Un hombre muerto en un banco, en donde le han abandonado unas prostitutas; dos sacerdotes que después introducen el cadáver en una furgoneta y se lo llevan: ¿a dónde, para qué y, sobre todo, por qué? Estas son las premisas en las que González Ledesma asienta el comienzo de ‘El pecado o algo parecido’. ¿Se puede pedir más? ¿Se puede provocar al lector de novela negra de un modo más atractivo? La respuesta, para mí, está clara: no.
En esto y en muchas otras cosas, Francisco González Ledesma es un maestro, un experto. Por los callejones perdidos de la novela negra le llaman el "jefe de la banda". Motivos sobran, razones también. No cabe duda que, a González Ledesma, cuando la administración franquista le forzó a escribir con seudónimo – si no lo hubiera hecho así no hubieran tenido qué comer ni él ni su familia –, le causó un enorme perjuicio, frustrándole su verdadera imagen de escritor al obligarle a crear un alias, un "otro yo", Silver Kane, con el que concibió más de 400 novelas del Oeste. Sin embargo, como todo en esta vida – o casi todo – aquello tuvo su lado positivo, cruel pero positivo, y este peregrinaje forzoso por los subterráneos del anonimato le proporcionó una sólida base como escritor, eso que llaman oficio, que pocos plumíferos de este país poseen. Escribir para comer, ¡manda huevos!
Pero no acabó ahí la cosa. Se ve que González Ledesma le cogió gusto a eso de rebautizarse, de sinonimearse (perdón por la cutrez) y así, recientemente, ha recuperado otro sosias suyo, Enrique Curiel, con el que durante el pasado día de Sant Jordi vendió un porrón de ejemplares de la novela ‘La ciudad sin tiempo’. Habrá que echarle un tiento para conocer este nuevo desdoblamiento de su personalidad literaria, cuyo protagonista es el mismo de su primera obra ‘Sombras viejas’, aquella por la cual la "Inquisición" obligó al escritor barcelonés a vestirse de Silver Kane durante mucho tiempo, durante muchas hojas, durante muchas novelitas de Bruguera.
González Ledesma ha conseguido un estilo propio e inconfundible, donde el amontonamiento de situaciones sobreviene como un alud imparable y el género negro se mezcla con un humor amargo y negro también que, incluso en situaciones verdaderamente trágicas, provoca un rictus cómico, una sonrisa nada forzosa, natural aunque amarga. Pero a don Francisco, tampoco le tiembla el pulso para poner nerviosos a sus lectores. Les aseguro que, en determinados pasajes de la novela que les hablo hoy, ‘El pecado o algo parecido’, la piel se eriza, los pelos mutan en escarpias y un escalofrío cinematográfico, nos recorre desde el occipucio hasta la última falange de nuestros pies. Incluso podría decir que este escalofrío se prolonga un poco más allá.
‘El pecado o algo parecido’ maneja la estructura habitual de los libros de González Ledesma: las relaciones entre la alta sociedad (millonarios, banqueros, inmobiliarias) y la baja (prostitutas, de cama mugrienta y tálamo de postín, navajeros, inmigrantes de dudoso pedigrí, chulos de puta, asesinos). Y en medio, Méndez, ese personaje único, ese policía al que nadie quiere, al que todos apartan porque incordia a unos y a otros, pero que siempre resulta necesario y cuyos puntos de vista provocan en el lector un aluvión se sensaciones. Méndez molesta porque busca la verdad y, sobre todo, porque no teme enfrentarse con ella, por muy desagradable que pueda resultar. Y si no, que se lo pregunten a Pons, su superior: "Y ahora, Méndez, no crea que porque ha descubierto un crimen lo va a investigar usted. De modo que olvídelo todo, déjenos en paz y váyase a la mierda".
