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Kepa Tamames
Kepa Tamames
¿Qué tipo de vida llevan por lo general los «perros de caza»? Nefasta, ya se lo digo yo, que algo sé de esto

Uno de los aspectos que más está dando que hablar a raíz del proceso que sigue la Ley de Bienestar Animal es si los perros usados para la práctica de la caza deben tener un estatuto jurídico diferente al resto (aquellos conocidos bajo el epígrafe de «perros de compañía»). En tal sentido, parece claro que los canes usados para cazar no se asumen ―al menos en un contundente porcentaje― como «de compañía».

Pocas instalaciones deportivas serán menos «sostenibles» que los circuitos de carreras

Por encima de lo ofendidos que se hayan podido sentir los aquejados de tan seria dolencia ―que en cualquier caso se comprende―, echa uno de menos en el anuncio ese de los «derrochólicos» a gente como Fernando Alonso, como Pedro Sánchez, como la dupla paternofilial de los Sainz, como los hermanos Márquez, o como Laia Sanz… y quizá también a algún que otro periodista deportivo, de esos que se desgañitan cada vez que el bólido del compatriota rebasa al del extranjero.

Debería castigarse con idéntica pena igual daño causado de manera consciente y premeditada, con independencia de que sea infligido a un animal o a un humano

Nunca se habló tanto en España del bienestar de los animales, y todo gracias a la ley que pretende aprobar el Gobierno en lo que queda de legislatura. Me cuesta horrores creer que, en el fondo, subyazca un sincero interés por el bienestar de los «animales no humanos».

Responde el título a esa absurda y [para mi gusto] cursi moda de presentar al personal con las iniciales de su filiación completa

Siento decepcionar a quien haya supuesto al leer el título del artículo que iba este de don Josep, insigne escritor catalán, denostado ahora por el independentismo pata negra (y cerebro de idéntico color). Como me disculpo ante el lector que creyera que me disponía a hablar de don Albert, artista polifacético, catalán igualmente, que pasa un poco de todo, o eso dice, quizá para alimentar su personaje calculadamente ambiguo. Nada ni de uno ni de otro.

Un loro multicolor suelta gracietas picaronas; un aterido gatito se deja secar amorosamente por su dueña tras caer «por descuido» a la piscina; un caballo camina con brioso gesto sobre una superficie de ascuas… Por lo general, no solemos reparar en la trastienda de este tipo de publicidad, quizá porque precisamente se trata de “simple publicidad”, al fin y al cabo la hermana menor de las artes escénicas. Pero trastienda la hay, sin duda.

La pasada semana estuvo protagonizada en lo personal por la pérdida de un familiar [muy] cercano. Un padre lo es, desde luego. Hacía mucho tiempo que no sufría de cerca una experiencia de este tipo. De pequeño yo creía a pies juntillas que la muerte es un esqueleto blandiendo una guadaña.

Supongo que, como sucede con tantas otras cosas, también esto va por modas. Me refiero a los llamados mercados medievales, que proliferan por doquier desde hace algunos años sin saberse ni la causa ni el porqué de tan advenediza afición, hasta el punto de que no hay población de cierta entidad que no celebre su feria anual, donde se supone se recrea con fidelidad la vida cotidiana de nuestros antepasados. 

Dicen que no hay bebé feo, y probablemente es cierto, aunque solo sea porque a un animalito así lo vemos tan desvalido y vulnerable que tendemos a dotarlo de todo tipo de gracias y virtudes: la estética, una de ellas. Hasta los más arrugaditos y con puchero permanente resultan graciosos, incluso si objetivamente pasan más por patata vieja que por humano neonato.

De nada sirve que la tele nos diga esto último y al tiempo que casi todos los incendios tienen huella humana, en forma de accidente o irresponsabilidad. Tendría que repensarlo, pero vaya, a bote pronto, me parece a mí que si es una cosa, mal puede ser también la otra.

Se trata de individuos que en su medio natural tienen vidas ricas, que ocupan buena parte de su tiempo en la búsqueda de comida o en organizar a la comunidad en la que se integran, que deben permanecer alerta ante la aparición de posibles peligros, o preparar la cacería.

Sucede a veces que realidades o escenarios complejos bien pueden resumisrse en una imagen, en un gesto, en un breve discurso. Esos flashes vienen solos, nadie los llama, simplemente suceden. Pero resultan poderosamente seductores, impresionan… y a veces deprimen un montón. Es el caso que hoy traigo a colación, y que tiene que ver con un especio temporal y con un escenario: un minuto, un mitin. Y también con la masa espectadora.

Un año más, Pamplona se prepara a celebrar sus fiestas, que en buena medida se sustentan publicitariamente en la agresión brutal a seres inocentes (toros), en sus dos versiones escenográficas principales: corridas y encierros. En dicho sentido, deseamos hacer llegar a la opinión pública nuestro firme rechazo a cualquier manifestación lúdica que implique sufrimiento gratuito a inocentes (como desde luego es el caso).

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