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Debe permitirse a la viuda de Guzmán poder ver el cadáver de su esposo y disponer de su cuerpo

Tras la muerte del cabecilla del PCP Sendero Luminoso se abre un debate sobre qué hacer con sus restos
Isaac Bigio
martes, 14 de septiembre de 2021, 08:19 h (CET)

Tras la muerte del cabecilla del PCP Sendero Luminoso se abre un debate sobre qué hacer con sus restos. En opinión del ministro de justicia Aníbal Torres se debiera incinerar y sus cenizas desperdiciarlas por el mar a fin de que no haya una tumba cuyos partidarios puedan rendirle homenaje. Dicha postura ha sido secundada por el responsable de defensa de Fuerza Popular, el ex izquierdista Fernando Rospigliosi.


Para Torres eso se justifica, ademas, por qué Guzman carece de parientes o descendencia. Sin embargo, el si tiene una familia pues está legalmente casado con Elena Iparraguirre, la número dos de su partido, quien también se encuentra sentenciada.


Tratados legales y de derechos humanos estipulan que la viuda tiene derecho a disponer del cuerpo y decidir qué hacer con el. Si ella quisiera sepultarlo tiene todo el derecho. Pese a su condición de rea ella pudiese recibir permiso para ir a su sepelio y luego volver tras las rejas.


El temor del gobierno es que si permite ello Guzman pudiese tener un funeral y una tumba que pudiese servir como foco para sus seguidores. Sin embargo, desde un punto de vista más racional, la otra alternativa es peor. Si el ministerio del interior quisiese le fuese más fácil controlar a los partidarios de Guzmán al ficharlos al asistir a su sepelio o a su tumba, algo que de no haberlo puede que provoque que muchos de ellos retornen a la clandestinidad.


Negarse a que la viuda vea el cuerpo de su difunto esposo o poder enterrarlo (o incinerar) viola la ley y los derechos humanos, así como que no condice con la práctica cristiana y bíblica que el actual Presidente, uno de los más creyentes que ha tenido el Perú, pregona.


Puede generar cuestionamientos de parte de organismos de derechos humanos, de defensores de la ley de numerosas iglesias. Igualmente, corre el riesgo de transformar a Abimael en un mártir a quien se le ha incomunicado en una mini-celda durante casi 3 décadas y ahora se le impide ser sepultado.


No tener una tumba no impide que haya gente que le pueda rendir homenaje, tal y cual pasa con Federico Engels (quien pidió ser echado como cenizas al mar), Osama Bin Laden, Tupac Amaru o con varios líderes religiosos (incluyendo Jesucristo). Los senderistas bien pudiesen rendir tributo a su jefe en cualquier playa o bote del planeta y sin tener que pasar por un cementerio vigilado. Por último genera un precedente para que de aquí en adelante a todos los muertos por haber hecho matanzas se les trata igual. Y si es que al morir Fujimori o Montesinos se les trata diferente, eso ha de dar mayores argumentos a los senderistas a transformar a su difunto jefe en una suerte de nuevo Atahualpa.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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