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El oficio de pensar

Si piensan por nosotros, jamás seremos libres
Armando B. Ginés
jueves, 10 de abril de 2025, 08:55 h (CET)

Aquellas personas que piensan la y sobre la realidad y aquellas otras que son y viven la realidad y son pensadas por las primeras. O sea, la elite que interpreta el mundo y la grey subalterna que elabora los objetos o mercancías que hacen el mundo. Cierto es, un binomio reduccionista para descomponer lo complejo.


Sin embargo, esa división o fractura entre lo intelectual, el alma superior, y lo manual, el cuerpo inferior, tiñe de blanco y negro toda la historia narrada de la Humanidad por los que ofician de pensadores: filósofos, científicos, periodistas y artistas en general.


Dice el mito occidental por antonomasia que todo comenzó en la Grecia clásica. Todo lo que nos queda de ese remoto tiempo son pensamientos de hombres. Lo que pensaban los que trabajaban con las manos, las mujeres y los esclavos se ha ido por el sumidero del olvido.


Esa dicotomía excluyente entre pensar el mundo y hacerlo a base de labores diversas sigue estando presente en la sociedad de hoy. El prestigio de pensar es infinito, mientras que el trabajo de los de abajo, aun siendo necesario, es considerado como actividad humana secundaria.


Todavía habitamos la caverna platónica, donde lo ideal y perfecto, los arquetipos que piensan y son, es de orden cualitativamente divino y las sombras que proyectan, la realidad “real” que vemos, es mera apariencia. Tal división está inscrita en la memoria histórica y social desde entonces.

Si observamos la política, los medios de comunicación, el arte en sus diversas manifestaciones y los liderazgos de todo tipo y condición, la inmensa mayoría está copada por cabezas que solo piensan, cerebros generadores de ideas más o menos sublimes, ajenas a la realidad que los circunda. No hace falta dar ejemplos, están a la vista de todos.


Si bien el pensar es un hacer y el hacer una forma de pensar aplicada para transformar la realidad en objetos de consumo o servicios sociales, la dualidad pensar versus laborar persiste como sedimento cultural enraizado muy hondo en la ideología de uso diario.


La separación a ultranza entre ambos quehaceres, pensar y trabajar, es muy difícil de erradicar, lo cual provoca una indefensión asumida por los que trabajan en oficios manuales y una autoestima crecida entre los profesionales del arte, la Academia, la política y los medios de comunicación.


¿Dónde se reflejan los pensamientos e ideas del colectivo de trabajadores y trabajadoras?

Directamente, en ningún sitio. Como mucho son protagonistas de estudios, perfiles, informes y análisis socio y psicológicos, ficciones noveladas u otros motivos de inspiración artística. Sus vidas nunca las cuentan en primera persona, siempre son objeto de interés de aquellas personas acreditadas por convención para interpretar sus mediocres existencias, que en ocasiones son elevadas a la categoría de arte sublime.


El oficio de pensar da que pensar. En su quinta acepción, la RAE define pensar como echar pienso a los animales. Desde la óptica del sujeto que piensa, sus pensamientos, parecen eso, pienso o alimento para el animalario humano que no tiene por objeto pensar. Los que no piensan consumen los pensamientos de aquellos dotados mágicamente para pensar.


Pero hete aquí, que la octava acepción de la RAE nos dice que pensar también es o puede ser tener en consideración algo o a alguien al actuar. Considerar abre una vía a la eticidad del pensar y lo pone en relación directa con el actuar o hacer o trabajar o laborar. Por tanto, aquí el divorcio de pensar y actuar es puro relato, mera ficción.


Decía el Sócrates platónico, que solo sabía que nada sabía. Y sobre esa perogrullada mentirosa hemos edificado la sociedad occidental. La frasecilla tuitera encierra, al menos, tres falacias: saber que nada se sabe es por lógica saber algo, saber que nada se sabe es una paradoja circular y hueca que nada expresa y saber que nada se sabe ya es intuir que hay un algo, un mucho o un todo que puede ser aprendido o conocido. Parece pensamiento profundo pero no es más que superficialidad bañada en lirismo estéril.


Si a este Sócrates le agregamos la solemne estupidez de preferir la muerte injusta y redentora a la huida al exilio por amor a la verdad, tenemos casi al nazareno neotestamentario del cristianismo inmolado para salvar a la Humanidad en la cruz. ¡Y luego dicen los que ofician de pensadores que ya no vivimos de mitos!


No existe el puro y exclusivo pensar, aunque muchos vivan de sus pensamientos, ni el puro hacer sin pensar o reflexión propio. El universo platónico de filósofos, guerreros y gente trabajadora fue un pensamiento interesado de un filósofo de la nobleza social. De ahí ese mundo segregado entre aquellos que piensan en lo alto y abajo la chusma obligada al trabajo cotidiano.


Se atribuye al filósofo británico Francis Bacon la siguiente sentencia: “Quien no quiere pensar es un fanático, quien no puede pensar, un idiota, y quien no se atreve a pensar, un cobarde.” Salvando la distancia histórica diera la sensación de que está hablando de fascistas de toda laya, trabajadores apolíticos y seguidores irracionales de cualquier fundamentalismo religioso.


Si piensan por nosotros, jamás seremos libres.

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