Declara Víctor Manuel (cuyo abuelo fue picador, allá en la mina): “A veces se tiene la sensación de que parte de los políticos de este país quiere que se caigan al mar los que no están de acuerdo con ellos. Espero que los catalanes no piensen que todos somos de Vox, igual que yo no pienso que todos los catalanes son ultranacionalistas y que desean lo peor para España. Alguien decía que cómo se va a pedir a la gente que vote si quiere ser español o catalán. ¿Pero qué cóño es esto y quién se lo ha inventado?".
Por supuesto, les ha faltado tiempo a los separatistas hiperventilados catalanes para colocar al buenón en la lista negra: fusilable, llegado el caso.
Ahora, el autor de Solo pienso en ti o La puerta de Alcalá (¡y de Un gran hombre: busquen, busquen, y pásmense con los muertos que cada cual guarda en su particular armario) publica un nuevo trabajo discográfico (La vida en canciones), una suerte de antología donde hace dúos con conocidos artistas patrios.
Disfruté en su momento con las canciones de Víctor Manuel (omitiré apellidos, por no descubrir la identidad del protagonista; es broma), como casi todo el mundo, y pertenecen a mi biografía de escuchante no pocos temas del muchacho, iconos sonoros de un tiempo y de un lugar. Muchacho que, por cierto, parece no envejecer al ritmo de sus coetáneos, como si tuviera lo más parecido a un pacto con el diablo. Cualquier cosa, tratándose de un comunista de pro. Y de sobremesa, pues este es de los que largan por esa boquita las excelencias de un régimen que a la que te descuidas te empaqueta con destino al Gulag, o te da un pase gratis total a la Lubianka. ¿Pero qué sabe esta gente de «la cara oculta del 'socialismo real'»? Pareciera que viven en una eterna nebulosa infantilizada que les ciega la conciencia, y así, dejando caer una bonita frase aquí y una poética reflexión enlatada entre canción y canción del concierto de turno, van tirando. Y bien que tiran los muy cucos, a tenor de su modus vivendi y de sus cuentas corrientes. Creen estos que con llevar la pegata roja en el pecho y presentarse en actos donde los vítores se llevan puestos de casa, es suficiente. Y a fe que lo es, por similar motivo al esgrimido líneas atrás.
"Ha bajado mucho la categoría política de la gente que se dedica a esto. Parece que no tienen que hacer otra cosa, y entonces se meten a político. Me deprime mucho y me enoja. Me parece ridículo que, en pleno 2022, se insulten unos a otros y se tiren de los pelos...". Bueno, querido, pues tienes aquí una ocasión piripintada para dar nombres, ya metidos en harina. Porque a uno este mantra de que «todos los políticos son iguales» ya le aburre un bastantito. Lo dicho: que confiese la filiación completa de los políticos que a él le parece que insultan, amenazan, estafan y demás. Se supone que a cierta edad a todo intelectual que se viste por los pies le da un poco igual ocho que ochenta. Pero, a tenor de los hechos, no parece tan obvia la cosa, pues bien que mencionan siglas para dejar clara su superioridad moral, al tiempo que mantienen el pico cerrado para no incomodar a los suyos. Siempre fue harto difícil nadar y guardar la ropa, y esto no ha cambiado ni para los compositores de baladas chulas.
Confieso que me crispan bastante más los que camuflan con gesto dulce y discurso melífluo su verdadera naturaleza que aquellos que vienen de frente, con puño prieto o mano rígida, esos que no esconden nada. ¿O acaso creemos que, poniéndonos en lo peor, esa gente iba a seguir actuando sobre el escenario y lanzando a un público embelesado parlamentos facilones entre tema y tema? Me parece a mí que antes se apuntaban a la checa y al paseo. Opinión personal e intransferible, por descontado.
Y con el tema elegido para el presente artículo me viene a la cabeza cuán diferente resulta cierta respuesta social ante el mismo hecho, pero con diferente dirección. Porque se aplaude sin fisuras al que transita de allá para aquí, pero no se le perdona al que hace el camino en sentido contrario.
Supongo que estamos ante una muestra más del sectarismo burdo que nos carcome, escenario que no permite pensar que a lo mejor cualquier tránsito ideológico sea el fruto de un esfuerzo personal por avistar la verdad, o al menos descubrir que puede haber otras verdades. Llama a la puerta en este punto el conocido aforismo que afirma eso de que «rectificar es de sabios». Y parece que convendría añadirle a la frase una extensión: «siempre dependiendo de la dirección del tránsito». Por mí, los tipos sosainas ―pero no por ello menos peligrosos― como Víctor podrían refugiarse en su última etapa vital donde les plazca, con tal de no perpetrar entrevistas empalagosas ni ofrecer consejos entre viejunos y paniaguados.
Ahora que lo pienso, me permito sugerirle un lugar tranquilo como pocos, y con un gasto de luz no superior al de una vela: sí, allá en la mina.
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