Las primeras impresiones no siempre son las más fidedignas, aunque tampoco conviene desdeñarlas sin más; estamos acostumbrados a los descubrimientos sorprendentes y equívocos. Nos encontramos en esa tesitura al confrontar la capacidad de poder elegir, con la libertad y el aprovechamiento de las decisiones derivadas. Cuando se multiplican las opciones nos sentimos con mayor libertad, sin parar mientes en las servidumbres asociadas a la capacidad de elegir. El hecho de ejercitar una ELECCIÓN entraña muchos condicionantes simultáneos, que no siempre valoramos, por estar inmersos en actividades rutinarias o imbuidos de prepotencias injustificadas. Abundan las bondades y patrañas en torno a la actitud de elegir, el muestrario no deja libre a nadie.
En el tobogán rutinario desaparecen las deliberaciones, se suceden las actuaciones con una suerte de naturalidad irreflexiva; en ese trayecto, no cabe hablar propiamente del acto de elegir. Aunque en el subconsciente se asienten conocimientos previos, de tan asumidos, ya no hace falta pensar en ellos. A lo sumo, los razonamientos suenan como ancestrales, quizá ni se recuerdan sus argumentaciones. Tampoco contribuyen a su consideración, la acumulación de problemas sin resolver, ni el apremio agobiante del tiempo, al que añadimos prisas atolondradas. La presencia de los AUTOMATISMOS nos evita muchas deliberaciones y nos cierra el camino a la participación, perdiendo protagonismo y eludiendo responsabilidades.
En la urdimbre de la vida, si algo abunda son las ramificaciones, con toda clase de conexiones y repercusiones. Como derivación inevitable, percibimos la incapacidad, tanto personal como colectiva, para registrar la totalidad de los eventos y sus engranajes. Por eso, en el asunto tratado hoy, se nos plantea a diario el reto de elegir sin conocer a fondo las opciones y sus fundamentos. Nos vemos obligados a proceder enfrentados a la FRAGMENTACIÓN que llegamos a detectar; no podemos evitar los cabos sueltos inaccesibles, quedando de manifiesto la incompletud de nuestras actuaciones. Conscientes u olvidadizos, el hecho real confirma esa insuficiencia, con todo el cargamento de inseguridad que arrastra y la frivolidad que permite.
Como ya es archisabido en estas calendas sabelotodo, quizá no tanto, no existen garantías para la Verdad con mayúsculas. Cuando escogemos una afirmación como auténtica, nos conviene no perder de vista los retazos de la misma dejados de lado. Elegir algo supone renunciar a otras opciones. Más de una vez, después de quedarnos satisfechos por haber escogido algo, acabamos comprobando las mejores prendas de la opción desechada; se trate de objetos materiales o ideas asumidas, las repercusiones se observan con frecuencia con efectos retardados. Los ANTAGONISMOS cobran una prestancia inusitada, encienden las disputas y tensan las valoraciones. Con la perplejidad si ambas versiones adquieren valor similar, sin contundencia decisoria.
Las perspectivas se expanden como una especie de fuegos artificiales, con rasgos imprevisibles en cualquiera de sus momentos expresivos. Se juntan las pretendidas objetividades con las variaciones de la sensibilidad de protagonistas y observadores. Al escoger, sacamos a colación las pertenencias ancestrales, incluidas las del subconsciente, y las apreciaciones ligadas a las cualidades y querencias propias actualizadas; procedemos a una peculiar tarea creativa e insustituible:
La tarea de elegir Elegir es un sufrir Si parto de cero, Por escasez de números
Elegir es un sufrir Si del sentir me ocupo Me pierdo en lo diverso
Elegir es un sufrir Por el conocimiento No alcanzo a todos
Elegir es un sufrir Optar por lo cierto Descubre los tropiezos
Elegir es un sufrir Bien cargado de anhelos De las trabas al pairo
Pero sufrir al elegir Se acomoda al presto vivir Con el sencillo decidir Del placentero compartir
Si dar sentido a nuestras decisiones es complicado, conferir orientaciones adecuadas a las organizaciones sociales rozará la utopía, son tantas las maneras de afrontar las situaciones. Con frecuencia se crean estructuras con buenos propósitos y al llevarlas a la práctica chirrían de forma alarmante. Al comprobar su realización, ciertas utopías, se transforman en todo lo contrario y desastroso. Cuando a la hora de elegir nos basamos en uno de esos diseños, ensimismados; podemos olvidar que detrás se encuentran las personas. Con los PROTOCOLOS puede ocurrir algo así, su buen fundamento para evitar despistes graves; se desvirtúa con la mencionada postergación de los individuos afectados y eso contamina nuestra elección.
Otra controversia en relación con las decisiones propias surge de las repercusiones derivadas de ellas, las consecuencias de cuantas actuaciones originaron. Quizá lo habitual sea el control de dichas decisiones, conexiones y sus efectos. No obstante, ese control se dificulta a medida que avanzan los procedimientos; no digamos, si las decisiones adoptadas fueron defectuosas o claramente maliciosas. De cualquier forma, el DESCONTROL progresivo de los efectos desencadenados resulta natural por la ampliación sucesiva de factores implicados. No vale ignorar esas derivaciones, el grado de responsabilidad por su desarrollo es patente. Si se asume o no su realidad en los comportamientos sociales, se me antoja como otra realidad muy preocupante.
Como mínimo, nos desenvolvemos en unos ámbitos crípticos y el tránsito por sus trazados adquiere perfiles laberínticos. Los gustos personales, emociones y pasiones, también intervienen. La hebra reservada a la PERSONALIDAD propia se ve obligada a discernir entre la idiotez infeliz de los lamentos, la adscripción servil y el posicionamiento participativo, junto a otras opciones. Son muchas las circunstancias y limitados los recursos.
|