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Me refiero a esas apreciaciones que nos deslizan hacia la experiencia sublime en los diferentes estratos de la presencia humana. Contienen el duende necesario para abstraernos de las naderías y hacernos fijar la atención con maestría, moviendo hilos indescriptibles. Funcionan con ese algo especial capaz de congregar en el mismo estrado fascinante a la emisión de un mensaje de calidad y la fina sensibilidad del receptor.
Tenemos meridianamente clara la profundidad de la caverna, la describió Platón con todo su simbolismo. A lo largo de los siglos hemos experimentado su realidad. Las entendederas de los más inteligentes no han logrado hallar la salida de la cueva pese a sus abundantes alardes y proclamas. Hablar es sencillo, decir algo con fundamento ya requiere mayor consistencia.
En primer lugar, habremos de considerar si existen o únicamente pensamos en ellas. Después comprobaremos si están abiertas o cerradas, si hablamos de un edificio, si las contemplamos en sentido figurado al contemplar la realidad, si apenas tratamos de fantasías sin mayores fundamentos.
La vida nos aboca a numerosos caminos, con un enorme muestrario de sensaciones y cavilaciones; aliada con las evoluciones temporales, no permite el devaneo con inclinaciones al reposo. Las vicisitudes son incesantes, emiten toda clase de reverberaciones sobre el conjunto de los seres vivos.
Vivimos agazapados sobre los detalles mínimos a nuestro alcance y llegamos a convencernos de que esa es la auténtica realidad. Convencidos o resignados, estamos instalados en esta polémica de manera permanente; no aparece el tono resolutivo por ninguna parte. Aunque miremos las mismas cosas, cada quien ve cosas con matices diferentes y la disyuntiva permanece abierta.
No sólo ocupamos un cierto espacio, realizamos un sinfín de actividades en sus demarcaciones y recibimos conexiones desde numerosos focos. Son incontables las maneras de percibir esa entente entre una persona y los espacios, las distancias y los efectos se multiplican.
En la observación de la Naturaleza detectamos la sencillez entrelazada con la espontaneidad y la complejidad constitutiva sirve de base sustentadora. Tratamos con una adaptación genuina entre los recursos y la vitalidad de los diversos elementos. De resultados tan vistosos como ejemplares para nuestras maneras de ver las cosas.
Lo estamos comprobando con creces, hay días que son… TÉTRICOS. En los que no basta con la oscuridad o los nubarrones, las tinieblas adquieren rasgos insoportables, acumulando tragedias sin escrúpulos. Su peso aumenta por momentos, pesan las entrañas, pesa la respiración y nos abruman las presiones ambientales.
El embrollo de la ciencia ficción tiñe sus novelas de matices crípticos y retos novedosos para los protagonistas humanos; ese perfil les confiere rasgos lindantes con los descubrimientos en el ámbito del saber y los comportamientos cotidianos ligados a las necesidades inmediatas.
Las dificultades afrontadas cada día son obvias y de todo género, nos sacuden desde los sectores más diversos con infinidad de matices. Su reparto tampoco resulta equilibrado, la intensidad de los obstáculos se distribuye en la variedad más absoluta; con el añadido de las variadas capacidades de cada individuo para percibirlos y enfrentarse a ellos.
Ínsulas, islas, penínsulas y continentes. Por pedir, nos apuntamos a lo más grande, con inmensos contenidos e incluso perifollos incoherentes. No obstante, nos encontramos con frecuencia las decepciones más inesperadas, fallan muchas cosas entre tantas grandezas.
Si por hablar fuera, estamos rodeados de desbordamientos por las desmesuradas intervenciones. No hay sector de las actividades humanas libre de las argumentaciones sin control en torno a la ética. Es utilizada como un estandarte testimonial. Su simple mención avala las conductas.
Vivimos agazapados sobre los detalles mínimos a nuestro alcance y llegamos a convencernos de que esa es la auténtica realidad. Convencidos o resignados, estamos instalados en esta polémica de manera permanente; no aparece el tono resolutivo por ninguna parte. Aunque miremos las mismas cosas, cada quien ve cosas con matices diferentes y la disyuntiva permanece abierta.
A qué consideramos lenguaje es una buena consideración inicial a la hora de situarnos en el mundo; comprende tanto la emisión de mensajes, como la captación de sus contenidos. Conviene distinguir en primer lugar la emisión de señales espontáneas sin intervención del acto voluntario; una especie de automatismo revelador de múltiples situaciones.
Aún tratándose de su versión más comentada, las estrategias militares no son la única expresión de estas técnicas del disimulo. Vivimos muy ligados a las diferentes formas de mostrarnos de manera equívoca, con toda clase de matices e intensidades. Si unas veces las desarrollamos con plena voluntariedad, son evidentes los encubrimientos que se manifiestan al margen de las intenciones del protagonista.
La vida es un manantial incesante de novedades, no cabe imaginar su detención. Desde la espontaneidad de un solo sujeto a la amplitud del entorno, el flujo de las nuevas impresiones es muy caudaloso; la vorágine de ese movimiento se convierte en elemento esencial. Junto al peso de la enorme carga del misterio subyacente, perfilan las características de la existencia.
Algo debe de tener la serpiente, por arrastrada, sigilosa o amenazante, para servir de icono en mil representaciones históricas, en las cuales fue utilizada reiteradamente. Desde sus menciones bíblicas a las experiencias mesoamericanas o en multitud de evocaciones literarias, sirvió de imagen ilustrativa.
En efecto, la fragmentación es una de las importantes realidades imperantes en este mundo. Pronto detectamos la contrapartida, la paradójica presencia real de múltiples conglomerados unitarios. Tediosa pugna entre lo que tiende a la separación y las atracciones unitarias; inmersos en ellas, aparecemos los elementos humanos, a la vez sometidos por ellas e impulsores de su tensión. Con una justificación primordial constitutiva, somos parte de dicho engranaje.
Suele decirse de quienes visitan ciudades como Florencia con sus abundantes maravillas artísticas, también de los situados ante paisajes inigualables, quedan ATÓNITOS ante los esplendores percibidos. Es una manera de sentirse abrumados por la intensidad de dichos estímulos, nos deslumbran y saturan las capacidades receptivas.
Cuando acumulamos expectativas es frecuente que nos asedien las frustraciones, con ese sino tan reiterativo de inclinar progresivamente la balanza hacia las insatisfacciones. Aunque todos disponemos de momentos mágicos determinados para abstraernos de los sucesivos lamentos; para centrarnos en alguno de los espectáculos que se nos presentan por delante.
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