| ||||||||||||||||||||||
Kepa Tamames
Supongo que escribo como puro acto de rebelión personal. Y cuando uno tiene familia, es más práctico ―y acaso más cobarde― aporrear un teclado que apretar un gatillo. Huyo en general de ideologías, aunque milito sin problemas y con plena satisfacción en el animalismo, feo nombre para tan noble causa: defender a los más débiles. Autor de Tú también eres un animal (primera guía argumental en español para la defensa teórica de los animales), y Estigma (colección de relatos de muy distinto pelaje). Asimismo, he participado en varios libros corales sobre mi tema de referencia. |
Otra «fiesta de la democracia» la que acabamos de pasar sufrir, y ya quedan menos, para aquellos que, como yo mismo, cultivamos el sueño húmedo de que esto habrá de acabar algún día ―o alguna noche, y que nos despertemos con el notición montado, albricias: se acabó la procesión lanar a la urna cada cuanto nos indiquen―.
Emigró María hace ya unos cuantos años desde su Cantábrico a Madrid, por cuestiones de trabajo, y sobre todo de autodefensa, e incluyo aquí a su familia, por descontado. No la conozco personalmente; y debería. Les cuento.
A cuenta de la visita del Emérito Campechano para regatear un par de días con sus amigachos, se me ocurre escribir sobre la eterna discusión de si República o Monarquía. Poco o nada tiene que ver dicha porfía con lo que sucede en España en cuanto al tema que nos ocupa, pues no tratan aquí los unos y sus contrarios de la fórmula política como tal, sino que los unos [medio] eligen Monarquía por ser lo contrario de lo que prefieren sus «enemigos».
Aunque cada vez más residual, aún queda gente que no percibe a ciertos animales como seres capaces de relacionarse con sus compañeros de entorno (incluidos los humanos, por descontado) de una forma a la que difícilmente podríamos escatimarle el apelativo de «afectiva». Me refiero a las especies que nos resultan más familiares y cercanas, como los mamíferos y las aves. Sobre el resto de vertebrados (reptiles, peces, anfibios) el asunto ofrece ciertas dudas.
Sin querer ensombrecer la figura de Patrick Moore, quien fuera presidente de Greenpeace, y que ahora se percata de la falsedad de no pocos mantras medioambientales asumidos durante años, entre ellos el que concierne al cambio climático [antropogénico y devastador], al que él mismo etiqueta como “la mayor estafa de la historia”, me permitiré mantener mi título, refiriéndome a la ubicua «pandemia» que todo lo fagocita.
Uno de los pocos recuerdos agradables que conservo de mi niñez es el olor a pólvora, asociado siempre a la traca que se quemaba cada tarde en una plaza céntrica de mi ciudad, con motivo de las fiestas patronales. Un enjambre de muchachitos inquietos nos agolpábamos en la trayectoria de la ristra, por ver si atrapábamos alguno de los juguetes que de allí colgaban: cuchillos Arapahoes, machetes Sioux, penachos de plumas Cherokees…
Comunicó recientemente el Gobierno de Marruecos la recepción de una carta remitida por Pedro, en la que reconocía este el derecho del país alauí a anexionarse el llamado Sahara Occidental ―provincia española hasta 1975―, con cierta autonomía, pero sin posibilidad en ningún caso de llevar a cabo un referendo de autodeterminación, como reconoció la ONU en su momento, y es motivo de reivindicación desde entonces por entidades locales tanto civiles como militares.
Si naces toro y oyes hablar español a tu alrededor, existen sobrados motivos para preocuparte. A partir de entonces tienes el dudoso honor de haberte convertido en el protagonista de una historia de pasión, de identidad cultural, de negocio y, lo que es peor para tus particulares intereses, de linchamiento público. Todo junto.
Pueden creerme si les digo que el título queda muy lejos de la simple metáfora, al menos en lo que a mi biografía personal se refiere ¿Cuándo pierde uno la inocencia? Supongo que a esta pregunta cada cual responderá de una manera. Habrá quien la pierda tras una experiencia decepcionante que le abre los ojos, o en medio de un viaje iniciático. Quizá en un burdel barato invitado por un tío legionario. Y habrá quien no la pierda nunca porque nunca le afectó tal cosa.
No pretendo abordar en este artículo el fenómeno de los desahucios, tan de moda de un tiempo a esta parte, y sobre el que coexisten posturas antagónicas, todas con algo de razón, por cierto. Me referiré por esta vez a un desahucio en concreto, el que tuvo lugar en mi ciudad ha no tanto, pero sabiendo que ni es el primero ni será el último de esta naturaleza. ¿De qué naturaleza?, se preguntarán. Pues voy con ello.
Sucede con frecuencia que, con el siempre noble fin de obtener respuestas a nuestras más variadas inquietudes, nos valemos de preguntas en apariencia simples para abordar escenarios complejos. Quizá uno de esos escenarios sea el de las carreras de animales inducidas por los humanos. Y entiendo que las cuatro últimas palabras resultan claves a la hora de entender la esencia del presente artículo.
Yo suponía que el adjetivo no estaba oficialmente registrado por la Real Academia, que es quien se encarga de tan necesaria y sin embargo poco reconocida labor. Me equivocaba. Según la regia institución, es lo guay algo bueno, atractivo, sugerente, y se reserva a cosas o situaciones. Sin más. El diccionario no se ocupa sin embargo de la acepción aplicada a personas, y es este el terreno que a mí me interesa. Seguro que ustedes ya intuyen por dónde voy.
|