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Tener en todo momento presente el comportamiento de los animales fuera de laboratorio, en su medio natural o en su hábitat; observarlo, registrarlo, comunicarlo, trasladarlo a otras situaciones, compararlo con su misma especie o con otras, deducir aprendizajes y saberes, extraer conclusiones, teorizar, vincularlo con el arte, la cultura, los seres humanos, es lo que llamaré a lo largo de este artículo como estado etológico permanente.
A veces uno quisiera ser insignificante, como lo es para nosotros, ególatras mortales, una mosca o un ladrillo. No se trata de ser despreciable, sino de ser poca cosa. No es que uno se crea imprescindible para el mundo; claro que no. Pero lo cierto es que en ocasiones parece que el entramado de la vida le ha colocado a uno en una red en la que no sabe si es araña, presa o tela.
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