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“La escritura es una forma de purificación, de convertir los fantasmas íntimos en algo de uso público”

Rafael Chirbes, escritor
Redacción
jueves, 29 de octubre de 2009, 01:19 h (CET)
A partir de la publicación de su novela MIMOUN (finalista del Premio Herralde 1988), la obra de Rafael Chirbes (Valencia, 1949) ha generado elogios de la crítica y el genuino reconocimiento de los lectores. Con más de diez publicaciones a cuestas, traducidas a distintos idiomas, Chirbes es un nombre de primera fila de la narrativa española contemporánea. En la presente entrevista conversé con el autor sobre su última novela, la celebradísima CREMATORIO (Premio Nacional de la Crítica 2007).




Rafael Chirbes.


Gabriel Ruiz Ortega / Siglo XXI

¿Desde cuándo venía gestando CREMATORIO?

No sé, soy muy lento antes de empezar a escribir, antes de sentir que tengo la pila cargada. Ahora mismo llevo dos años y medio sin escribir, pero dándole vueltas a algo, intentando descubrir el sitio para mirar desde donde no he mirado aún, dar un paso más en el conocimiento del sentido de nuestro tiempo. Con CREMATORIO me pasó algo igual.

¿Y cuánto tiempo le demandó escribir la novela?

Estuve unos cuatro años cociendo, los últimos dos y medio de los cuales escribiendo con irregularidad; o sea, días en los que apenas tocaba el texto, y días en los que me tiraba quince horas.

CREMATORIO podría ser una metáfora de la liberación a través del dolor.

Algo de eso hay, la escritura es –entre otras cosas- una forma de purificación, de convertir los fantasmas íntimos en algo de uso público, como es la literatura. Conviertes lo de dentro en algo que tiene vida propia –una novela- y te es ajeno. No sé si es una visión muy actual, pero creo que el novelista aprende sus contradicciones a medida que escribe, algo paralelo a lo que ocurre con el psicoanálisis (aunque yo soy bastante poco freudiano). Hay que entender que las contradicciones de dentro siempre están tejidas con las del tiempo en que se vive. No hay alma que flote, que esté fuera de la historia.

La novela es también una reivindicación de la importancia de la configuración de los personajes. Se lo comento porque desde vengo notando en no pocos novelistas un mayor apego por la trama, la atmósfera y la experimentación, aspectos evidentemente válidos, mas a las grandes novelas las sostienen precisamente los personajes.

Sí, a mí lo de la trama no me interesa mucho, creo que lo que cuenta es la sensación de que a medida que lees vas aprendiendo, que el libro te va colocando en un sitio que tú no has pisado antes y que te va iluminando, te va haciendo entender, gracias a una maquinaria pequeña (el libro) cómo funcionan las cosas en la máquina grande del mundo. Para eso es imprescindible que haya personajes de peso, porque cuando decimos el mundo queremos decir la red de relaciones entre los individuos, así que unos personajes frágiles sólo pueden dar una mirada sin complejidad, de la que poco aprenderemos. Un personaje de un libro es un peso pesado en la medida en que tiene una red compleja de puntos de vista, de relaciones, de actitudes, un modelo artístico que nos permite descifrar los comportamientos de los seres de carne y hueso.

Se suele creer que hay que depender de la realidad para dar vida a un personaje, muchos de estos ya están perfilados.

Recuerdo que cuando escribí LA LARGA MARCHA, muchos amigos me decían que el personaje de Vicente Tabarca estaba sacado de su padre. Yo te he contado la historia de mi padre, me decían. Y no. Ninguno de ellos me había contado nada de su padre. Era un modelo que yo había sacado, pero que valía para definir a mucha gente. Eso es estupendo. Por eso, vemos el comportamiento de un tipo y pensamos es un Rastignac, es un Raskolnikov, o un Torquemada, porque los libros han definido tan bien el tipo que se ajustan a muchos individuos.

Un personaje ausente, pero que a la vez es el aliento del libro, es Matías Bertomeu, quien se refugia en la agricultura contra los embates de la “modernidad” y “desarrollo”, representados por su hermano Rubén, que ha hecho fortuna en el negocio de la construcción. La decisión de Matías podría también ser vista como una decisión motivada por un interno pulso romántico.

Matías ha muerto (como han muerto las utopías del siglo XX), no sabemos exactamente cómo fue en realidad. Cada uno lo usa para justificarse a sí mismo. Los buitres descarnan al muerto. Siempre ocurre así. Los vivos se apropian de la historia, interpretan a su conveniencia lo que el otro hizo. A ratos, oyéndolo hablar en bocas de otros, uno piensa que fue un buen tipo, en otros momentos nos parece un imbécil, o un miserable. Mientras el lector busca quién fue Matías, se hace el análisis a sí mismo. En realidad, toda la novela está escrita para obligar al lector a ponerse él mismo bajo el microscopio. Me hablabas antes de la trama. Fíjate que la novela no tiene trama, ni tiempo, etc..., se sostiene sobre un lenguaje que obliga al lector a avanzar: quería que el libro fuera una trituradora que pusiera al lector en cuestión y que lo obligara a leer a pesar de que lo que leyera le hiciese daño, fueran cosas que preferiría no saber. Por eso medí mucho el ritmo.

