A veces uno quisiera ser pequeño, insignificante como lo es para nosotros, ególatras mortales, una mosca o un ladrillo. No se trata de ser despreciable, sino de ser poca cosa. No es que uno se crea imprescindible para el mundo; claro que no. Pero lo cierto es que en ocasiones parece que el entramado de la vida le ha colocado a uno en una red en la que no sabe si es araña, presa o tela.
Por eso estaría bien gozar, por un tiempo, del estado transitorio de “pequeño”, mínimo, lo suficiente para poder mirar cómo el tiempo desmenuza la vida. O mejor, tan pequeño que el tiempo pasara de largo, como si pensara que no merece la pena el esfuerzo de amarrarse a una cosa tan banal, tan dada, por sí misma, a la inexistencia.
Los dioses ignoraban el secreto de inmortalidad. Por eso ya no existen. Solo lo insignificante permanece. Pero nadie lo percibe. Una pena.
|