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Cada día millones de vidas procedentes de granjas acuden hacinadas al terrible viaje que le lleva hasta su muerte, la muerte que pondrá final a su sufrimiento desde su primer aliento hasta el último por hacer de un ser vivo un negocio. La semana pasada, activistas de València Animal Save acudieron a las puertas de un matadero de aves en Sueca para rellenar todo el vacío narrativo que la industria cárnica no quiere contar.
Si hay un lugar escalofriante y oculto son los mataderos que cada día acaban con cantidades de seres sintientes para un momento de placer innecesario y cuya realidad está muy lejos de la que nos venden en anuncios que pretenden edulcorar la realidad y manipular nuestra conciencia, pues cualquier producto que venga de los animales conlleva la miseria, esclavitud y muerte de estos seres.
Con cierta frecuencia aparecen en los medios noticias sobre determinadas «irregularidades» observadas en visita oficial por los funcionarios de turno en esos horribles centros llamados mataderos (no puede ser más claro y paralizante el término), prescribiendo en los casos más groseros el cierre cautelar del recinto, al no cumplir los estándares exigidos por la normativa de aplicación en materia de bienestar animal.
El infierno existe y se llama matadero, lugares ocultos apartados en el polígono industrial más clandestino para poder ensañarse con sus víctimas y realizar una actividad completamente clandestina apartada de toda visibilidad puesto que a nadie le gusta verlo, oírlo y olerlo.
El pasado viernes 28 de octubre una veintena de activistas del grupo Valencia Animal Save se reunió a las puertas de un matadero de Valencia. Fueron a presenciar la llegada de los camiones llenos de aves. Cada camión transporta hacinados alrededor de 6.000 pollitos de 40 días de vida y llegan 10 camiones por día a ese matadero, lo que supone unos 60.000. Pese a su corta edad, debido a la crianza selectiva, los pollos tienen el tamaño de adultos.
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