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Kepa Tamames
Supongo que escribo como puro acto de rebelión personal. Y cuando uno tiene familia, es más práctico ―y acaso más cobarde― aporrear un teclado que apretar un gatillo. Huyo en general de ideologías, aunque milito sin problemas y con plena satisfacción en el animalismo, feo nombre para tan noble causa: defender a los más débiles. Autor de Tú también eres un animal (primera guía argumental en español para la defensa teórica de los animales), y Estigma (colección de relatos de muy distinto pelaje). Asimismo, he participado en varios libros corales sobre mi tema de referencia. |
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Se estima que al menos 100 000 animales son regalados durante cada campaña navideña. Y un altísimo porcentaje se adquiere sin tener en cuenta las nefastas consecuencias que para las víctimas tiene dicha decisión. Sobre todo en el caso de los llamados «animales exóticos», bajo cuya denominación podemos descubrir prácticamente cualquier especie a la que pueda sacársele una rentabilidad económica: reptiles, pequeños roedores, anfibios, insectos…
Salvando sus andanzas primerizas (nos iríamos un siglo atrás), el feminismo ha tenido tan buen nombre como mala praxis, y aún peores objetivos según casos. Porque ya me dirán ustedes a qué viene ese insano deseo de «despenización» de los varones, como si tal masacre fuera a arreglar el terrible 'patriarcado criminal', al parecer inserto de fábrica en la mentalidad masculina como astilla en madera.
Evoca el nombre a una de esas niñas repipis de serie de televisión setentera. Pero Mary Ellen (nacida Wilson) no tuvo ocasión precisamente para ser repipi. Y seguro que sus progenitores no eran versados en literatura clásica griega; lo digo porque hasta pudieran así haber apelado a la sentencia aristotélica, esa según la cual “siendo un hijo propiedad de los padres, nada de lo que se hace con una propiedad es injusto”.
Nos encerraron en nuestras casas durante semanas con sendos «estados de alarma» inconstitucionales. Nadie paga por ello. Nos impusieron el bozal permanente en espacios públicos a sanos y enfermos, contra el criterio de la OMS y de multitud de gobiernos a lo largo y ancho del planeta. Omiten explicaciones, y los más nos encogemos de hombros. Declaran también inconstitucional el «cierre del Congreso» al principio del show. Y aquí no pasa nada.
Todo lo que rodea a una especie como la del lobo hace correr ríos de tinta desde tiempo inmemorial, inagotable filón para los mass media. Y suele presentarse el conflicto de forma bipolar: de un lado, los ganaderos; de otra, los ecologistas. Pudiera decirse que la administración desempeña aquí un papel intermedio, como de “espectadora secundaria”, aunque es ella quien al final determina las medidas que se implementan.
La máxima autoridad del Tribunal Superior de Justicia de una Comunidad Autónoma española de gran peso político y económico organiza una trama mafiosa cuya labor consiste en «vaporizar» por encargo a personas concretas, quienes suponen un problema para alguien también concreto, o incluso para corporaciones sociales como cierto partido político; y como el cliente siempre lleva razón, mientras pague, se le da gusto.
Tengo una amiga con un ratón en casa. No es que haya acudido a mí histérica y me lo haya confesado pidiéndome solución rápida por ser yo defensor de los animales, ni por tanto pretende con ello que le solucione el «problema». Porque no hay tal. El roedor vive en su casa desde hace algo más de un año; emprende sus correrías cuando toca y se abastece de lo que pilla cuando procede.
Un razonable cuidado del entorno lo venimos practicando algunos mucho antes de que colocaran el primer contenedor verde en el barrio. Que urge una desaceleración drástica y urgente en nuestro estilo de vida (¿decrecimiento?) lo sospechamos algunos desde nuestra más tierna adolescencia, cuando todavía no proliferaban los gurús medioambientalistas de «consejos vendo y para mí no tengo».
Aunque los menos, algunos activistas por los derechos animales han llegado a la agresión física de sus oponentes: por ejemplo, fueron objetivos diana los partidarios del uso de animales en experimentación (eso que aún se sigue denominando “vivisección”). Médicos, farmacéuticos y hasta simples teóricos recibieron en sus buzones cartas amenazantes.
Resulta normal que a la muerte del dictador la España Una, Grande y Libre ocupase la cola de países subdesarrollados. Ni se entiende cómo llegó un solo españolito vivo a los años setenta, y menos aún que los jóvenes tuvieran ganas de guateques y demás relajos libertinos. Misterios de la vida.
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