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El término, confuso e inquietante, se ha vuelto omnipresente de un tiempo a esta parte. Y no parece una serpiente de verano, si es que todavía existen esos ofidios de la canícula. Se ha liberado la turismofobia, en España y en Europa, y no cursa, en principio, como un brote pasajero. El designado “Síndrome de Venecia”, que sería otra forma de denominar a dicho sentimiento, ejemplifica el fenómeno, como reacción frente a la masificación turística.
Escribo cuando hace tan sólo una semana que las calles de València quedaron limpias de las cenizas y los excesos falleros. Mis Fallas han consistido en horas de televisión, cada mediodía desde el 1 de marzo cómodamente sentado en el salón de casa y con una cerveza en la mano esperando a que el grito de “señor pirotécnico, puede empezar la mascletá” iniciara el estallido de los cohetes.
Agenda de especialidades cerrada. Esperas de ocho meses en casi todas las especialidades. Esperemos que el nuevo Consejero de Sanidad ponga en marcha medidas para acabar con este despropósito.
Tengo la suerte de pasar buena parte del año en un pueblo de la Costa Oriental malagueña. El lugar se asemeja a uno de esos zangolotinos a los que los pantalones cortos permiten asomar unas señales inequívocas de crecimiento. A los que, en bastantes ocasiones, se les ve el plumero. Algo así le pasa a muchos municipios de constante crecimiento en los que se promete sin mesura y que, pasados los comicios, cuesta mucho trabajo cumplirlo.
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