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La cultura amenazada

La sociedad demanda un tipo de cultura comercial cuyo único sentido es el entretenimiento
Guillermo Valiente Rosell
viernes, 23 de junio de 2017, 02:20 h (CET)
La cultura siempre está estrechamente relacionada con el sistema social en el que se ubica y desarrolla. Esto es así porque es la expresión más elevada de los valores de una sociedad. A una sociedad se la reconoce por su cultura, de tal forma que si el gran éxito de la Grecia Antigua fue desarrollar una filosofía y un arte que por su gran valor han perdurado hasta hoy, el de las sociedades occidentales actuales es, sin duda alguna, su elevado nivel científico y tecnológico. Podrían citarse también sus instituciones y sus principios democráticos, pero desgraciadamente ambos se encuentran sumidos en una grave crisis.

Si pensamos en la cultura de un modo más concreto, entendida no tanto como el conjunto de conocimientos y comportamientos de una sociedad sino como las diversas expresiones humanísticas de la misma, también nos damos cuenta de la influencia que en ella tiene el sistema político, económico y social en el que se inscribe.

En los regímenes totalitarios la cultura pierde la actitud crítica que suele caracterizarla y se convierte en un instrumento más de propaganda dentro del sistema. De esta manera, deja de reflejar las inquietudes de la sociedad y presenta los intereses del aparato burocrático estatal como pertenecientes a todos los ciudadanos, cuando en la mayoría de los casos no es así.

La cultura dirigida desde el poder no puede ser considerada automáticamente como expresión de las actitudes y preocupaciones sociales, pues muchas veces enmascara un alejamiento entre los ciudadanos y los gobernantes, algo habitual en los totalitarismos, por más que los líderes traten de aparentar lo contrario. Nunca podemos saber, por tanto, si una cultura controlada por el Estado es sincera, ya que siempre quedará la duda de cuáles son los motivos reales que la han impulsado. Así, corre el riesgo de convertirse en la representación de un sistema de gobierno y no de una sociedad, lo que no significa que deje de tener valor, pero ya no como imagen del conjunto de los ciudadanos.

En las sociedades democráticas capitalistas la cultura también se ve amenazada por presiones, en este caso no tanto gubernamentales sino económicas. La sociedad, estimulada por la publicidad, demanda un tipo de cultura comercial cuyo único sentido es el entretenimiento. El artista se encuentra entonces con la disyuntiva de ceder a las presiones o quedar marginado.

Esta cultura comercial es repetitiva y, salvo contadas excepciones, de baja calidad. En ella prima ante todo la inmediatez. Se valora la novedad por encima de todo, cuando ésta nunca debió convertirse en un valor artístico de primer orden. Hoy no importa que algo esté bien hecho o no, lo que importa es que sea novedoso. En este caso, la cultura comercial sí está representando a la perfección la sociedad que la produce, reflejando la rapidez con la que cambia el mundo moderno. El problema es que este continuo cambio sin un sentido definido la debilita, pues impide que se establezcan los cimientos necesarios para todo desarrollo cultural.

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