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El clima espiritual de noviembre, con la comunión de los santos y el recuerdo a nuestros predecesores, nos insta a digerir y nos invita a dirigir la mirada al cielo, meta de nuestra peregrinación por aquí abajo. En estos días, las gentes suelen adentrarse en la soledad de los cementerios, donde descansan los restos mortales de sus familiares, para enraizarse de aromas y repensar sobre sus propios vínculos.
La pregunta "¿Puede uno ser plenamente humano sin sufrir tragedia?" nos lleva a reflexionar sobre la naturaleza de la vida, el sufrimiento y la conciencia. Anthony De Mello, en su obra Despierta. Para De Mello, el origen del miedo, y por ende de todo mal, proviene de la ignorancia de nuestra propia naturaleza. "Del miedo viene todo lo demás", nos dice, pero este miedo no está dirigido principalmente a la muerte, sino a la vida misma.
Todos vamos a morir, tarde o temprano, ¿qué novedad, verdad? Aunque parezca una afirmación obvia, la mayoría de los mortales vivimos haciendo todo lo posible por esquivar dicho suceso por varios motivos. Pues bien, hoy reflexionaremos sobre la finitud como aspecto constitutivo de una vida plagada de posibilidades y cuya única imposibilidad de todas ellas, es la muerte.
Comienza con nuestros padres, en especial con nuestra madre. ¿Cómo llega a nosotros el éxito? Llega cuando podemos honrar a nuestra madre y aceptar a nuestros padres tal como son, con agradecimiento por el don de la vida que nos han dado.
Los espacios nos definen, ya sea al nacer, al crecer, incluso al morir. El nombre del lugar donde naces y mueres te acompañará siempre en tu pequeño currículum geográfico. Recuerdo a mi madre en sus últimos años como, por circunstancias y también por asueto, gustaba de viajar; ella que en su primera juventud no lo hizo nunca, salvo algunos traslados en carro con su padre vendiendo fruta, y luego inmersa, como estuvo en criar y atender a niños y mayores durante mucho tiempo.
Una vía hacia la felicidad es la consideración de los retos de la vida, como oportunidades para mostrar de qué estamos hechos a nosotros mismos y a los demás. En toda existencia aparecen obstáculos y problemas, porque la vida, en sí misma, es problemática y no puede ser de otra forma. Una actitud optimista y realista sirve para la interpretación de las circunstancias vitales, desde una perspectiva positiva. Esto mismo puede marcar una gran diferencia, en el nivel de nuestra calidad de vida.
Creo que se trata de una buena noticia el que decidamos decir “sí a la vida de los demás”. Empezando por el prójimo-próximo. Ese que deambula por nuestro metro cuadrado. Y continuando por aquellos a los que una sonrisa o un apoyo explícito, les permiten superar los problemas que les producen una sociedad hostil e individualista.
Hace unos días, mientras saboreaba mi café matutino, me di cuenta de la profunda lección que esa taza podía ofrecerme. ¿Qué significa vaciarme? La taza me enseña que para llenarme de cosas mejores de las que tengo, necesito vaciar primero aquello que no me interesa; además, tengo que aprender a mostrarme vulnerable, a admitir que algo ha cambiado, que ya no está.
Cuenta Elisabeth Kübler-Ross de Jan, una mujer joven que se sintió poco a poco atraída por la religión y a partir de un dolor le habló a su marido de la muerte, le dijo: “Jeffrey, sé que he de morir porque mi abuela ha venido a visitarme y me ha dicho que me reuniré con ella muy pronto”. Le dijo que quería mucho a su abuela y que fue una bonita visita. Al poco, se confirmó el diagnóstico de un dolor que sentía en la pierna (cáncer de pulmón con metástasis en los huesos).
Recuerdo a una mujer que perdió a su esposo y el día del entierro en un trágico accidente automovilístico murió una hija suya también. Se encontraba abrumada por la negación y la tristeza. Pasó mucho tiempo furiosa por la injusticia de la situación. Con el tiempo, sin embargo, María comenzó a darse cuenta de que no podía cambiar lo que había sucedido. Decía: “no puedo romperme la cabeza contra la pared. Tengo que mirar a los demás hijos que me han quedado”.
La actitud ante la muerte es muy diversa, según las personas. Hay quien piensa que desaparecemos con nuestras células, y que hay que aferrarse a la vida mientras uno esté bien, y otros pensamos que nuestra alma es inmortal y sigue su camino después de esta experiencia.
La brevedad de la vida es un hecho sobre el que han escrito y filosofado Séneca y otros muchos. No se debe derrochar el tiempo, como si fuese infinito, algo que hacen muchísimas personas a lo largo de su existencia. El tiempo del que dispone el ser humano, de forma general, es largo y amplio, si se sabe aprovechar. Se puede afirmar que el tiempo es la esencia de la vida, ya que estamos hechos de tiempo.
Los que vuelven después de la muerte aparente tienen experiencias de una luz, del túnel, o cosas similares como campos o jardines o bosques donde encuentran la posesión de su esperanza, por ejemplo un cristiano a Jesús, a la Virgen o a sus santos preferidos.
No sería incoherente pensar al vocablo poesía como antónimo de economía. Todos preferimos, en el fondo, la primera, pero la segunda es inasequible al desaliento; nos hace descender, con frecuencia, de la nube blanca y esponjosa de nuestros ensueños o delirios, y resulta ello tan desagradable como despertarse con brusquedad de un sueño dulce.
La vida posee un valor absoluto, ya que solo tenemos una oportunidad para existir y debemos aprovecharla, con la máxima intensidad posible. Independientemente de las creencias es evidente que existen infinidad de formas de vida realizables, en función de los deseos de cada persona.
Hoy siento deseos de brindar mis manos para sujetarte y que no te tires al abismo. Suicidarse, nunca. A pesar de que interiormente sepas que las conductas de otros pueden llevarte a esa acción. La velocidad máxima permitida a la que debemos conducirnos es 120 km/h, porque si nos excedemos podemos chocar y destruirnos.
Puede que envejecer sea un asunto ineludible e irreversible, pero no necesariamente negativo. Todo tiene sus anversos y reversos. Lo significativo está en que nosotros no acortemos el entusiasmo existencial, crucificándonos a diario y olvidemos vivir, hacer familia y renovarnos.
Por desgracia, son muchas las personas que hoy día mueren en hospitales con poca presencia de su familia y sin un ambiente acogedor. Y eso es porque la muerte está proscrita en nuestra cultura. No me gustan esas colas de gente que va a ver a alguien cuando ha muerto, cuando podían haberlo visitado antes, mientras estaba enfermo.
Corre por Internet un relato: la vida es como un viaje en tren. Cuando nacemos y subimos al tren, encontramos dos personas queridas que nos harán conocer el viaje hasta el fin: nuestros padres. Lamentablemente, ellos en alguna estación se bajarán para no volver a subir más. Pero, a pesar de esto, nuestro viaje debe continuar; conoceremos otras interesantes personas, durante la larga travesía, subirán nuestros hermanos, amigos y amores.
El estrés es una enfermedad de nuestros días, que no viene de la acumulación de trabajos sino de la pre-ocupación por ellos, es decir la sensación de que hay muchas cosas pendientes por hacer. En cambio, la paz viene de que en lugar de pre-ocuparnos simplemente nos ocupemos de lo que toca ahora, del día a día, pero sin pre-ocuparnos.
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