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En una visita al Pilar de Zaragoza, las personas se arremolinaban en la pequeña capilla de la entrada. El motivo me sorprendió y no daba crédito a lo que mis ojos estaban viendo: era Bigote Arrocet, que se encontraba sentado, concentrado y de recogimiento. Aproveché para acercarme, saludarlo y solicitarle una entrevista.
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