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Guardianes recíprocos

Todos los humanos con sentimiento tenemos un lugar donde nos sentimos protegidos, donde la estrella fugaz del tiempo nos abraza, nos mima y nos habla
José Antonio Ávila López
viernes, 29 de noviembre de 2024, 10:04 h (CET)

La ilusión, la emoción y la sorpresa siguen en un rincón de nuestra memoria dispuestas a desatarse si sabemos encontrar en el recuerdo de nuestra vida la autenticidad de aquel preciso momento. Ahí queda a la vista nuestro asombro ante la aparición del prodigio, y su magia es la única realidad que nos rodea. Todas las actitudes tienen que ver con el espíritu de cada uno de nosotros, y es el espíritu, a veces de un niño, el que impone acontecimientos de estrategia de la propia vida. 


Todos los humanos con sentimiento tenemos un lugar donde nos sentimos protegidos, donde la estrella fugaz del tiempo nos abraza, nos mima y nos habla. 


El cruzar el azul del cielo debe esperar, no debemos posarnos en el árbol del ahorcado, sí, ese que da título a un magnífico western del año 1959 protagonizado por el gran Gary Cooper y por Maria Schell.

Debe alumbrarnos una cascada de luces, aunque esas luces pertenezcan al Barroco, y nuestra ficción de la vida debemos hacerla realidad, es decir, lo celestial debe convertirse en una democracia de nosotros mismos: con ángeles de verdad que velen por nosotros y nosotros por ellos, que seamos guardianes recíprocos. 


Nuestra vida debe ser un halo de divinidad singular contando con la veneración entregada de quien amamos.

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A lo largo de la vida podemos comprobar cómo la madre es el “punto de encuentro” capaz de reunir a todos los miembros de una familia por muy desperdigados que estos se encuentren. No voy a descubrir ahora el valor de la madre como persona, como conciliadora y como sumo matriarca. Pero, una vez más, me vuelvo a sorprender por su capacidad de comprensión, de su forma de tratar a cada uno de los hijos, nietos y demás familiares como si fueran los únicos seres del mundo.

La hipocresía, entendida como el acto de fingir virtudes, sentimientos o intenciones que no se tienen, se ha convertido en una herramienta cotidiana. Personas que critican en voz alta lo que en privado practican, quienes predican valores que no aplican o aparentan estar por encima de los demás.

La vida hecha juego. Otra vez. Como si el tiempo no hubiera pasado, pero con nuevos retos, reglas y trampas. Hace tres años reflexioné sobre el paralelismo entre El Juego del Calamar y la situación político-social en España. Ahora, con el estreno de la segunda temporada de esta distopía televisiva, toca revisar si algo ha cambiado. Spoiler: todo sigue igual. La serie, al igual que nuestra realidad, parece condenada a repetirse.

 
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