«No hago novelas facilonas», arranca esta conversación el escritor bilbaíno Fernando García Pañeda. Y es totalmente cierto, al tiempo que refleja su preocupación por la tendencia actual de la cultura en general, que parece haberse instalado también ya en la literatura, de que todo tiene que ser una experiencia trepidante, llena de sustos y sobresaltos, y no queda espacio para la reflexión, para el análisis, dos elementos fundamentales que debería conllevar el acto de leer y que le son más naturales que la secreción de dopamina. Si todo es ya una sucesión de emociones sin más pretensiones que usar y tirar para consumir un libro nuevo, la literatura corre el riesgo de poder quedar perfectamente al cargo de una inteligencia artificial.
Fernando, ¿qué es lo más importante para ti a la hora de crear una historia? Aquello que tiene que tener de manera innegociable. Crear una ficción verosímil y sugerente, esos dos elementos son la base esencial, o innegociable, como bien dices. Añadiría un tercero, y es que sea alentadora, al menos al final, pero sería más prescindible, más negociable según la historia. La verosimilitud la persigo a través de los personajes. Si los personajes son creíbles, son de carne y hueso, ante un conflicto lo resolverán de forma natural, de forma creíble, y entablarán relaciones interesantes y empáticas para los lectores. Personajes creíbles pero no ordinarios, es decir, que tengan algo que los diferencie, que los haga especiales o atractivos, y no desde el punto de vista físico, porque no hago novelas facilonas. Me inspiro en los arquetipos humanos de la literatura (porque todo está ya escrito, que nadie piense que va a encontrar una historia realmente nueva o un personaje nuevo), e intento darles un toque distintivo o un punto de vista diferente. Y, claro está, huyo con horror de los estereotipos, que abundan mucho más de lo que pueda parecer. Lo sugerente intento buscarlo a través del lenguaje, cuidándolo, describiendo de un modo discreto, impresionista (por usar un símil pictórico), procurando dar un ritmo adecuado a cada situación.
Aseguras que el siglo actual, en lo que a literatura se refiere, te resulta extraño e incluso desagradable, ¿a qué se debe esa aversión? Se debe a que la novela ha sido colonizada por el mundo audiovisual y el espectáculo de manera evidente. El placer de la lectura en sí misma, del suave pasar de páginas con un lenguaje escogido se ha sustituido por el placer adrenalínico de un parque de atracciones. Todo tiene que ser trepidante, que enganchar desde la primera línea de la primera página, sin respirar, saltando de un acantilado a otro. Eso cuando no te deja sin respiración o te golpea en el estómago sin piedad. Todo son experiencias en el mundo de hoy. Los museos, las agencias de viajes, los cines y la televisión, el puenting, el parapente, el balconing… Todos venden experiencias, basta verlo en su publicidad. Y ahora también se vende en literatura. Alucino cada vez que veo en la publicidad de los libros: «¿Te atreves a leer…?». Y lo mismo con esos retos lectores: leer tantos libros de tal o cual género, época o lo que sea en tanto tiempo.
Se ha impuesto una competición jaleada por legiones de bloggers, bookstagrammers y demás elementos de las redes sociales para tragarse cientos de libros al año sin el menor análisis, en la que se trata por igual una obra de Charlotte Brontë que de la aficionada con nivel de la ESO, y es una competición a la que lecto-escritores acuden como moscas a la miel, porque lo importante es que las imprentas trabajen a destajo. Al final, los productos que venden son de consumo rápido, se consume, se digiere y se olvidan. Productos compuestos de una determinada manera, con una especie de plantilla y unas reglas estrictas, sin creatividad diferencial, en las que una inteligencia artificial escribirá más y mejor que cualquier persona. ¿Eso es leer? ¿Eso es escribir?
