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Acerca del sentido de la vida en los albores de un fin de época

Para Josep María Fericgla, antropólogo catalán, todos los fines de era son violentos, desordenados, sin espiritualidad, ni disciplina ni límites claros en nada
Eduardo Luis Aguirre
jueves, 27 de marzo de 2025, 09:19 h (CET)

Josep María Fericgla, antropólogo catalán de una trayectoria tan dilatada como atípica y original en sus experiencias, habla sobre la vida y la muerte. Señala que un joven que no luche para expandirse, para aprender a vivir, para gozar de la vida, es tan absurdo como un anciano que no se prepare para la muerte, como sucede en occidente, donde se recurre a un festival de fármacos, de bótox y otros recursos y herramientas para disimular el paso del tiempo cuando el único sentido de la vida de un viejo es prepararse para tener una buena muerte. Fericgla está convencido que la única pandemia de la época es la depresión, que va a ir por más porque no es algo que se resuelva con fármacos, por más que algunas veces sean útiles. La depresión no se revierte con fármacos porque su origen es otro. Para él, la depresión tiene un padre y una madre. El padre es la presión social. La madre es la soledad. 


Cuando una persona está sola, no tiene un grupo de referencia, una familia, amigos o un lugar común donde departir, convivir y compartir, como pasaba antes con las tribus y las familias extensas y además de eso siente la presión social de parecer, de tener, de comprar en general el resultado es la depresión. Interesante manera de contraponer los mandatos colonizadores del capitalismo en los sujetos y la necesidad de contraponer la convicción de que existen límites o expectativas no posibles. Por más que un enjambre de libros de autoayuda, iguales por dentro y por fuera, o grupos dirigidos por individuos inescrupulosos que no trepidan en depositar el peso de la responsabilidad de “ser feliz” en la dramática existencia de sus crédulos seguidores insistan con estas perversas corrientes new age, el verdadero sentido de la vida y de la muerte discurren por caminos absolutamente diferentes, que no dependen de la voluntad individual de miles y miles de víctimas inocentes que pagan en esos verdaderos festivales de estafas iatrogénicas. “Todo esto de 'cambia, transforma' es una payasada. No hay nada que cambiar. El único cambio real es aceptarse a sí mismo. Y no en un sentido de autocomplacencia ni narcisismo. Es muy difícil aceptarse a sí mismo”.


Si el 10% de la realidad recuperara el ritual de no hacer nada durante media hora, sólo pensar y contemplar, cambiaríamos la realidad. Pero hoy no es fácil pensar ni contemplar. La fugacidad que impone el sistema conculca en primer lugar al pensamiento y a los rituales comunes, aunque se trate de ir a tomar una cerveza con amigos.


Cuando el antropólogo se refiere a la necesidad de recuperar espacios de comunidad no alude a comunidades en red, no habla de comunidades de likes. Por el contrario, cree que las redes promueven o estimulan una forma concreta de soledad, que además se expresa en nuevos hábitos de individuación que suspenden los contactos reales, corporales, espirituales y amorosos con los otros. Los suspenden o los impiden. La soledad, entonces, no solamente es un componente fundamental para multiplicar el crecimiento exponencial de la depresión, sino que además es capaz de reformular los hábitos y conductas de vida. Los diálogos comienzan a hacerse más prietos, los sentimientos no se expresan ni con miradas ni con abrazos sino con emojis, la pasión y el deseo disminuyen, incluso decrecen las relaciones sexuales entre jóvenes, hay ciudades en las que la soledad se ha hecho una elección de vida avasallante en nuestros días. Para dar un ejemplo, el 37% de los pisos de Barcelona, en tiempos de dificultades sin precedentes para acceder a una vivienda están habitados por personas que viven solas. Mucha de esa soledad puede atribuirse a los dispositivos, las plataformas y la tecnología. Pero también una singular forma de defender supuestos espacios individuales, formatos y prácticas desagregadas que atraviesan transversalmente la vida de relación no pueden dejar de considerarse. 


Es interesante detenerse en el ejemplo que Fericgla establece en el paso de la familia extensa o rural a la nuclear. La familia extensa era (y sigue siendo en aquellas civilizaciones en las que conservan vigencia) verdaderas comunidades. La familia nuclear de las sociedades rurales se construye en base a la sacrificialidad del éxito económico, el acceso social, el consumo y la pérdida del sentido de autoridad simbólica y el desprecio por los espacios dialógicos pero también de un ocio reflexivo que es fundamental para la salud mental y el buen vivir de un ser humano.


El investigador remite a las distintas eras y la evolución de las distintas civilizaciones. Estima un futuro desastroso, ve a la humanidad como una tropilla donde los caballos galopan hacia un abismo sin que nadie pueda detenerlos. Ni siquiera ellos quieren detenerse. Todos los fines de era son así, en su parecer, violentos, desordenados, sin espiritualidad, ni disciplina ni límites claros en nada, ni en el sexo (sic).


Conjetura que vamos hacia otra época de esclavitud dura donde la sujeción no se produce con cadenas sino con pantallas, con inteligencia artificial. Lo dice con pánico y tristeza porque más que en él piensa en sus hijos hijos. No obstante, piensa que tal vez esa civilización degradada convivirá con pequeños núcleos de gente que cultivará semillas en comunidades alejadas, gente que se apartará de la masificación, que no pasará sus días mirando TikTok. Y que cuando muera, naturalizará ese tránsito como algo inexorable pero natural, porque posiblemente seguirá viviendo en la amorosidad de una comunidad empoderada.

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