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Garcilaso de la Vega tuvo un paso efímero por el mundo; poco más de treinta años, muchos de ellos entregados al amor desaforado a una mujer que nunca le correspondió. Lo mismo el bueno de Garcilaso, a pesar de su pena amorosa, fue un tipo alegre, dado a la algarabía y al despiporre, y se lo pasó como un gorrino en su charco de barro. Puede ser. Pero lo que le ha hecho inmortal es el sufrimiento, su lamento de amor frustrado, o más bien, el modo en que lo expresó.
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