Kilómetro 883, Donostia-San Sebastián. Es el miliario indicador de que quedan alrededor de 6.100 kilómetros para alcanzar la ciudad de las tres grandes religiones monoteístas: Jerusalén. Y es el destino final de un viaje que es y será una aventura que no sólo comprende a su protagonista, Guillermo Nagore, quien pone nombre y apellido a "La memoria es el camino", proyecto noble, justo y necesario. Es una aventura que nos compete a todos y cuya nobleza, justicia y necesidad debemos y podemos apoyar. Lo que comenzó siendo el sueño de un hombre, pretende dar protagonismo a una pesadilla en la que ciudadanas y ciudadanos, debe ser un asunto prioritario de los poderes públicos, con la clase política a la cabeza. Pero también de la sociedad en general. Y no ya solo por solidaridad, será la necesidad la que haga que las dolencias neurodegenerativas ocupen un lugar prioritario en las agendas de la Administración. El largo viaje de sensibilización nos dará para otras entregas. Hoy tan solo arrojaré cifras, unas cifras que, recordemos, tienen rostros, manos, alma y corazón.
Datos someros que son, por sí solos, suficientemente contundentes para alarmarnos. Si, porque debemos alertarnos sobre el alcance y progresión de unas enfermedades cuyos enfermos y seres queridos no entienden de crisis. Y mucho menos de recortes. O paramos el "sálvese quien pueda", o no nos salvamos nadie. Casi 36 millones de afectados en el mundo. En España se calculan unas 800.000 personas afectadas por Alzheimer. Solo en Gipuzkoa, unas 8.000. Y ahora, ciudadanos, multipliquemos esa cifra al menos por dos, por tres...porque esta y otras enfermedades neurodegenerativas no afecta exclusivamente al enfermo. Ataca de forma devastadora, anímica, física y económicamente a su entorno afectivo, familiar. Una dolencia que otrora bien pudiera calificarse como de maldición bíblica, porque estamos hablando de terríbles cifras declaradas. Pero no existen fríos números para aquéllos enfermos, que, con sus entornos, no han salido del armario de la oscuridad, del anonimato de un mal que desdichadamente, sufre esa suerte de estigma, como si se tratara de un castigo y no de una enfermedad. Y es una enfermedad, la peor de las enfermedades. A los medicamentos, adaptaciones físicas del espacio debemos sumar la catástrofe ya aludida que supone para el entorno. Unos 30.000 euros anuales supone cada enfermo. Y hablamos de una enfermedad que galopa vertiginosamente, pues ya la OMS -que no duda en calificar a la Demencia como prioridad en Salud Pública- pronostica que como mínimo, en 2050 la cifra de afectados se triplicará, sobrepasando los 115 millones. Y volvamos a la multiplicación. Escalofriante ¿verdad?.
Ni es posible, ni es de recibo poner siquiera en cuestión el incremento de las partidas que ayuden en la investigación, en las políticas de detención precoz de unas dolencias cuya falta de diagnóstico es un grave problema: uno de cada cinco casos es diagnosticado de forma rutinaria. Tanto a nivel nacional como autonómica y provincial todas las asociaciones de afectados coinciden en destacar que es necesario un verdadero plan nacional que desarrolle y aborde tan urgente asunto de forma multidisciplinar, implicando tanto a profesionales como cuidadores. Es un problema acuciante que afecta al ámbito social y laboral, nunca mejor traído, no lo olvidemos, no lo olviden quiénes administran nuestros recursos.
Ayer, durante la Conferencia celebrada en el Museo San Telmo de la capital guipuzcoana, escuchamos testimonios dolorosos. Pero ciudadanos, esos testimonios deben salir de las terapias de grupo y ser gritados en las calles, las plazas y los medios. Porque nadie estamos libres de ser presa, directa o indirectamente de este mal. Gracias ciudadano Nagore por hacer de tu viaje un compromiso, hacer de tu viaje, el viaje de todas y todos. Y como Julie Christie en "Away from her", pudiste haberme abandonado y no lo hiciste.
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