La ilusión, la emoción y la sorpresa siguen en un rincón de nuestra memoria dispuestas a desatarse si sabemos encontrar en el recuerdo de nuestra vida la autenticidad de aquel preciso momento. Ahí queda a la vista nuestro asombro ante la aparición del prodigio, y su magia es la única realidad que nos rodea. Todas las actitudes tienen que ver con el espíritu de cada uno de nosotros, y es el espíritu, a veces de un niño, el que impone acontecimientos de estrategia de la propia vida.
Todos los humanos con sentimiento tenemos un lugar donde nos sentimos protegidos, donde la estrella fugaz del tiempo nos abraza, nos mima y nos habla.
El cruzar el azul del cielo debe esperar, no debemos posarnos en el árbol del ahorcado, sí, ese que da título a un magnífico western del año 1959 protagonizado por el gran Gary Cooper y por Maria Schell. Debe alumbrarnos una cascada de luces, aunque esas luces pertenezcan al Barroco, y nuestra ficción de la vida debemos hacerla realidad, es decir, lo celestial debe convertirse en una democracia de nosotros mismos: con ángeles de verdad que velen por nosotros y nosotros por ellos, que seamos guardianes recíprocos.
Nuestra vida debe ser un halo de divinidad singular contando con la veneración entregada de quien amamos.
|