Muchos han calificado a CREMATORIO como una visión lacerante de la España contemporánea. Sin embargo, por el alcance moral de la novela esta fácilmente es una disección del mundo de hoy, en el que las personas son esclavas de un razonamiento elemental y dependientes en extremo del dinero.

Cuando me decían que es una novela sobre la corrupción inmobiliaria o sobre la destrucción del paisaje, yo me cansaba de repetir que lo que había querido contar era el estado de nuestra alma a principios del siglo XXI, cuando todos los dioses han muerto, se han caído las utopías, y nos enfrentamos a nuestras vidas solos, sin encontrar ningún sentido, sólo el narcisismo de mirarse y cuidarse uno mismo. Eso es demoledor, porque una vida es poca cosa para hacer nada, hay que tener idea de continuidad, de que eres parte de algo que viene de alguna parte y va a alguna parte. Sin ese sentido de continuidad, no se hubiera hecho ninguna catedral, cuyas obras duraban tres o cuatro generaciones; pero tampoco los viñedos de Burdeos, que para dar los grandes vinos necesitan decenios. Un mundo egoísta acaba siendo absolutamente destructivo: toma el dinero y corre, folla y corre, esnifa y corre, bebe y corre. ¿Con qué idea puedes mirar desde esa actitud la cara de la muerte? Toda vida vivida así se estrella en el fracaso de la muerte.

En la página 46 se lee: “el dinero lo es todo cuando no lo tienes, pero, cuando lo tienes, vuelve más evidente lo que te falta”.

Sí, eso de lo que hablaba antes, la falta de sentido. Cuando falla el sentido del conjunto, todo falla estrepitosamente.

Los personajes Mónica y Silvia son de temer. Para muchos narradores es muy difícil plasmar el mundo femenino.

Me fue mucho más difícil encontrar el tono y la voz en una novelita corta, LA BUENA LETRA, contada por una mujer. Me pasé un año en el que me salía un travesti. De repente, un buen día me di cuenta de que era ella la que hablaba, y todo empezó a hilvanarse. En realidad, todos los personajes, sean del sexo que sean, siempre salen de intentar ponerte tú en el sitio que ellos van a ocupar, captando todos los matices. Por eso, el policía malo, o el mafioso asesino, o la prostituta o la mujer violada de mis novelas son yo. ¿Te acuerdas de lo de Flaubert “Madame Bovary soy yo”?

Claro.

Pues algo así.

Especulo que uno de sus referentes es el cine, en especial el gangsteril. Me fue imposible no pensar en ello con el matón Ramón Collado y el mafioso ruso Traian

Me ha gustado casi desde la cuna el cine. De pequeño, con seis o siete años, no me perdía una película y conocía a todos los actores. Imagino que eso se notará, pero en CREMATORIO quería huir de lo policiaco, no quería apartar al lector de esa autodestrucción a la que me refería antes.

Por el aliento de época, tengo la seguridad de que también es tributaria de la novelística decimonónica.

Por supuesto. Soy un alumno (malo) de Balzac, Galdós, Eça de Queirós, Tolstoi, etc, etc… También me gusta mucho la literatura que se hizo entreguerras (Musil, Proust, Doblin, Mann, Dos Passos, etc.) y los vanguardistas rusos (Pilniak, Biely).

¿Los autores que menciona en los agradecimientos influyeron?

Los nombres que cito al final no son los que me han influido, sino aquellos de los que he tomado frases más o menos textuales, ideas, etc., porque CREMATORIO tiene mucho de antología de textos.

Me dicen que usted es una persona ajena al sarao literario, ¿Cómo tomó el hecho de que CREMATORIO haya sido considerada hace un par de años, por la crítica y lectores, como la mejor novela en España?

Bueno, que reconozcan tus libros te salva del peligro de pensar que estás loco; luego, vuelves a estar solo ante la hoja en blanco. Los novelistas no aprendemos como los mecánicos o los carpinteros: haber hecho un libro que está bien (y que, cuando pasan dos meses, ya te parece que está lleno de defectos) no te ayuda a escribir el siguiente. Esto es como lo de los jugadores de ruleta. Van al casino todas las noches y siempre empiezan de cero, tienen las mismas posibilidades que el que ha ido por primera vez en su vida. Además, no tienes que dejarte llevar por las alabanzas, tienes que saber que cuando te dicen que tienes “estilo” se refieren a aquello de lo que tienes que huir, porque si sigues por ahí te repetirás, harás retórica, mirarás desde el mismo sitio. Cada libro hace su estilo mientras se escribe. Lo que te digo, siempre estás a cero. Lo que ya has hecho te pesa más que te ayuda.

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Elsy es abogada, doctora en jurisprudencia, narradora, dramaturga y poeta ecuatoriana. Comienza su carrera literaria con la publicación del libro de cuentos De mariposas, espejos y sueños. La mayor parte de su obra cuentística está reunida en el libro Los miedos juntos (El Ángel Editor, 2009).

 
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