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Kepa Tamames
Kepa Tamames
En el trullo se puede estar sin límite de edad, contra esa creencia popular tan arraigada según la cual con setenta ya no pisas la trena

¡Bingo!, gritará el ocurrente de turno, o acaso alargará el título con tan conocido como ordinario pareado, que no por repetido hasta la saciedad deja de hacer gracia a un sector de la población. De todo tiene que haber, supongo. Pero ya imaginarán ustedes, conociendo mi seriedad en esto de la escritura, que el tema del presente texto tiene algo más enjundia que una gracieta fácil.

El reclamo animal se ha convertido para algunos magos en su verdadero leitmotiv, cuando no en una obsesión

La persona encargada de limpiar el descansillo de la escalera se afanaba en dejar todo como los chorros del oro, cuando oyó que algo se movía dentro de una de las cajas apiladas junto al ascensor. Se acercó entre asustada y curiosa… ¡Un conejo tricolor! Solo un milagro salvó al roedor de acabar en la basura.

…juegan a vivir de ti!”

“¡Políticos estafadores, juegan a vivir de ti!”, bramaba Evaristo allá por los pasados ochenta, entonando una canción cuyo contenido sigue por desgracia tan vigente como entonces. O casi. ¿Pero qué hemos hecho para merecer esto? Les confesaré algo en lo que a buen seguro se verán reflejados no pocos lectores: la práctica totalidad de mis allegados echan pestes sobre los políticos, así, en general, sin pararse a analizar caso por caso.

La expresión se nos presenta en sí misma como un puro y demoledor oxímoron

Con cierta frecuencia aparecen en los medios noticias sobre determinadas «irregularidades» observadas en visita oficial por los funcionarios de turno en esos horribles centros llamados mataderos (no puede ser más claro y paralizante el término), prescribiendo en los casos más groseros el cierre cautelar del recinto, al no cumplir los estándares exigidos por la normativa de aplicación en materia de bienestar animal.

Así, a bote pronto, podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que nadie desea estar entre rejas: en la cárcel, jaula, chirona, trullo o talego, vamos. Apreciamos la libertad de movimientos como una de las cosas más deseables de la vida, y por lo que estamos dispuestos a luchar con denuedo… o quizá tan contundente afirmación haya que ponerla en remojo con los tiempos que corren, y visto lo visto.

Parece que el veinticinco de abril se empeña en vincularse al concepto de revolución en la Península Ibérica, si nos atenemos a dos acontecimientos que tuvieron lugar durante la mencionada fecha en el último medio siglo. Por un lado, la famosa Revolución de los Claveles, que acabó con cincuenta años de dictadura salazarista en Portugal, y de paso con una interminable y dolorosa descolonización para el país vecino en sus posesiones africanas.

No siempre. Solo a veces. Por ejemplo, en casa no suele sucederme; aunque confieso que procuro no mirar los espejos cuando paso frente a ellos, por evitar disgustos. Pero me ocurrió hace escasos días, en uno de esos centros comerciales a los que, por mor de las circunstancias, a veces uno debe acudir.

Solemos pasar algunos días al año en eso que se dio en llamar la “España profunda”. Con esta terminología etiquetadora hay que observar exquisito cuidado, no sea que estés adosando calificativos a diestro y siniestro con tanta alegría como injusticia. De todo hay en la viña del Señor, y uno se alegra bastante más de que ciertos avances se perciban más en unas partes que en otras.

Se atribuye la frase “La libertad es una librería” al poeta catalán Joan Margarit (1938‑2021). Como casi todas las sentencias intelectuales, resulta de natural atractiva, seductora. También tiene su parte de verdad, lo cual significa que ha de tener igualmente su parte de mentira. Porque una librería que solo admita en sus estantes obras de una determinada naturaleza (salvo aquellas especializadas en cierta temática), no es precisamente paradigma de libertad.

Somos nuestros libros. Quien más quien menos alberga en su corazón una lista de obras que moldearon en algún grado su pensamiento. En mi caso particular, uno de esos títulos es sin duda The dreaded comparison [La comparación temida], de la activista estadounidense Marjorie Spiegel, quien en esta pequeña joya (cien escasas pero provocadoras páginas) nos sacude en plena cara abordando sin temor la para ella pertinente equiparación entre el sufrimiento humano y animal.

¿Van a votar a un partido cuyo fundador justificó ya en su primera intervención parlamentaria el atentado personal a un compañero de hemiciclo (aunque no resultó letal, el ataque se produjo); que durante la Segunda República estaba obsesionado con ir a la confrontación civil (cosa que acabó consiguiendo, para encima perderla); que intentó un golpe de estado durante la misma (mil quinientos muertos)...

No creo en Dios. Al menos no en el Dios oficial que nos venden las distintas Iglesias monoteístas, el que ha prevalecido en la iconografía religiosa, y por ende en el imaginario popular. Hablo del tipo orondo de poblada barba blanca y cara de pocos amigos que un día, por ignotas razones, decide crear el mundo.

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