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Caminaba sin rumbo fijo. Iba con la cabeza agachada. Si alguien hubiese reparado en él hubiera observado en sus ojos una tristeza y amargura infinitas. Juanito no sabía a dónde ir. Llevaba por lo menos tres horas andando. Era una mañana fría de invierno. El aire frígido le calaba hasta la médula de los pobres huesos de su cuerpecillo de nueve años.
No tengo más remedio que recurrir a los recuerdos. En este caso, los tiempos pasados fueron mejores. Las navidades de mi infancia fueron muy felices. Se me llena el alma de nostalgia, de lugares, de olores y de sensaciones.
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