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El tiempo es implacable con los seres vivos, sentimiento un tanto cruel para la sensibilidad de los humanos. Nos zarandea sin escrúpulos y apenas nos indica someramente los principios y finales; las informaciones que nos deja, apenas son indicios cuyas confirmaciones se pierden en asombrosas lejanías.
En un mundo donde, si se tiene la conciencia activada, la derrota es continua, uno encuentra perversos oasis placenteros donde mostrar la rebeldía en los pequeños detalles que ofrece la cotidianidad. Pesar tomates buenos como tomates del montón, llamar mexicana a la americana de tu traje como venganza al mundo lingüístico de Trump o elegir completamente al azar entre libros, películas y música para escapar del algoritmo.
En un tiempo en que lo invisible gobierna nuestras pantallas, donde algoritmos y redes aclaran todas las dudas de nuestros pensamientos, surge una pregunta que trasciende lo técnico: ¿Puede una inteligencia artificial, hecha de datos y circuitos, rozar lo más esencial de nuestra humanidad?
El ser humano sufre frío y sufre calor, el ser humano sufre el día y sufre la noche, el ser humano sufre la alegría y sufre la tristeza, pero a veces, existe profunda tristeza: cómo curarla. Este artículo no podrá darle la solución, este escribiente no es tan sabio ni tan prudente para dar una solución, pero sí hago referencia a una entrevista y a un libro escrito por un catedrático de ética, que nos cuenta su experiencia personal.
Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.
Vivimos en una época donde los hechos ya no son el centro del debate. La objetividad ha perdido fuerza frente a las emociones, y las creencias personales muchas veces pesan más que cualquier dato comprobable. Es lo que se conoce como 'posverdad', un fenómeno que ha cambiado profundamente la manera en que entendemos la realidad.
Ante las limitaciones físicas, consecuencias producto de dos accidentes sufridos, una de mis hermanas, mi apreciada Maritza, al conocer la continua perseverancia de mi dedicación a pensar, leer, escribir y más escribir, asunto al que me empeño, de manera objetiva y con responsabilidad; ella, mi hermana, preocupada me solicitaba descansar y más descansar.
Aquellas personas que piensan la y sobre la realidad y aquellas otras que son y viven la realidad y son pensadas por las primeras. O sea, la elite que interpreta el mundo y la grey subalterna que elabora los objetos o mercancías que hacen el mundo. Cierto es, un binomio reduccionista para descomponer lo complejo.
Tomar el camino correcto no es nada fácil, tras las caídas hace falta soportarse a sí mismo y no vagar por cañadas que nos hunden en nuestras propias miserias humanas. Para ello, hay que aprender a quererse uno mismo, con amor sano y saludable. Todo requiere su quehacer, comenzando por amar el trabajo y no dejar que nazca el enfermizo virus de la ociosidad.
Es impresionante, a lo largo de la vida contactamos con innumerables objetos y participamos en un sinfín de ideaciones e inquietudes. Con el paso del tiempo se difuminan en su mayor parte, se desfiguran, hasta desaparecer de los horizontes; sólo persisten algunos con desigual potencia.
Es un lugar común que habitamos una época de individualismo feroz donde el narcisismo egoísta es más o menos una conducta social apegada a la piel de cada persona. Sin embargo, contrasta con este hecho casi incontrovertible la cantidad de solidaridad y caridad estructurada alrededor de organizaciones sociales y benéficas que hacen del altruismo estandarizado su razón ética o moral de ser. Su generosidad resulta inatacable: dan sin esperar nada a cambio.
Desde hace algún tiempo se vienen sucediendo estudios sociológicos que nos vienen a decir que estamos situados arriba de la ola de un ciclo caracterizado por 'revivals' de todo signo. La vuelta a un pasado idealizado de valores fuertes (tradicionales y religiosos) e identidades claras (nosotros contra ellos), es, concluyen los susodichos informes o dictámenes más o menos serios, la característica singular de nuestro tiempo.
“La vida son pasiones o son ataduras, que aparentan razones, asesinas de ternuras”. Somos quienes esquizofrénicamente nos pueblan, inédito. EMP. Porque las emociones no se “gestionan”, las emociones nos “gestionan”. A las emociones se las enfrenta tomando conciencia de su carácter antagónico, y apostando por las liberadoras contra las represivas.
Hoy quiero invitarlos a reflexionar sobre un asunto urgente en nuestra sociedad actual, en la cual nos estamos convirtiendo en expertos en señalar las fallas del mundo, exigiendo transformaciones externas permanentemente mientras ignoramos el microcosmos de nuestro propio ser.
Josep María Fericgla, antropólogo catalán de una trayectoria tan dilatada como atípica y original en sus experiencias, habla sobre la vida y la muerte. Señala que un joven que no luche para expandirse, para aprender a vivir, para gozar de la vida, es tan absurdo como un anciano que no se prepare para la muerte, como sucede en occidente, donde se recurre a un festival de fármacos, de bótox y otros recursos y herramientas para disimular el paso del tiempo.
Hoy quiero invitarlos a reflexionar sobre un asunto fundamental para nuestra sociedad actual, en la cual la certeza de la mentira naturalizada parece haber suplantado a la duda: cada vez más personas sostienen convicciones inquebrantables en torno a la política, la moral, la ética, la estética y la identidad, sin cuestionar si estas creencias son producto de una reflexión genuina o simplemente un eco de lo inoculado (o inculcado) por la moda de turno.
Aunque pueda parecer lo contrario, el saber no es lo primero, acontecen los hechos, los experimentamos y algún tipo de saber alcanzamos: el saber se consolida como algo retardado. Esto es muy evidente en torno a las sucesivas truculencias de la vida, insidias, corrupción, drogas o simples perversidades.
Está creciendo el número de personas que no están dispuestas en absoluto a satisfacer las necesidades de otras personas. El nivel de enfriamiento por calor humano en diferentes regiones del mundo ha aumentado significativamente. Es hora de activar nuestras alertas sobre este aspecto.
He querido iniciar el presente escrito indicando que no siendo todo lo que expongo producto de la exclusividad de mi creación, sino en gran manera producto del cúmulo de conocimientos que la vida activa me ha ido poco a poco enseñando, adicional a lo que he retenido de todo lo que he leído.
Las primeras impresiones no siempre son las más fidedignas, aunque tampoco conviene desdeñarlas sin más; estamos acostumbrados a los descubrimientos sorprendentes y equívocos. Nos encontramos en esa tesitura al confrontar la capacidad de poder elegir, con la libertad y el aprovechamiento de las decisiones derivadas.
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