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‘La noche desnuda’ de Juan Carlos Arce: una obligada lectura

Herme Cerezo
Herme Cerezo
jueves, 20 de noviembre de 2008, 06:18 h (CET)
La foto que tengo ante mí, virada en sepia, es la de un hombre joven, sentado ante una mesa de despacho. En primer término, un rimero de folios disfrazado de informe confidencial, algunos libros, un teléfono de época, con micrófono curvo, trompetilla y auricular redondo, negro. Al fondo, un cuadro de formas imprecisas, quizá unas flores, quizá otra cosa, tal vez sólo manchas. El hombre viste camisa desabrochada sobre otra prenda presuntamente blanca y de cuello redondo. Ropa de currante. Tiene los dedos semiflexionados, quietos, pensativos. Muestra un reloj, pero no se lee la hora, sólo una esfera blanca. Sus ojos miran a su izquierda, justo por donde entra la luz, con mezcla de ironía, escepticismo, esperanza ... Y aunque parezca contradictorio, también pregonan seguridad. Seguridad en su ideario, en sí mismo, "¡Yo soy Andreu Nin!", el hombre que mira a su izquierda, justo por donde entra la luz.

Andreu Nin es el personaje sobre el que gira ‘La noche desnuda’, la última novela de Juan Carlos Arce (Albacete, 1958), letrado de profesión, literato de vocación. Estamos ante la historia de dos fugas existenciales y un acorralamiento político. La primera, la del escritor Henry Miller, convertido en personaje por la pluma del autor albaceteño. Un Miller que vive en París, permanentemente anclado entre las sábanas de interminables noches de amor. El amor y el placer son su única filosofía. La cosa no admite dudas: "Cuando acabe todo esto, chico, tráeme un trocito de libertad y otro de revolución y yo las meteré juntas en mi cama a ver si de verdad me la ponen tiesa", le dirá al también escritor George Orwell antes de que éste suba al tren que le conducirá hasta España para enrolarse en las Brigadas Internacionales. Orwell, como Miller, es el segundo fugado, pero mientras el primero huye de sí mismo, en un intento hedonista de permanente evasión, el británico ahuyenta el pasado y pretende justificar su futuro peleando en las trincheras republicanas, henchido de un entusiasmo idealista: "Lo que ahora está en juego en toda Europa es, sencillamente, la libertad".

El acorralamiento tiene un protagonista distinto de los dos anteriores: el hombre de la foto en sepia, de mirada segura y escéptica: Andreu Nin. Nin, de condición modesta, era maestro, ocupación que pronto abandonaría para dedicarse al periodismo y la política. Vivió muchos años en Rusia, embebido del ideario de Trotsky, hasta que fue expulsado del país soviético por su postura abiertamente contraria a la línea oficial, representada por Stalin, regresando a España en 1930. Esta oposición a Stalin provocará que los agentes soviéticos del NKVD, comandados por el camarada Orlov, orquesten una trama que acabará con el propio dirigente y la cúpula del partido por él fundado en 1935: el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista).

‘La noche desnuda’, a través de sus doscientas cincuenta y dos páginas, desmenuza toda esta urdimbre, indaga en la vida de los personajes centrales: Orwell, Miller, Olga Tareeva, Andreu Nin, Gorkin, Juan Andrade, Orlov, Enrique Adroher, Jordi Arquet, David Rebull, José Escuder, Dolores Ibárruri, Julián Zugazagoitia, Ortega o el mismo jefe del gobierno republicano, el doctor Negrín. Pero sobre todo circula por los entresijos de la "conjura oficial" para borrar del mapa político al POUM. No podemos olvidar que los enfrentamientos que desencadenaron la persecución del partido de Nin se produjeron en mayo de 1937, en plena Guerra Civil, y revelan la existencia de una segunda contienda bélica dentro del propio bando republicano. Y es que lo que subyuga al lector de esta novela, por interesante, es la historia que encierra, ese amasijo de idealismos revolucionarios e intrigas políticas, regado con el bálsamo de la sinceridad, el orgullo de los protagonistas y sus ansias de libertad.

