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En este ambiente de indiferencia ante la muerte la ley de eutanasia va a pasar casi inadvertida. Los políticos la califican de avance, de progresismo, y no quieren oír hablar de la necesaria prestación sanitaria de cuidados paliativos, aunque grupos de profesionales médicos hayan mostrado su juicio desfavorable pues el médico, desde los tiempos de Hipócrates, Celso o Galeno de la antigüedad clásica hayan promovido el respeto a la vida.
De hallarnos en idéntica tesitura, no todos dispondríamos de la determinación que demostró poseer Robin Williams para poder poner fin a nuestra existencia. Me aterra pensar, no ya en los momentos de desesperación por los que se vio obligado experimentar tras recibir el mazazo por la desagradable noticia de la enfermedad neurodegenerativa que padecía, sino en los terribles instantes finales del actor con una soga alrededor de su cuello que le impedía respirar.
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