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No me gusta nada la expresión, tan de moda en los últimos años entre políticos y analistas de la actualidad, de “ganar el relato”. No me gusta porque me parece fea, pero reconozco que es acertada. El “relato”, la narración, el modo en que se nos cuenta un hecho configura una realidad u otra, y, claro, la herramienta es poderosa en manos de los poderosos. Cosa distinta es cuando ese relato surge de la gente, aunque luego sea recogido por periodistas o publicistas.
No es fácil sentirse libre dentro de este mundo de prisiones, donde uno a veces se denigra por sí mismo, no respetándose, y poniendo más pasión en las dominaciones económicas, que en los valores de la conciencia y en el esfuerzo mancomunado para erradicar la esclavitud de nuestro planeta. Echar por tierra nuestra propia autonomía nos deja sin esencia.
A veces no es fácil la separación entre sensaciones opuestas, sobre todo si están mediadas por potentes estímulos externos. Sometidos a fuertes presiones se impone el ACOGOTAMIENTO, llegando a confundir uno mismo el carácter de sus percepciones. Aun siendo totalmente diferentes, el afecto se convierte en franca sensación de miedo a la mínima oscilación de las presiones.
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