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Kepa Tamames
Supongo que escribo como puro acto de rebelión personal. Y cuando uno tiene familia, es más práctico ―y acaso más cobarde― aporrear un teclado que apretar un gatillo. Huyo en general de ideologías, aunque milito sin problemas y con plena satisfacción en el animalismo, feo nombre para tan noble causa: defender a los más débiles. Autor de Tú también eres un animal (primera guía argumental en español para la defensa teórica de los animales), y Estigma (colección de relatos de muy distinto pelaje). Asimismo, he participado en varios libros corales sobre mi tema de referencia. |
Solemos pasar algunos días al año en eso que se dio en llamar la “España profunda”. Con esta terminología etiquetadora hay que observar exquisito cuidado, no sea que estés adosando calificativos a diestro y siniestro con tanta alegría como injusticia. De todo hay en la viña del Señor, y uno se alegra bastante más de que ciertos avances se perciban más en unas partes que en otras.
Se atribuye la frase “La libertad es una librería” al poeta catalán Joan Margarit (1938‑2021). Como casi todas las sentencias intelectuales, resulta de natural atractiva, seductora. También tiene su parte de verdad, lo cual significa que ha de tener igualmente su parte de mentira. Porque una librería que solo admita en sus estantes obras de una determinada naturaleza (salvo aquellas especializadas en cierta temática), no es precisamente paradigma de libertad.
Somos nuestros libros. Quien más quien menos alberga en su corazón una lista de obras que moldearon en algún grado su pensamiento. En mi caso particular, uno de esos títulos es sin duda The dreaded comparison [La comparación temida], de la activista estadounidense Marjorie Spiegel, quien en esta pequeña joya (cien escasas pero provocadoras páginas) nos sacude en plena cara abordando sin temor la para ella pertinente equiparación entre el sufrimiento humano y animal.
¿Van a votar a un partido cuyo fundador justificó ya en su primera intervención parlamentaria el atentado personal a un compañero de hemiciclo (aunque no resultó letal, el ataque se produjo); que durante la Segunda República estaba obsesionado con ir a la confrontación civil (cosa que acabó consiguiendo, para encima perderla); que intentó un golpe de estado durante la misma (mil quinientos muertos)...
No creo en Dios. Al menos no en el Dios oficial que nos venden las distintas Iglesias monoteístas, el que ha prevalecido en la iconografía religiosa, y por ende en el imaginario popular. Hablo del tipo orondo de poblada barba blanca y cara de pocos amigos que un día, por ignotas razones, decide crear el mundo.
Hay al menos dos Gámez ilustres en la reciente historia española. Y por «ilustres» debe entenderse ―por cuanto a este artículo concierne― «conocidas», dejémoslo ahí. De la que más se habla ahora es de María, quien presentara su dimisión como directora de la Benemérita hace no tanto, al estar su marido imputado por una cosa bastante fea. María eclipsa estos días a Celia en los buscadores, a pesar de que fuera aquella musa artística de toda una nación, o casi.
Tan solo durante las últimas décadas (pongamos medio siglo), la movilidad de especies silvestres ha sido muy superior a la que ha tenido lugar en los anteriores dos millones de años. Animales que durante milenios ocuparon selvas, océanos y desiertos viven hoy en salas de estar, cocinas, terrazas de apartamentos o discotecas.
Hace ya algún tiempo tuve ocasión de asistir a una boda, la primera en muchos años. Quienes me conocen saben bien que no soy precisamente forofo irredento de tales eventos sociales. Siempre me parecieron un tanto decadentes, dicho sea sin ánimo de ofender a nadie (y con la esperanza de no estar jodiendo el artículo ya en su primer párrafo).
Corre la última década del siglo XIX en la vieja América de la conquista agrícola y ganadera. La caza de búfalos y otras especies se extiende por doquier, y se ha convertido de hecho en una práctica obsesiva y criminal. Ello priva de alimento a los lobos; a ellos, legítimos y ancestrales moradores de aquellas vastas tierras.
Declara Víctor Manuel (cuyo abuelo fue picador, allá en la mina): “A veces se tiene la sensación de que parte de los políticos de este país quiere que se caigan al mar los que no están de acuerdo con ellos. Espero que los catalanes no piensen que todos somos de Vox, igual que yo no pienso que todos los catalanes son ultranacionalistas y que desean lo peor para España".
Leo en las redes ―nunca mejor etiquetada esta maraña― que ya no se podrán tener determinados animalitos en casa cuando quede aprobada la popularmente conocida como Ley de Bienestar Animal (LBA). Y acompaña el comentario, o incluso la noticia en prestigiosos periódicos, la fotografía de una anciana acariciando a un perrillo, o hablándole a su querida cotorra, quien seguro le responde, encantada de la conversación.
Multitud de comportamientos son etiquetados como «machismo» en la opulenta sociedad actual, e incluso se han creado de la nada categorías hasta ahora inexistentes, como los ya familiares «micromachismos». Y no parece descabellado pensar que a no mucho tardar seremos bombardeados por supuestos «inframachismos», «supramachismos», «paramachismos», y todos los equismachismos que se le ocurra a la clase dominante.
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