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En varias ocasiones -como el que oye llover- he oído hablar del “don de lágrimas”. Como con tantas otras cosas, que ni salen en la televisión, ni engordan ni son pecados, he pasado por encima de este concepto como si se tratara de otra idea trasnochada y “demodé”, propia de carcas y de gente de derechas. Hoy me he parado a analizarlo.
¿Qué experimenta el hombre ante el dolor, qué piensa en su conciencia? C. S. Lewis escribe un ensayo sobre “El problema del dolor”, en un esfuerzo intelectual por esclarecer este misterio. Veinte años después, lo experimentó en su piel, y todo fue distinto, ya no era algo enigmático sino sufrido, y el diario que redactó (a raíz de la muerte de su esposa, Joy Davidman) fue publicado en 1961.
Cuando ha habido una pérdida, una crisis, da consuelo poder hablar con alguien digno de nuestra confianza. Con ciertas personas hablaremos del tiempo, de fútbol o de política, pero con otros podemos entrar en intimidad porque nos sentimos “en casa”. Son amigos y además tenemos confianza. Podemos hablar. Y hablar consuela.
Locha a locha, euro a euro, peso a peso, bolívar a bolívar… pero no los tengo, sólo soledad, pena y horror, un amor que me llama sin control, amor que huele a muerte, a asesinato, mejor no responder entonces aunque el corazón reclame.
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