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El rescate como fracaso de la Constitución de 1978

“En el marco de una Europa pre-revolucionaria España asiste al fin del Sistema establecido en 1978”
Almudena Negro
lunes, 10 de septiembre de 2012, 06:40 h (CET)
Por fin el gobierno reconoce la realidad: España deberá ser rescatada de la quiebra económica por sus socios europeos. Lo que hasta hace nada era negado por políticos y voceros mediáticos ya no puede ser ocultado. Por más que nos traten de vender un rescate bajo en calorías o light, que vaya morro que tienen.

Rescate que es en gran parte consecuencia de una estructura territorial del Estado enloquecida, establecida en la ya más que antigua Constitución de 1978, que negó la libertad política al pueblo español al tiempo que sentaba las bases para la aparición de las 17 oligarquías autonómicas y de un sistema corrupto que sólo podía devenir en lo que hoy tenemos.

Ni qué decir tiene que las oligarquías se resisten a desaparecer. El desastre lo está pagando la menguante clase media. Por supuesto, siguen hurtándose a la ciudadanía los debates realmente importantes. Hablemos de una concejal de no sé dónde que tenía un amigo cabroncete en lugar de poner en solfa la escuela comprensiva. La separación de poderes ni está ni se la espera, pero Sánchez Gordillo se va de bolos televisivos. Las CC.AA., cuya oligárquica, caciquil y baronil estructura ha sido copiada por los dos grandes partidos que hace tiempo dejaron de ser partidos nacionales, siguen haciendo de su capa un sayo sin que nadie ponga orden. Ni Pérez Rubalcaba ni Mariano Rajoy pueden hacerlo: los suyos se lo impedirían. Hablemos del Ecce Homo.

En el marco de una Europa pre-revolucionaria, cuya clase dirigente asiste atónita al hundimiento de la socialdemocracia, sostenida desde 1989 por los partidos de centro-derecha mientras que la izquierda, desnortada después de caído el Muro de Berlín, se echaba en manos de movimientos minoritarios y radicales amantes de las bio-ideologías, España asiste al fin del Sistema establecido en 1978.

El Partido Popular, a quien en un último acto desesperado de intento de salvación los españoles otorgaron un inmenso poder territorial  y una mayoría absoluta más que holgada, está demostrando una ineficacia que tiene indignada a su base social. Electorado que empieza a reconocer que el partido de la calle Génova forma parte del problema. De la partitocracia.  Otras opciones empiezan a asustar al partido del gobierno.

Hace tiempo que los de Rajoy renunciaron a la batalla de las ideas, haciendo suyas las pamemas socialdemócratas ahora en implosión.  De ahí la brutal y socialista subida del IRPF, verdadera enmienda a la totalidad del gobierno del “milagro económico”. El PP se pasa el día suplicándole al Sistema poder formar parte del consenso socialdemócrata, del cual Rodríguez Zapatero los quiso expulsar para meter en él a los socialistas de la ETA.

Consenso que no es otra cosa más que la imposición del pensamiento único, la derogación de los principios. Un nuevo fascismo, que diría Ayn Rand.

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Fuera esperaba el amanecer… Últimamente sus días acababan al mediodía; el tiempo de colgarse de un cigarrillo y fumarse toda la niebla de unas pocas horas en que podría deslizar su fantasma por entre las cosas. No recordaba de seguro su edad; el espejo le traicionaba y sólo le reflejaba la mitad que nunca sospechó ser. 

Es normal que aparezcan palabras nuevas porque la lengua está viva, y es estupendo cuando ayudan a reconocer que el lenguaje es pensamiento. Ocurrió con el neologismo ‘aporofobia’, acuñado por la catedrática Adela Cortina a partir de los términos griegos áporos (sin recursos) y fobos (temor, pánico), que la RAE incorporó en 2017 para dar nombre al miedo, el rechazo o la aversión a los pobres.

Llevamos años y todos cuantos se imaginen ustedes, seguirán siendo pacto con el silencio de siempre. Una mudez que no cesa. Uno que lleva bastantes años jubilado y se ha tenido que enganchar en AVE, ha visto en ese tiempo las sacudidas, las esperas en plena vía del tren y en mitad del campo. Los plantones y sacudidas, con las esperas a que nos tienen acostumbrados la Renfe, a veces con periodos de cuatro y cinco horas en mitad de la nada en la ruta de Algeciras-Antequera.

 
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