Llevo medio siglo de lecturas a cuestas y de verdad que alucino con ello. Leer no es cuestión de atrevimientos o de retos, no es saltar en paracaídas, es una actividad intelectual compleja, en mayor o menor grado. Y la escritura tiene que estar orientada a esa actividad, no a la experiencia corporal o a la acumulación de sobresaltos. Tanto la lectura como la escritura son actividades que no se pueden dejar de hacer, porque suponen algo necesario para quienes las practican, y que no hay que fomentar ni incitar a ello a través de cursos y prácticas, porque surge del interior de cada cual, del alma. Se pueden enseñar técnicas, pero no se puede enseñar a tener alma. Al verdadero lector, a la verdadera escritora, nadie le tiene que incitar, ni decir «¿te atreves?».
Muestras una gran admiración por escritores y escritoras británicos de principios del siglo pasado, como Stella Gibbons, D. E. Stevenson o Nancy Mitford, por su manera de escribir con humor, inteligencia emocional, modales exquisitos. ¿Por qué ya no se escribe así? Precisamente por lo que acabo de exponer. En estos tiempos el sentido del humor refinado, la exquisitez, la inteligencia emocional, la elegancia verdadera y los modales no importan en absoluto, no se valoran porque no se conocen y por lo tanto no se echan de menos. Me temo que es lo que ocurre con la mayor parte de la gente que escribe y que lee hoy en día. Lo más triste es que cuando esas virtudes aparecen en alguna obra, no se valoran, casi nadie se fija siquiera en ellas. Es más, incluso llegan a despreciarse, tanto por algunos lectores como por editores, y lo digo por experiencia. Por supuesto, hay excepciones, las generalizaciones son indicativas, pero no son el todo, pero es lo que se encuentra habitualmente en críticas, reseñas y redes de lectura.
Tu último trabajo, In Arcadia, sucede en Estambul, ¿por qué elegiste esta ciudad para ambientar la historia? La fascinación que ejerce Estambul para un viajero se debe, entiendo, a que es una amalgama de varias esencias, como corresponde a una ciudad con más de dos mil seiscientos años de historia. Por una parte, tiene la esencia de una ciudad oriental, de la ruta de la seda, de la filosofía del kismet que llaman ellos, una mezcla de fatalismo y esperanza. También tiene una esencia europea, tanto por el peso de la historia como por la aportación de elementos europeos tras la independencia del país (1923). Y tiene, asimismo, una esencia propia, mezcla de las dos anteriores, de Mediterráneo oriental, de escala de Levante, de Babel cosmopolita que se refleja en su ritmo vital, en su complejidad demográfica o incluso en su arquitectura. Estambul no encaja en ninguna definición al uso ni clasificación, es diferente a cualquier otra en el mundo y eso le confiere un atractivo muy fuerte. No obstante, hay que tener en cuenta que el escenario de la novela es la Estambul de 1994, no es exactamente la actual, porque en los treinta años transcurridos desde entonces, aunque la esencia aún permanezca, han cambiado muchas cosas.
El amor es un ingrediente muy frecuente en tu producción literaria, ¿dirías que en el fondo escribes historias de amor?, ¿o solo es un recurso más de la trama? El amor, en todas sus distinciones, no sólo el amor de pareja, es un ingrediente esencial en mis obras, es cierto. Pero salvo en un par de excepciones, como Agonía y esperanza o Con fin a dos, no son en sí mismas historias de amor. El amor actúa como detonante, como aliciente o como elemento agitador en los viajes de mis protagonistas, es decir, en mis historias. Llega a ser incluso un elemento esencial, sin el cual la trama se disolvería o no llegaría a producirse (como es el caso de In Arcadia). Sin embargo, no suele convertirse en el hilo conductor, no es el devenir de ese amor la trama en sí misma, al menos tal como entiendo yo las historias de amor.
¿Hay algún género en el que no hayas escrito aún que te gustaría probar? Rotundamente, no. Sobre todo porque no escribo por géneros. Escribo las historias que me nacen y que me atrapan hasta que no las escribo. Algunas pueden encajar mejor o peor en alguno de los géneros al uso, pero normalmente no coinciden con las líneas rígidas que definen esos géneros. Lo más frecuente es que posean elementos mezclados, sin que ninguno predomine con claridad. Por ejemplo, In Arcadia contiene un ingrediente de intriga, otro ingrediente romántico y también una parte de literatura de viajes. A cada lector le gustará más una parte que otra, según sus gustos, y en ese sentido podría encuadrarla en uno de esos géneros, pero no sería exacto a mi entender.
