Todavía no comprendemos como los empresarios españoles aceptan como presidente a un señor catalán que, en el tema separatista, siempre se ha mostrado equidistante y ambiguo sin que nunca se sepa si va o viene y que, últimamente parece que sigue la vieja tradición del empresariado catalán, aquel que tan magistralmente describió el novelista Ignacio Agustí en la saga en la que se incluían obras como “Mariona Rebulla” o el “Viudo Rius” que, en su versión cinematográfica, con tanta propiedad y oficio interpretó el llorado actor catalán, Fernando Guillem. El comportamiento del señor Juan Rossell, actual presidente de la CEOE, no difiere en nada del que durante años han venido manteniendo los empresarios de Cataluña en su relación con los sindicatos obreros o representantes sindicales dentro de la empresa, cuando han tenido que afrontar problemas con su plantilla o negociar salarios y condiciones de trabajo, por medio de los convenios de empresa, los de sector o provinciales.
Uno, que durante muchos años, por motivos profesionales, ha tenido que relacionarse con ellos e intervenido en infinidad de negociaciones colectivas, conoce de primera mano el criterio que predominaba en la mayoría de gerencias de las sociedades, cuando se enfocaba la política para negociar una cuestión salarial o un cambio de condiciones de trabajo, modificación de incentivos o estudios de rendimientos mínimos y problemas de productividad. El método que siempre se procuraba utilizar era el de intentar buscar a personas con prestigio entre los trabajadores, líderes sindicales o miembros destacados de los comités de empresa, para establecer un acercamiento a su persona, una más estrecha colaboración con él, mostrarse muy simpáticos y simular entender la postura que defendían los trabajadores para, después, ofrecerle una solución ( evidentemente la que le interesaba a la patronal) para que el sujeto en cuestión la presentase, como idea propia, a sus compañeros; lo que, como parece evidente, le serviría para llegar a un acuerdo con la empresa, con el apoyo de aquellos que habían confiado en su representante para que sacara el mayor provecho para ellos de la negociación. Hay que decir que, este método, llegó a tener éxito en varias ocasiones, hasta que algún avispado trabajador se dio cuenta del truco y entonces el invento se fue abajo.
Es obvio que, a otro nivel mucho más alto, por supuesto, el señor Juan Rossell viene intentando utilizar el mismo sistema con los actuales dirigentes de CC.OO, el señor Tocho y con el de UGT, el señor Méndez, con los que viene desplegando sus dotes de negociador, alabándolos, obsequiándolos y manteniendo una estrecha amistad con ellos para que, cuando se deban negociar acuerdos con ambos sindicatos, las tiranteces normales en estos casos sean más aparentes que reales y puedan llegarse a acuerdos en los que, la patronal, sea la beneficiada. Sin embargo, este juego que, hasta cierto punto y conociendo aquello de que, en Cataluña, “la pela es la pela” y, por tanto, cualquier truco o método estaba permitido para mejorar los resultados de la empresa; cuando el juego ha consistido en que, el empresariado, haya tenido que tomar posiciones a favor de la unidad del Estado o de la pretendida independencia, patrocinada por Mas y sus partidarios, el tema ya ha sido más complicado.
Al principio, cuando la patronal catalana pensó que si se apoyaba a los separatistas era probable que el Gobierno de la nación favoreciera a la autonomía catalana para comprar, de alguna manera, su permanencia dentro de España, parecía que la patronal catalana se inclinaba a favor de la política de CIU de chantajear al Estado español. El señor Mas supo torear este Miura, dando una de cal y otra de arena y los empresarios del resto de España no supieron o no quisieron acabar con esta política que, sin duda, sirvió para darles alas a los independentistas de ERC y CIU. Cuando, en Cataluña los empresarios se apercibieron que la cosa iba en serio y que existía la posibilidad, aunque remota, de que el país quedara fuera del Estado español, sujeto a los avatares de ser excluidos de Europa, de tener que pagar aranceles y de verse obligados a hacerse cargos de las prestaciones sociales algo que, hasta este momento, ha requerido de las aportaciones del Estado a través del FLA; empezaron a espantarse, a reclamar prudencia a los dirigentes catalanes y algunos ( más de 1.000) decidieron que era más prudente abandonar esta autonomía para trasladarse a otros lugares del territorio nacional o, incluso, de fuera de la nación.
