Con la historia suele ocurrir como con otras muchas entidades, menudean los intentos de servirse de sus propiedades sin miramientos; aunque progresivamente se comprueba su complejidad y su desvirtuación cuando se la quiere manejar caprichosamente. Poco a poco se detectan los numerosos matices imprescindibles para conocer a fondo su urdimbre; lejos de ser una idea monolítica, descubrimos la enormidad de sus ramificaciones. Con la dificultad añadida y poco valorada, de la proliferación de incógnitas a medida que profundizamos en su conocimiento. Los datos estimados como objetivos, las impresiones subjetivas y la grandeza de los fondos desconocidos, nos reflejan la INMENSIDAD de la historia.
El pasado no se puede condensar en cuatro ideas bien perfiladas. Pronto surgen las primeras contradicciones. Si pretendemos obtener el conocimiento más veraz posible de lo ocurrido o nos centramos en definir nuestra valoración de cuanto sucedió. En ambas vertientes se pavonea la incompletud, por la imposibilidad de unos registros absolutos; con el tiempo de difuminan los contenidos. Dejan un poso inaprensible en la sociedad, que alcanza en diverso grado a los individuos, constituye una manera TRADICIONAL de asimilar los antecedentes, sin la precisión de otros métodos. Como es lógico, su indeterminación no cierra el asunto, permanecen abiertas las posibilidades interpretativas para otras mentalidades o componendas sociales.
En las edades juveniles, como introducción a la vida social, se impone el aprendizaje de unos determinados contenidos de la historia, a convenir y delimitar; la decisión del nivel adecuado para esas enseñanzas es un asunto delicado por sus muchas implicaciones individuales y colectivas. Al tratarse de un planteamiento general, el diseño de sus pautas se ciñe a los rasgos comunes, sin olvidar los descubrimientos relevantes de la época analizada. Se trata de una orientación PEDAGÓGICA. Esa transmisión de saberes matiza el carácter de la enseñanza deseada. A la fuerza, recogerá niveles básicos asequibles, en un resumen difícil de concretar; con la amenaza de su dependencia servil al pairo de docentes y gestores.
Si prestamos atención a la historiografía con aires CIENTÍFICOS, estimamos su interés por la precisión de sus registros y la notoriedad de sus presentaciones. No obstante, enseguida salen a relucir sus limitaciones, resumidas en la dimensión de las realidades imposibles de registrar. No es posible el registro total de los eventos. Y las vivencias de las personas permanecen en sus adentros. Los relatos de un Napoleón no refieren la mayor parte de lo acontecido entre los ciudadanos afectados, ni las circunstancias locales alteradas y sus secuelas. A las deficiencias citadas se sumarán las incontables variantes receptivas en torno a los datos concretos presentados. En fin, un libro abierto, imposible de cerrar.
Los puntos de vista son enriquecedores, pero causan tribulaciones a la hora de entenderse sus protagonistas. Hasta un mismo sujeto modifica sus percepciones si mira desde sitios diferentes. El PARALAJE trata de esas modificaciones según se cambie el punto de observación; se pueden calibrar las dimensiones o cualidades modificadas en esas andanzas. La versión de la historia se desdibuja con estos fenómenos. Lo podemos comprobar con múltiples ejemplos. Así sucede con la denominada memoria histórica, si buscamos la totalidad de los datos comprobados, sólo los afines a nuestro punto de vista o enseñar a los jóvenes únicamente lo que nos convenga. El paralaje permite orientar los datos, es una manera de historiar.
En eso de centrarse en un exclusivo modelo de actuaciones se abren posibilidades sin límite. Baste con la observación de la historia en el sector del ARTE, dejando aparte otras consideraciones. Aún así, como sucede con cualquier asunto investigado, la extensión de las averiguaciones suele llevarnos muy lejos. Las ramificaciones artísticas adquieren alcances insospechados. Desde el mismo concepto del arte, sus prácticas y estilos, no presentan fronteras nítidas, con las consiguientes dispersiones y valoraciones. El toque artístico no está libre de conexiones e influencias, con frecuencia subyacentes a lo largo de su historia; con excesos alejados de su temática, sean económicos, espectáculos o maniobras raras.
Aunque muchas veces se aplican referencias históricas para la explicación de determinadas realidades, pueden ser improcedentes si la argumentación va por otro lado; es habitual su uso demagógico. Proliferan las alusiones de este género para abundar en los rasgos identitarios de gentes y pueblos enteros. En primer lugar, se trata el concepto de IDENTIDAD con perfiles reduccionistas e incluso manipuladores. Hablamos de un concepto complejo de por sí, con muchas facetas diferenciadas. La genética desmiente frecuentes alardes forjados desde las apariencias. Si es difícil precisar la identidad de una persona, no digamos si la queremos uniformar para todo un pueblo. La historia de la identidad es intrigante y fascinante a la vez.
El conocimiento de los registros históricos exige una dedicación acertada y unos determinados recursos; dependiendo de su disponibilidad se deslindan tantas maneras de hacer historia como protagonistas hay. Historias más completas que otras, anotadas con mayor o menor precisión y con una difusión posterior de amplias variantes. Al hilo de las actitudes y procedimientos empleados en su elaboración, descubrimos estudios estupendos y maniobras perniciosas. Se cuelan de manera subrepticia los SILENCIAMIENTOS de hechos y comportamientos conocidos, intenciones y maquinaciones; desde las grandes potencias económicas o estatales a las pequeñas agrupaciones. Los silencios son potentes informadores.
Tropezamos en cada averiguación con datos y relaciones inaprensibles. Si miramos las grandezas, minusvaloramos las pequeñeces, la macro y la microhistoria. A pesar del mucho interés puesto en el empeño, no cesan de aparecer trasfondos influyentes imposibles de interpretar con seguridad. No cabe duda, el encuentro con dichos factores mal conocidos suele ser un fuerte inductor de sospechas, porque sabemos de las innumerables conexiones activadas por la naturaleza de los autores y las estrategias pergeñadas. Es decir, el haz de la historia `presenta un ENVÉS subyacente, al menos intuido, que resulta intrigante. En ocasiones, el carácter del acontecimiento registrado cobra prestancia por encima de protagonistas y relatores.
Deducimos el carácter inabordable de la historia como ente global. A la historia se le adhieren una serie de apellidos y calificativos en un triple sentido, del asunto registrado, sus protagonistas y relatores. Comprobamos en cada caso como la historia tiene ROSTRO, cuyo análisis es muy expresivo del perfil conseguido, que dificultará el ocultamiento. La franqueza de mirar a la cara es muy ilustrativa.
Los sectores implicados en estos asuntos tienen su lógica. Las matizaciones de cada contenido muestran diferencias notables. La perspicacia al investigar particularidades no debe confundirse con el rigor narrativo. La FRANQUEZA de la mirada directa se abre a los razonamientos y posibles entendimientos. Es muy fácil enturbiarla, con las consiguientes discrepancias, transformando los acuerdos en peligrosas utopías. De ahí, colegimos la importancia de como se mira el rostro de la historia.
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