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A trece días de la muerte de Abimael Guzmán, condenado a cadena perpetua por terrorismo, la fiscalía peruana dispuso cremar y dispersar su cuerpo en un lugar anónimo. Un castigo así no lo ha recibido antes ninguna persona fallecida en una prisión peruana (y posiblemente en cualquier otra democracia multipartidaria del mundo).
En el Perú no hay pena de muerte, pero ya hay una para penar a los muertos. El congreso aprobó que para aquellos que mueran en la cárcel bajo acusación de terrorismo o traición a la patria sus cuerpos no sean entregados a su familia, sino que puedan ser incinderados y dispersados en el mar.
No existe precedente en nuestra historia o en la de cualquier democracia multipartidaria en la cual a un terrorista que ha muerto bajo rejas se le niegue dar su cuerpo a sus deudos y se le quema y tire al mar. Si nuestra patria hace eso en su bicentenario se corre el riesgo de poner en riesgo nuestra democracia e imagen internacional, y crear las condiciones para que se repita un ciclo de vendettas sangrientas.
El qué hacer con el cuerpo de Abimael Guzmán va a tener grandes proyecciones para el futuro, para lo cual hay que tomar esta decisión de manera fría y objetiva. Hoy la mayor parte de la prensa presenta al difunto jefe senderista como el peor genocida de la historia (lo cual implica que es peor que Pizarro o que los conquistadores) y como un demonio que no debe tener una tumba a fin de evitar que esta sirva para congregar a sus seguidores.
Tras la muerte del cabecilla del PCP Sendero Luminoso se abre un debate sobre qué hacer con sus restos. En opinión del ministro de justicia Aníbal Torres se debiera incinerar y sus cenizas desperdiciarlas por el mar a fin de que no haya una tumba cuyos partidarios puedan rendirle homenaje. Dicha postura ha sido secundada por el responsable de defensa de Fuerza Popular, el ex izquierdista Fernando Rospigliosi.
Ningún medio, partido o sindicato llora la partida de quien fuera el jefe del autonombrado Partido Comunista del Perú conocido por su lema "Por el sendero Luminoso de Mariátegui". A pesar que sus partidarios lo consideran la cuarta espada del marxismo junto con Marx, Lenin y Mao y como el que era el "más grande comunista del siglo XXI", el resto de la izquierda peruana le condena.
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