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El término, confuso e inquietante, se ha vuelto omnipresente de un tiempo a esta parte

Turismofobia

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El término, confuso e inquietante, se ha vuelto omnipresente de un tiempo a esta parte. Y no parece una serpiente de verano, si es que todavía existen esos ofidios de la canícula. Se ha liberado la turismofobia, en España y en Europa, y no cursa, en principio, como un brote pasajero. El designado “Síndrome de Venecia”, que sería otra forma de denominar a dicho sentimiento, ejemplifica el fenómeno, como reacción frente a la masificación turística, pero esta es hija de la democratización de los viajes y de las vacaciones, que es el reverso del elitismo. En esto, como en muchas otras cosas, debemos evitar caer en el “totum revolutum” si queremos un análisis serio.


Puede que esa actitud de rechazo a los visitantes forme parte de algo más genérico como la xenofobia, y sea un caso particular de la misma. En España, deviene además, por razones políticas, en algo más concreto que podríamos llamar “madrileñofobia”. El virus no se me antoja espontáneo, al menos no del todo, pero tiene más capas de lo que parece. Atesora también una carga de soporte ideológico, formando parte de la polarización presente, pues los mismos razonamientos que, utilizados frente a la inmigración, desterrarían a cualquiera al jardín de la extrema derecha, se admiten como cabales y progresistas cuando se aplican al turismo.


Argumentos ambientales, económicos o técnicos aparte, pues la masificación ejerce presión sobre ecosistemas, infraestructuras y capacidad productiva, lo que se muestra detrás de estas reacciones va más allá de esos aspectos prácticos de nuestras sociedades y nuestras vidas. Escribe, en una lúcida columna, Manuel Pimentel (1) que “estamos cabreados con ellos, los turistas, sin darnos cuenta de que los turistas somos nosotros mismos. Una contradicción más en el siglo confuso de las paradojas y contradicciones”. Es evidente que turistas somos todos a poco que nos alejemos de casa, salvo que hagamos santo y seña del elitismo, real o imaginado (masa son los otros), como modo de aliviar los sufrimientos del medio natural y del patrimonio cultural, sea lo que sea lo que entendamos por este último. Y cito otro artículo, el de Francisco Carantoña (2), provecto periodista y escribidor, quien afirma que “es necesario combinar el derecho a viajar y a disfrutar de las vacaciones con los de los habitantes de los lugares visitados y con el respeto al patrimonio y la naturaleza, pero resulta indignante que se apele al «turismo de calidad», el que gasta, como alternativa a la masificación, sobre todo si lo hace la sedicente izquierda. ¿Se trata de que, como en el siglo XIX o buena parte del XX, solo puedan viajar los ricos?”.


En realidad, ciertos planteamientos, que se ofrecen loables, esconden otras ideas y otras pulsiones. Está por un lado el rechazo al mercado, paralelo a la defensa subrepticia de la planificación central, a pesar de su historia de miserias y fracasos. Constituiría ello el avatar presente de lo que Don Antonio Escohotado denominó “enemigos del comercio”. La masificación turística es una oportunidad para ellos. Y no olvidemos el peso de lo identitario, especialmente radicado en el concepto metafísico de cultura. Lo que llaman identidad (cultural, étnica, nacional) no pertenece al ámbito de los datos objetivos, sino al de la ideología. Y se relaciona con el pensamiento reaccionario, se exponga desde donde se exponga. Tiene que ver con la nostalgia o melancolía de un entorno prístino cuya pureza se ve rota a los ojos de quienes experimentan ese sentimiento devenido en ideología. Ello forma parte de los nacionalismos, y, así, el nacionalismo vasco, por poner un ejemplo, surgió en los medios ultracatólicos vizcaínos de finales del siglo XIX como reacción frente a las novedades de la industrialización y frente a las costumbres de los recién llegados a aquel paraíso aislado de las novedades de la centuria.


Este último ingrediente conceptual es el principal de los que componen la turismofobia, aunque no se reconozca siempre de manera explícita. Hay una parte de reacción frente a la masificación y el deterioro, una parte de elitismo, otra de ideología anticapitalista y, por último, la argamasa de lo identitario y de la sensación de la pérdida de paraísos que tal vez nunca existieron. “Carcundia” lo llamábamos en otro tiempo. En eso estamos.