El asunto de la desarticulación del POUM y del acorralamiento de Andreu Nin, al que las autoridades republicanas, fuertemente controladas por el Partido Comunista y mediatizadas por agentes soviéticos, acusarán de espía y colaboracionista con el bando rebelde del general Franco, resulta peliagudo porque podríamos estar hablando de eso que, genéricamente, se denomina "crimen de estado". El diario ‘Mundo obrero’, en su edición del día 4 de junio de 1937, recogía unas declaraciones al respecto del Director General de Seguridad, teniente coronel Ortega: "Se ha de terminar con los provocadores, con los fascistas encubiertos, con los trotskistas, que cumpliendo órdenes de la Gestapo realizan sublevaciones contra el pueblo en Cataluña y obstaculizan por todos los medios nuestra victoria. [...] Y ha de disolverse la central fascista que inspira casi todas estas actividades contrarrevolucionarias: el P.O.U.M. Y sus dirigentes – capitanes fascistas en nuestro campo, culpables de desórdenes, campañas derrotistas, espionaje y asesinatos – deben ser encarcelados". En el enfoque de la novela, Arce toma partido, decantándose claramente por la tesis de la persecución y del crimen de estado, lo que no deja en muy buen lugar que digamos al sistema de gobierno republicano, proclamado democráticamente por las urnas el 14 de abril de 1931. Santiago Carrillo, en sus ‘Memorias’ parece darle la razón a Juan Carlos Arce: "El putsch de mayo de 1937 acabó de rellenar el dossier antitrotskista del lado español. Parecía la confirmación gráfica de la acusación de connivencia entre trotskismo y fascismo. Que en plena guerra contra Franco, una fracción de nuestro Ejército y retaguardia se levantase en armas e iniciara una guerra dentro del campo republicano era "objetivamente" una ayuda a Franco. Si después se han esclarecido los hechos y se ha concluido que la muerte de Andrés Nin era un asesinato, en aquel momento la opinión pública aceptó la tesis de un levantamiento realizado de acuerdo con Franco para romper la resistencia republicana y de una fuga del jefe poumista al campo enemigo. [...] Personalmente yo y cuantos tenían relación conmigo estábamos convencidos. Cuando un veterano socialista como Virgilio Llanos y un republicano como Ossorio Rafall testimoniaban en el juicio contra el POUM, lo hacían honestamente, convencidos de que estaban defendiendo la República".

‘La noche desnuda’ aporta buenas dosis para la imaginación, sin duda, pero lo bien cierto es que los hechos se dibujan nítidos, tanto que por momentos el lector puede dudar de si tiene entre sus manos una novela histórica o un libro de historia sin más. Únicamente la abundancia de diálogos, muy bien construidos y poco habituales en los manuales históricos, nos devuelve la certeza de que pisamos el terreno de la ficción. Escenarios cambiantes, confabulaciones del espionaje soviético, las trincheras, los ideales, las corruptelas gubernamentales, las detenciones, los secuestros, la tortura, son elementos que se conjuran para presentar este buen producto que es la novela de Juan Carlos Arce, un libro de lectura obligada.

‘La noche desnuda’ se cierra con otra fotografía, ésta celebérrima, en blanco y negro, captada por el objetivo de Agustí Centelles, que ilustra la portada de la novela: ‘Guardia de asalto’. El agente apunta su rifle, con el ojo izquierdo apagado, la bayoneta calada al frente, parapetado tras una esquina, instantes antes de disparar. Justo arriba de la gorra del guardia, un letrero inverosímil en una guerra: SE PROHÍBE FIJAR CARTELES. Es el 19 de julio de 1936, es Barcelona, es la misma ciudad que diez meses después vivirá nuevas jornadas de violencia, las mismas que, a la corta, prendieron la mecha que dinamitó al POUM y al motor de ‘La noche desnuda’: Andreu Nin.

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‘La noche desnuda’, de Juan Carlos Arce. Ediciones B. 252 páginas, 19 euros.

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