 y 16 años de edad en 1917, año en que el Presidente Wilson (sólo unos meses después de alzarse con la reelección con la ayuda del lema "nos salvó de la guerra") tomó su fatídica decisión, los dos hermanos anunciaron de manera enfática (y valiente) a su padre que ellos eran estadounidenses, no alemanes, y que su lealtad incondicional era con los Estados Unidos.
Una lección de historia:
El asesinato de Franz Ferdinand el 28 de junio de 2014 provocó una reacción en cadena de obligaciones contractuales, arrastrando a la guerra a más países y extendiendo el conflicto. La Primera Guerra Mundial ofrece una ilustración viva y horrible del peligro potencial de "las alianzas densas" contra las que los artífices de la constitución de América — George Washington y Thomas Jefferson principal y explícitamente — nos venían advirtiendo. Uno tras otro, los países europeos eran arrastrados a un conflicto creciente a través de obligaciones contractuales vinculantes.
Guste o no, en 1917, cuando Estados Unidos entró en guerra (si bien en nuestro caso no teníamos ninguna obligación contractual de hacerlo), contrajimos un compromiso irrevocable: Nos convertimos en una potencia militar global. Las consecuencias y las implicaciones de aquel paso importantísimo siguen manifestándose hoy, para bien o para mal (dependiendo de su postura). Al despejar el terreno al ascenso de Lenin y de Hitler y crear el escenario de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y lo que venga en el futuro, la Primera Guerra Mundial brinda una triste ilustración de que los elevados ideales y las nobles intenciones traducidas en legislaciones no quedan exentas de la ley de los efectos secundarios.
Algunas peculiaridades de las declaraciones de guerra durante la Primera Guerra Mundial:
Tras ser invadida por Alemania el 2 de agosto de 1914, Francia declaró posteriormente la guerra a Austria-Hungría, Turquía y Bulgaria, pero nunca llegó a declarar la guerra a Alemania. ¿Hechos consumados quizá? Alemania, a propósito, sí declaró la guerra a Francia, pero no hasta una jornada después de invadirla. (No hay nada como hacerlo oficial, ¿a que no?)
Nuestro pacífico vecino del norte, los canadienses, llegaron a declarar la guerra casi tres años antes que los Estados Unidos. Esto por supuesto se debió a sus estrechas relaciones con la madre patria, Inglaterra.
Tanto Italia como Japón declararon la guerra a Alemania, sólo para ser aliados de Alemania menos de 25 años después en la Segunda Guerra Mundial. (Un ejemplo más positivo de lo mucho que pueden cambiar las relaciones entre los países es el hecho de que alemanes y franceses fueran enemigos jurados en las dos guerras mundiales, pero hoy coexistan pacíficamente en el seno de la Unión Europea).
El último país en declarar la guerra durante la Primera Guerra Mundial fue Rumanía, el 10 de noviembre de 1918 - jornada previa al anuncio del armisticio. Humm... ¿Chorra, o sabían algo?
Despedida:
La Primera Guerra Mundial empezó hace un siglo y terminó cuatro años después, pero sus réplicas siguen con nosotros hoy. Es un aniversario más que triste.
|