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Que paguen ellos o cómo no subir los impuestos a las rentas más altas

Esto es algo que conocía perfectamente Pedro Solbes, que sabía (quizá) Elena Salgado y que conocen, seguro, Luis de Guindos y Cristóbal Montoro
Felipe Muñoz
martes, 7 de febrero de 2012, 07:49 h (CET)
Hasta el más liberal de los economistas estará de acuerdo en que los impuestos son necesarios. Oliver Wendell Holmes afirmaba que eran el precio que había que pagar por vivir en una sociedad civilizada.

Sin embargo, a la hora de imponerlos suelen ser objeto de los más enconados debates políticos. De hecho, como ejemplo ilustrativo, en 1776, la Guerra de Independencia norteamericana estalló con motivo de las imposiciones fiscales de la corona británica a las trece colonias, sin concederles, a cambio, representación en el Parlamento.

Criterios para adoptar impuestos

Básicamente, en la actualidad, existen dos principios que se utilizan como criterio para distribuir la carga tributaria:

1. Beneficios recibidos. En principio, estos impuestos se cargan al precio de determinados bienes y servicios. La idea consiste en que cada agente económico debe pagar por los beneficios que recibe del Estado. En este caso, nos encontramos, en general, con los impuestos indirectos.

2. Capacidad de pago. Los impuestos recaudados con fines redistributivos no pueden basarse, obviamente, en los beneficios recibidos, sino que tienen que atender a la capacidad de pago de los contribuyentes sobre los que se gravan. Estaríamos, en este caso, ante los impuestos directo, como, en España, el Impuesto sobre la Renta o el Impuesto de Patrimonio.

Tipos de impuesto

Así, los impuestos indirectos, basados en la capacidad de pago, pueden ser de tres clases:

1. Progresivos, si el porcentaje de la renta que recauda el Estado, a través del impuesto, aumenta al ser mayor la renta del contribuyente.

2. Regresivos, si el porcentaje de la renta que recauda el Estado, a través del impuesto, disminuye al ser mayor la renta del contribuyente.

3. Proporcionales, si el porcentaje de la renta que recauda el Estado, a través del impuesto, permanece constante al ser mayor la renta del contribuyente.

En términos generales, los gobiernos tienden a minimizar la publicidad que se concede a la subida de los impuestos indirectos y a dar gran importancia a la subida de impuestos directos (que son, en la mayoría de los casos, progresivos), enmascarando esa subida con el argumento de que sólo se realiza “para las rentas más altas”.

Tenemos un ejemplo cercano en España, con las subida de los tipos de IVA (impuesto indirecto) en Julio de 2010 por parte del gobierno anterior, y con la anunciada subida de los tipos del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas, pero “de forma progresiva”, para que la carga sea soportada “por las rentas más altas” (las rentas del trabajo más altas).

La subida de impuestos a las rentas más altas

Sin embargo, en estrictos términos económicos, la carga tributaria de un impuesto no la soporta sólo aquel contribuyente al que se grava. Se trata de un principio básico de economía, de aquellos que Jordi Sevilla incluiría en las dos tardes en las que le enseño economía a José Luis Rodríguez Zapatero. En términos claros: no es posible, y constituye una falacia el afirmarlo, subir los impuestos sólo, ni principalmente “a las rentas más altas”. Veamos un ejemplo de por qué esto es así:

Según nos informa G. Mankiw en su libro Principios de Economía, en 1990, el Congreso de los Estados Unidos, con el fin de aumentar los impuestos “a los más ricos”, adoptó un nuevo impuesto sobre los bienes de lujo: yates, aviones privados, pieles, joyas y automóviles de lujo. ¿Qué mejor forma de aumentar los impuestos a quienes “pueden pagarlos” que gravando los bienes que solamente ellos pueden comprar?

Pero la cuestión no resultó tan sencilla. La demanda de bienes de lujo es muy elástica, es decir, responde fuertemente a las variaciones de precio o de renta. Como el impuesto aumentaba el precio de estos bienes, su venta disminuyó en un porcentaje significativo.

La subida de impuestos, pagada por los trabajadores

Esto provocó graves problemas en las empresas de fabricación de bienes de lujo, cuyos trabajadores no figuraban, precisamente, entre las “rentas más altas” a las que se quería aumentar la carga tributaria. Descendieron los salarios que se pagaban a los trabajadores y los precios de los bienes de lujo, por lo que la carga real del impuesto recayó finalmente sobre los trabajadores de estas empresas y, de rebote, por la reducción del consumo, al resto de los trabajadores.

Así lo entendió el Congreso norteamericano que, en 1993, abolió el impuesto de lujo.

La subida de impuestos, subida para todos

Aunque se torna algo más complejo, en nada cambia este análisis económico cuando el impuesto se aplica sobre la nómina que recibe un trabajador. Si se aumenta la retención fiscal a las nóminas “más altas”, o, lo mismo da, se aumenta el tipo “progresivamente”, el trabajador recibirá menos dinero neto, por el mismo sueldo bruto.

Con este dinero de menos, dejará de comprar los bienes o servicios que considere menos necesarios, con lo que reducirá la actividad económica en esos sectores, y la carga recaerá, de nuevo, en parte de los trabajadores de esas empresas, y no precisamente en las “rentas más altas”.

Y esto es algo que conocía perfectamente Pedro Solbes, que sabía (quizá) Elena Salgado y que conocen, seguro, Luis de Guindos y Cristóbal Montoro. En este sentido, resulta curioso observar cómo todos ellos mienten con los mismos argumentos. Otra prueba de que en España, por más que nos mientan, no existe, ni en intención, el liberalismo. Y, mucho menos, el neo. Nuestros dos grandes partidos han convergido en la socialdemocracia. Y ahí continuamos embargados (digo, enfangados...).

En definitiva, hay que pensar mucho y bien antes de subir los impuestos. Y es necesario saber, por más que nos vendan lo contrario, que una subida de impuestos es, siempre, una subida para todos.

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