Afirmas que eres un autor de personajes, ¿qué tipo de personajes son tus predilectos a la hora de escribir? Al igual que ocurre con las historias, los personajes que las protagonizan son siempre de difícil definición o clasificación. Me atraen siempre personajes atípicos, que se cuestionan a sí mismos y sobre todo cuestionan el mundo en que les ha tocado vivir. Mujeres valientes, resilientes, muy inteligentes, y por ello inseguras, así como hombres sensibles, reflexivos, leales, pero incompletos y vacilantes. Y tanto ellas como ellos viven una lucha permanente, a veces desesperanzada, contra esa inseguridad y la falta de integridad y vacilación. Si se encuentran, lo que les unirá es la inteligencia emocional y sus códigos de valores que comparten. Es por eso que casi nunca los describo íntegramente, sino que doy alguna pincelada, doy pie a que los lectores completen el resto, y a veces ni siquiera eso, simplemente los pongo en escena para que el lector los haga suyos. En cuanto a los secundarios, suelen ser más simples y planos, porque funcionan como complemento de la historia, bien como obstáculos o como ayuda de los personajes protagonistas, pero cumplen ese papel importante y procuro no descuidarlos.
¿Qué dirías que es lo que más le va a gustar a los lectores de In Arcadia? Uf, no lo sé… Lo cierto es que en mis novelas plasmo aquello que a mí me atrae. Por ejemplo, en In Arcadia hablo de Estambul y otras ciudades de Turquía como fondo, aparece la cultura sefardí, la construcción de mezquitas, hay escalas de valores compartidas, algún tópico desmontado, pinceladas de romanticismo, hay un toque intenso de intriga y acción… Supongo que, según los gustos e intereses, a cada cual le gustará más unas partes que otras. O quizá ninguna, porque todos esos elementos no aparecen por partes, como en compartimentos, sino que forman la amalgama de un mundo diferente, creado para quien esté dispuesto a pasar unas horas apartado de este en el que vivimos a diario.
Te gusta mucho retratar épocas y hechos de interés por su rareza o por ser desconocidos, pero ¿cuál es tu época predilecta a la hora de escribir? Sí, me gusta construir relatos alrededor de épocas o hechos muy interesantes y poco conocidos, porque ese desconocimiento es precisamente lo que me atrae, y que se pueden producir en cualquier época. Pero la actualidad o el pasado reciente tampoco tienen desperdicio, porque lo que me importa de verdad son las personas que protagonizan tales hechos o viven en cada época. Por eso no tengo una época predilecta. Supongo que donde me siento más cómodo es en el siglo XX, por circunstancias vitales. De hecho, tengo algún proyecto en marcha para seguir creando historias en un mundo ambientado en el siglo pasado.
Me gustaría cerrar esta entrevista con la pregunta inversa de aquella con la que la abríamos: ¿qué tiene que tener un libro para llamar tu atención como lector? La pregunta puede ser inversa, pero la respuesta viene a ser la misma. Ficción verosímil y sugerente. Desde un primer momento y hasta el día de hoy me considero un lector que escribe, y por lo tanto aquello que me encandila a la hora de leer se filtra directamente cuando escribo. Me he dado cuenta de que no pocas veces de manera inconsciente. Para que un libro me robe el tiempo, tiene que tener una historia interesante narrada con un lenguaje atrayente y en la que yo mismo participe de alguna manera. Porque me gusta sentirme cómplice del autor, me gusta que me dé juego para completar, seguir, imaginar, que me dé algún guiño, que me deje algún hilo suelto del que tirar, o incluso que me engañe sin mentiras como un buen ilusionista. Y si lo único que hay es un lenguaje absolutamente seductor (léase Proust), igualmente me basta y me sobra. Todo ese juego de complicidad, ilusionismo o seducción lectora me fascina cuando lo reconozco según voy pasando páginas, y me encantaría que mis novelas pudieran surtir el mismo efecto en lectores cómplices.
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