Departiendo con los sunitas iraquíes descontentos con el gobierno central iraquí, es fácil verse arrastrado a los debates del pasado: Muchos siguen alterados por la decisión norteamericana de desmantelar el Ejército de Irak en 2003, los hay que denuncian la forma en que tuvo lugar la des-Baazización, y muchos también se quejan de lo que consideran las políticas abiertamente sectarias del Primer Ministro Nouri al-Maliki. Pocos se ponen en el lugar de los chiítas iraquíes o advierten que tras siglos de opresión, los chiítas no van a subordinarse otra vez al gobierno de la minoría sunita.
Las charlas más interesantes giran en torno al futuro. Hay una admisión por parte hasta de los iraquíes árabes sunitas más descontentos con los acontecimientos de los últimos 11 años de que no hay vuelta al pasado, y que no hay forma de volver a reimponer por las buenas a un General sunita fuerte "sin sangre en sus manos" para restaurar el orden.
Dicho eso, los sunitas no quieren verse dominados por los chiítas, y muchos sunitas y chiítas están cada vez más frustrados con el sectarismo. Si bien los residentes de al-Anbar, Ninewa o Salajuddin no albergan ningún deseo de vivir bajo al-Qaeda o el Estado Islámico de Irak, tampoco quieren que extranjeros en sus respectivas provincias lleguen para devolver el orden. La población de Anbar no desea verse ocupada por oriundos de Basora más de lo que la población de Basora quiere estar ocupada por los de Anbar.
A principios de esta semana, mientras recababa formas de salir adelante, un profesional liberal de Anbar oriundo de una tribu destacada hizo una convincente defensa del federalismo administrativo en Irak. Es una idea que yo escuché por primera vez mientras impartía el Kurdistán iraquí durante el curso académico 2000-2001, y de la que escribí poco después en el New York Times y en una colección de ensayos acerca de Irak publicados poco antes de la guerra.
La idea es sencilla: En lugar de dividir Irak en función de rasgos étnicos o sectarios como era el plan del entonces senador Joe Biden — una receta para el caos y la limpieza étnica en las regiones de población mixta — el centro de gravedad de la administración pública debía de emplazarse en cada provincia, a la que se asignaría una proporción de los ingresos del crudo iraquí función de su porcentaje demográfico. En la actualidad, más fondos van a cada provincia según su población, pero el centro de gravedad sigue estando en Bagdad y con los ministerios centralizados. Los iraquíes acusan la intervención de Bagdad y las formaciones políticas nacionales, no obstante, y no deberían de confiárseles todas las decisiones a ellos, especialmente no siendo responsables ante ningún electorado concreto. Si bien la defensa, la política exterior o la infraestructura refinera pueden pertenecer al ámbito de la administración central, poner a los líderes provinciales (o incluso municipales) a cargo de los demás aspectos de la gestión acercará la gestión a la población. Los habitantes de Mosul determinarían lo que sucede en Mosul y controlarían Mosul. La responsabilidad llegaría a los políticos locales, que dejarían de poder cargar el muerto de su propia incompetencia a Bagdad o de justificar la corrupción insinuando que el dinero desaparece en Bagdad.
Cuando la idea fue debatida durante los meses previos a la guerra, el líder kurdo Masud Barzani se opuso a ella ferozmente porque consideraba que el federalismo apoyado en la demarcación provincial mina su autoridad sobre la Región del Kurdistán, que en aquella época abarcaba tres provincias. Que así sea: Los kurdos pueden disponer de su unidad federal trans-provincial caso de elegir afincarse en Irak.
Y cuando llegó el momento de revisar los presupuestos del ejercicio iraquí 2004, Patrick Kennedy — jefe de gabinete de Bremer y gurú de la gestión — vetó las propuestas que disponían que las gobernaciones pudieran desarrollar sus presupuestos de forma independiente de la administración central, por resultar administrativamente inconveniente y por complicar la elaboración de los planes de celebración de una conferencia de donantes por parte de la Autoridad Provisional de la Coalición. En la práctica, tratándose de un encuentro diplomático sin ningún calado, esa decisión socavó la posición de la representación local y consolidó la centralización que hoy acusan muchos iraquíes ajenos a la formación política en el poder. Quizá sea hora de enmendar ese error de una década atrás y alentar a los iraquíes a permitir una mayor autonomía administrativa a nivel provincial, en lugar de una sectaria o étnica.
|