Leo en las redes ―nunca mejor etiquetada esta maraña― que ya no se podrán tener determinados animalitos en casa cuando quede aprobada la popularmente conocida como Ley de Bienestar Animal (LBA). Y acompaña el comentario, o incluso la noticia en prestigiosos periódicos, la fotografía de una anciana acariciando a un perrillo, o hablándole a su querida cotorra, quien seguro le responde, encantada de la conversación. Expuesto así, pareciera que, una vez en vigor la normativa, un comando de agentes uniformados registrará vivienda por vivienda, por si los dueños escondieran bajo la cama la jaula con Pirata dentro (pico sellado con esparadrapo, para evitar la inconsciente autodelación), o la caja tortuguera donde sestea Chepas desde hace la tira de años.
Tengo para mí que los acontecimientos no se desarrollarán de tan violenta manera. De hecho, parece lógico ―y humano― que ni a Pirata ni a Chepas les afecte en lo más mínimo la «bárbara» normativa. A lo sumo, sus tutores deberán declararlos ante la administración correspondiente, y aquí paz y después gloria: a vivir que son dos días (o dos generaciones humanas en el caso de las especies elegidas, longevas por naturaleza).
Se acuerdan ahora los antiLBA de las ancianitas que ya no podrán disfrutar de la compañía de canarios o cotorritas del amor, como si en ello les fuera su bienestar más básico. Ya les digo sin ambages que yo estaré encantado de que en breve no pueda comerciarse con determinadas especies, y tendré por objetivo personal que, a ser posible, con ninguna. Porque los amigos no deberían ser elementos de compraventa, y escrito recuerdo haberlo dejado alguna vez.
Créanme si les digo que no sé cómo acabará esto de la LBA, si como está ahora, o si mutará en algo mejor o peor, siempre juzgado desde mi perspectiva animalista. Pero espera uno que, dentro de lo razonable, se nos presente esta lo más restringida posible por cuanto a la posesión de eso que nos empeñamos en denominar «mascotas» (¿«amuletos» para quién?).
Se me ha metido en la cabeza que a ninguno de los partidos políticos que forman gobierno les interesan tanto los animales como quieren transmitir. Vale que uno de ellos lo tenga mejor que el otro por cuanto a mensaje para sus incondicionales. En esto, como en todo, serán más incondicionales cuanto más sectaria sea la formación. Nada nuevo bajo el sol.
Y no creo desvelar ningún secreto si digo que en tan particular escenario como la política frentista lo que cuentan son los votos, mucho más que la coherencia ideológica, la solidez argumental o la sensibilidad empática. Démosles cualquier iniciativa, por desnortada que sea, y lo primero que harán unos y otros es correr hacia la calculadora para ver qué cifra escupe la pantalla. A partir de ahí, se toma una decisión o la contraria. Es lo que tiene el sectarismo.
Otra cosa, ilustrativa como la que más. La formación política del Gobierno más beligerante contra la excepción de los perros de caza podría haber propuesto una normativa que prohibiera directamente toda actividad cinegética lúdica (en la práctica, buena parte de la caza como tal). Y de paso la pesca de similar naturaleza. ¿O es que los peces no sienten? ¿Y las perdices, conejos, tórtolas, jabalíes y demás fauna tiroteable? Aducen aquello de que «piano piano si va lontano». Y en cierto modo compro el aforismo, pues uno actúa de similar manera en el día a día. Pero me sigue chirriando tal argumento, que me defraudaría sobremanera si lo descubriera excusa, pues no escasean precisamente los ejemplos en boca de nuestros próceres. Con lo cual, lo vamos viendo…
¿Y qué hay del «curso» que habrá de hacer todo ciudadano aspirante a propietario de can? A mí me parece perfecto, dado que quienes tienen madera de tutores responsables nada deben temer, y quienes no, deben temerlo todo, como manda la ética más elemental. ¿Qué problema añade el cursillo de marras, que no haría sino aportar garantías para una buena experiencia vital de todas las partes? Acaba uno creyendo que determinadas cosas se critican por criticar, sin hacer el menor análisis cauteloso y honesto sobre las posibles bondades de la norma, que quizá no apreciamos desde nuestra rabia y desazón.
Por otro lado, considero imprescindible que se prohíba la cría [de sus animales] entre particulares, si de verdad queremos abordar con una mínima garantía de éxito la tragedia del abandono masivo. Hay demasiados perros y gatos sin familia como para que traigamos más al mundo; y de forma frívola, además, pues con frecuencia los cachorritos que al final no sabes a quién encasquetar (mal asunto) son fruto de una decisión escasamente meditada, cuando no del afán de sacarse unos cuartos en el mercado negro. ¡Qué grandeza ética explotar a los colegas para lucrarse! Y aclaro que para quien suscribe, es «mercado negro» cualquier tipo de comercio con animales de compañía, con absoluta independencia de su legalidad, a la postre mero detalle. Porque a los amigos se les acoge; ni se les compra ni se les vende.
Acabo. El partido impulsor de la LBA acusa ahora a su socio de gabinete de “ponerse del lado de los maltratadores, de las personas que torturan, que apalean y maltratan a los perros”. Comprobadas las consecuencias que ha pagado y sigue pagando la Humanidad ―y los animales, por descontado― la ideología a la que unos y otros se adscriben, casi que los comentarios se los dejo a ustedes.
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