(1) https://theobjective.com/elsubjetivo/


(2) https://www.lavozdeasturias.es/noticia/opinion/2024/08/20/turismo-signo-bienestar-debe-tratado-racionalidad/00031724146593332797439.htm

Turismofobia

El término, confuso e inquietante, se ha vuelto omnipresente de un tiempo a esta parte
Juan Antonio Freije Gayo
viernes, 23 de agosto de 2024, 11:40 h (CET)

El término, confuso e inquietante, se ha vuelto omnipresente de un tiempo a esta parte. Y no parece una serpiente de verano, si es que todavía existen esos ofidios de la canícula. Se ha liberado la turismofobia, en España y en Europa, y no cursa, en principio, como un brote pasajero. El designado “Síndrome de Venecia”, que sería otra forma de denominar a dicho sentimiento, ejemplifica el fenómeno, como reacción frente a la masificación turística, pero esta es hija de la democratización de los viajes y de las vacaciones, que es el reverso del elitismo. En esto, como en muchas otras cosas, debemos evitar caer en el “totum revolutum” si queremos un análisis serio.


Puede que esa actitud de rechazo a los visitantes forme parte de algo más genérico como la xenofobia, y sea un caso particular de la misma. En España, deviene además, por razones políticas, en algo más concreto que podríamos llamar “madrileñofobia”. El virus no se me antoja espontáneo, al menos no del todo, pero tiene más capas de lo que parece. Atesora también una carga de soporte ideológico, formando parte de la polarización presente, pues los mismos razonamientos que, utilizados frente a la inmigración, desterrarían a cualquiera al jardín de la extrema derecha, se admiten como cabales y progresistas cuando se aplican al turismo.


Argumentos ambientales, económicos o técnicos aparte, pues la masificación ejerce presión sobre ecosistemas, infraestructuras y capacidad productiva, lo que se muestra detrás de estas reacciones va más allá de esos aspectos prácticos de nuestras sociedades y nuestras vidas. Escribe, en una lúcida columna, Manuel Pimentel (1) que “estamos cabreados con ellos, los turistas, sin darnos cuenta de que los turistas somos nosotros mismos. Una contradicción más en el siglo confuso de las paradojas y contradicciones”. Es evidente que turistas somos todos a poco que nos alejemos de casa, salvo que hagamos santo y seña del elitismo, real o imaginado (masa son los otros), como modo de aliviar los sufrimientos del medio natural y del patrimonio cultural, sea lo que sea lo que entendamos por este último. Y cito otro artículo, el de Francisco Carantoña (2), provecto periodista y escribidor, quien afirma que “es necesario combinar el derecho a viajar y a disfrutar de las vacaciones con los de los habitantes de los lugares visitados y con el respeto al patrimonio y la naturaleza, pero resulta indignante que se apele al «turismo de calidad», el que gasta, como alternativa a la masificación, sobre todo si lo hace la sedicente izquierda. ¿Se trata de que, como en el siglo XIX o buena parte del XX, solo puedan viajar los ricos?”.


En realidad, ciertos planteamientos, que se ofrecen loables, esconden otras ideas y otras pulsiones. Está por un lado el rechazo al mercado, paralelo a la defensa subrepticia de la planificación central, a pesar de su historia de miserias y fracasos. Constituiría ello el avatar presente de lo que Don Antonio Escohotado denominó “enemigos del comercio”. La masificación turística es una oportunidad para ellos. Y no olvidemos el peso de lo identitario, especialmente radicado en el concepto metafísico de cultura. Lo que llaman identidad (cultural, étnica, nacional) no pertenece al ámbito de los datos objetivos, sino al de la ideología. Y se relaciona con el pensamiento reaccionario, se exponga desde donde se exponga. Tiene que ver con la nostalgia o melancolía de un entorno prístino cuya pureza se ve rota a los ojos de quienes experimentan ese sentimiento devenido en ideología. Ello forma parte de los nacionalismos, y, así, el nacionalismo vasco, por poner un ejemplo, surgió en los medios ultracatólicos vizcaínos de finales del siglo XIX como reacción frente a las novedades de la industrialización y frente a las costumbres de los recién llegados a aquel paraíso aislado de las novedades de la centuria.


Este último ingrediente conceptual es el principal de los que componen la turismofobia, aunque no se reconozca siempre de manera explícita. Hay una parte de reacción frente a la masificación y el deterioro, una parte de elitismo, otra de ideología anticapitalista y, por último, la argamasa de lo identitario y de la sensación de la pérdida de paraísos que tal vez nunca existieron. “Carcundia” lo llamábamos en otro tiempo. En eso estamos.


(1) https://theobjective.com/elsubjetivo/


(2) https://www.lavozdeasturias.es/noticia/opinion/2024/08/20/turismo-signo-bienestar-debe-tratado-racionalidad/00031724146593332797439.htm

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