A Méndez, los cadáveres y su pestilencia no le incomodan. Al contrario, lo que le afecta, lo que le produce melancolía, decepción y ansias de justicia son las maniobras que diseñan cerebros privilegiados para que aparezcan esos cadáveres que antes no eran tales, sino seres vivos con existencia propia. Y en esta ocasión, en este simulacro de pecado, en palabras del propio González Ledesma, al bueno de Méndez, al probo de Méndez, al íntegro de Méndez, al desaprovechado de Méndez, el autor barcelonés lo marea a su gusto moviéndolo por territorios que el policía no domina: Madrid y París. Claro que, Méndez, es un todoterreno y termina sacándole partido a cualquier situación y descubriendo que Barcelona, su hábitat natural, no es tan distinta a aquellas dos ciudades, si exceptuamos el puerto y el mar y lo que ello conlleva. Sin duda, todos los núcleos urbanos tienen cosas en común: ambientes de podredumbre y de riqueza, rincones románticos y desagradables, esquinas traicioneras y buscavidas, policías honrados y corruptos. No importa el lugar, la vida es igual en todas partes.
Por su resolución, ‘El pecado o algo parecido’, es un juego de volantines, una suerte de sorpresas que el escritor del Poble Sec depara el lector. Sorpresas inagotables, y que sólo terminan porque se acaban las páginas del libro. Son sorpresas lógicas, si se examinan una vez completada la lectura de la novela. Pero mientras el libro está en nuestras manos, sometiéndonos a la mera condición de cautivos de González Ledesma, no se imaginan, no se ven. Ésa es la gran habilidad de don Francisco: cómo oculta lo evidente, como lo hace invisible, como pone la venda en los ojos del lector para que siga leyendo sin mover el culo (la palabra que más utiliza en esta novela sin duda y, probablemente, en toda su obra) del asiento.
‘El pecado o algo parecido’ se vende ahora en bolsillo. Por fin, parece que paulatinamente las obras de González Ledesma van apareciendo, reeditándose y, encima, en versión de bolsillo, a precio asequible y con buen tamaño de letra (sí, mis improbables lectores, ya sé que soy obsesivo con este asunto, pero es que me gusta que las gafas me duren algún tiempo, porque valen una pasta, y que mis ojos cumplan su cometido la mayor cantidad de años posible). Invertir unos días o unas horas en la lectura de esta novela, de este pecado - depende de la velocidad y capacidad de cada lector - es una inversión de lo más rentable. No lo duden.
Bien y mientras ultimo esta reseña, mi colega y, sin embargo, amigo, colaborador del Diario del Siglo XXI, Rafa Esteve Casanova, me envía un esemese donde me anuncia que González Ledesma es el ganador del Premio Internacional de Novela Negra RBA, con su obra ‘Una novela de barrio’ y ello me congratula y me llena de satisfacción. En primer lugar y, sobre todo, por Francisco González Ledesma. A veces, sólo a veces, la vida devuelve una parte de lo que nos quitó tiempo atrás. Así que este galardón, unido a los otros que ya ha ido acumulando, ojalá le sirva para borrar de su memoria los sinsabores de tiempos pasados. En segundo lugar, porque en noviembre tendremos en la calle una nueva peripecia de Méndez, protagonista como no de ‘Una novela de barrio’. Y en tercer y último lugar, porque desde que leí su ‘Expediente Barcelona’ ("Señorita Esther Jou") y, sobre todo, ‘Cinco mujeres y media’ ("Cuando tenía cinco años ya aprendí que la verdadera vida se ve desde las habitaciones de atrás"), comprendí que en este escritor había mucho y muy bueno, hasta tal punto que es uno de mis refugios más seguros cuando no me apetece leer nada.
Recuperar una novela de González Ledesma es una garantía de calidad, de emociones y de género policial de primer orden.
Recuperar una novela de González Ledesma, es recuperar las ganas de leer. Sí, de leer, como suena.
¡ENHORABUENA, DON FRANCISCO!
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‘El pecado o algo parecido’, de Francisco González Ledesma. Editorial Planeta, Col. Bolsillo, año 2007. Precio: 8,50 euros. 423 páginas.
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