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Las primeras lágrimas llegaron a París. Mi hijo lloraba su retraso al trabajo. El fallo de un despertador le salvó. Su madre y yo lo abrazamos desde la distancia. Su pequeña habitación y un silencio sin respuestas le acompañaron en Madrid. Después de 20 años muchas personas humildes, en el silencio de la noche, siguen preguntándose: ¿Por qué?
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