Como era de esperar el señor Juan Rossell volvió a cambiar de actitud y ahora se ha mostrado contrario a cualquier aventura separatista. Sin embargo, hete aquí que, de pronto, cuando menos se podría pensar ha vuelto a cometer una de estas boutades que han venido caracterizando a esta clase de empresarios que quieren tener, a la vez, encendida una vela a Dios y otra al Diablo por lo que pudiera suceder. En este caso la vela que corresponde al Diablo se la ha encendido, el señor Rossell, en una entrevista perfectamente evitable, al dirigente principal del grupo Podemos. ¿Se entiende que a este señor comunista bolivariano, contrario a la propiedad privada, amigo de aumentar los impuestos ( como se ha demostrado en Madrid y en Barcelona en las que gobiernan partidos patrocinados por su marca, como franquicias de Podemos), de estatalizar las empresas; de una reforma de IRPF aumentando los tramos a partir de los 60.000 euros; subir el IVA a los “artículos de lujo”, faltará ver los que serán considerados así; las Grandes Empresas también tendrán que pagar más impuestos y se les eliminarán los privilegios fiscales y la mayoría de deducciones; también se “reformarán” los impuestos sobre los hidrocarburos y el carbón ( no para bajarlos, por supuesto); se aumentará la convergencia de presión fiscal medioambiental ( del actual1’6% del PIB al 2´4% del PIB) y muchos otros cambios que la limitación de espacio no nos permite detallar pero que, en la mayoría de ellos, las empresas españolas saldrían gravemente afectadas, en cuanto a la competitividad, con el resto de la competencia de los países de la UE y el resto del mundo.
Resulta algo ininteligible que una persona de sus responsabilidades, el que ostenta la dirección de la gran patronal española y del que es muy posible que dependa el giro político que, oficialmente, sea adoptado por el empresariado español en las próximas elecciones legislativas; pueda haber incurrido en el gravísimo error: primero, de haberse entrevistado con el señor Pablo Iglesias de Podemos, dando la impresión de aceptarlo como a un demócrata más con el que se puede dialogar y, segundo, darle un respaldo que, en modo alguno, se debería habérsele dado a quien ha demostrado, por activa y por pasiva, no querer respetar nuestro sistema de gobierno ni las leyes por las que nos regimos, incluida la Constitución. Por si no bastara la estupidez cometida por Juan Rossell o Joan Rossell, como se quiera decir, ha declarado, tras una hora de entrevista con el líder de Podemos: “ que existen diferencias de opiniones, pero todas solventables” , “lo que queremos es que el país funcione, que vaya para delante, que crezca y que haya creación de empleo” ¿Qué clase de droga debió darle Pablo Iglesias al presidente de la CEOE para que pudiera aceptar, aunque sólo fuera en hipótesis, que con la propuesta económica de Podemos, con sus cambios institucionales y sus proyectos mamados y paridos por ellos mismos para el estado Venezolano, en vías de la quiebra más absoluta; España pueda seguir avanzando, creando empleo y crezca?
Puede que haya quien pueda pensar que esta es la manera que tienen los empresarios de “nadar y guardar la ropa”, pero les puedo asegurar que, al menos el señor Rossell, no ha sabido sacar ninguna consecuencia efectiva de lo que, la reciente historia de España, al menos desde lo que tuvo lugar dentro del primer tercio del pasado siglo XX, debería haberle enseñado. Puede que no se haya leído detenidamente, lo que trajo a España el advenimiento de la II República (en la que, por cierto, pudieron convivir, aunque mal, derechas e izquierdas); las consecuencias de dejarles a los anarquistas catalanes apoderarse y dominar Cataluña o lo que significó la rebelión de Asturias del año 34 no sólo para las regiones afectadas sino para el país entero. Si, Dios no lo quiera, los antisistema de Podemos llegaran a poder gobernar España, todas las empresas, incluidas las del señor Rossell, tendrían sus días contados porque es evidente que, en la Europa actual, un país bolivariano no iba a tener cabida. Véase lo que le sucede a Cataluña, a la que la agencia Fitch ha valorado su deuda con la más baja calificación de doble B o lo que se entiende como “deuda basura” ¿Quién iba a prestar un solo euro a un país así? O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos es imposible comprender que se haya podido cometer semejante necedad.
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