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En sí mismo, nada tiene de malo el llamado revisionismo histórico, pues la interpretación de los hechos pasados puede, y debe, estar sujeta a discusión. Constituiría ello un elemento básico de la disciplina historiográfica. Sin embargo, todo tiene un límite, pues no es admisible afirmar que lo blanco sea negro o viceversa, como tampoco lo es la negación de lo evidente.
Me da la impresión de que algunos países hispanoamericanos se están poniendo un poco pesados con la tabarra de que el pueblo español actual tiene que pedir perdón por la serie de actos (verdaderos o falsos) que forman parte de la llamada “Leyenda Negra”.
Caminando envuelto de “historia” llegué hasta aquellos años 70 del siglo pasado. Las nubes lloraban imágenes ya casi olvidadas, pero, sin comprender el cómo, vi miles de manos levantadas, gritando al unísono ¡Franco... Franco!; una multitud silenciosa pasó delante de mí, muchos lloraban, otros caminaban con la cabeza inclinada, pero la mayoría caminaban mirando lo que dejaban y buscando el listín de contactos.
No cuenta como memoria, en sentido estricto, y a juicio de quien suscribe, la ciencia historiográfica, pues se trata de una reconstrucción intelectual de los hechos y procesos del pasado. Y aunque una y la otra, memoria e historiografía, sean conceptos más análogos que unívocos, alcanzamos a diferenciarlas, al menos si partimos de las acepciones utilizadas en relación con lo que aquí tratamos.
Los miembros del segmento de plata, a los que envío estas reflexiones especialmente, somos muy proclives a manifestar nuestro rechazo a muchas de las cosas que suceden a nuestro alrededor. Sin darnos cuenta, caemos en el síndrome del “abuelo Cebolleta” proclamando aquello de “en mis tiempos…”.
Sólo en el precipicio muchas personas evolucionan en sentido contrario o en el idóneo, conforme a sus intereses. Con el pasado ya no hay nada que hacer, eso es una tumba ejemplar desfasada, es mucho mejor pensar e idear para el futuro para ir logrando un mejorado desarrollo integral de los tiempos.
Viajar solo; con un destino esperado; recordando el pasado, diverso, nunca monótono; arrepentido con penitencia; consolado por los que olvidó; agarrado a los libros maestros de ilusiones y proyectos; sentado sobre piedras puntiagudas; horizonte abierto, como siempre, inalcanzable... Viajar solo... como ermitaño abandonado... con memoria... sin tertulias... palabras interiores... lenguaje oculto...
Estoy viviendo una etapa de mi vida en la que reitero que mi capacidad de asombro no tiene límite. Se une mi vuelta a las aulas universitarias, rodeado de jóvenes que apenas llegan a la veintena y mi inmersión en los estudios de la prehistoria y el desarrollo del progreso, de manos de un grupo de profesores jóvenes, que imparten sus conocimientos de una forma amena y participativa, que me hace olvidar los estirados docentes de tiempos pretéritos.
Los recuerdos están bien, pero en el pasado nada hay ni nada vive ya. Se olvida uno de Quinta Crespo, Las Mercedes, La Candelaria, Avenida Libertador, Ño Pastor a Misericordia, La Castellana, Macaracuay y Avenida México, del estupendo Parque del Este, donde íbamos a correr con nuestra madre.
Quizá el pretexto sea mi afán por desarrollar la narrativa, pero siento que estoy empezando a escribir como viejo, porque los años no pasan en balde, aunque me justifico arguyendo una segunda opción: la necesidad de acudir frecuentemente a mi pasado para no repetirlo y comprender quién soy verdaderamente. Esta semana no fue la excepción.
El cambio de la hora del reloj que estos días hacemos, me ha hecho pensar en el tesoro del tiempo, más importante que cualquier tesoro material (y si no que se lo digan a Steve Jobs, que con sus miles de millones de dólares no pudo hacer nada para detener el cáncer que le mató).
No sé si sean pocos, pero a veces pienso que solo unos cuantos caen en cuenta que llevamos a nuestro lado un pasado que potencia. Sí, un ayer que es resorte y fulcro a la vez. Historia con rostro, nombre y apellido significativo para cada quien.
Últimamente las calles de mi pueblo, los bares de tertulia, los salones de mayores, la intimidad de las casa resumen “algo”; no sabría definirlo pero tiene que ver con la “intranquilidad”, con el “desasosiego”; “algo” que nos distancia... “algo” que rezuma desconfianza...
Labios de fresa… los tuyos, los míos, que se llegan a conocer, labios de fresa, sin chocolate, entre tú y yo. Labios de fresa con azúcar, sin colorantes ni conservantes. Labios de fresa con su almíbar y su sabor.
De nada sirve que la tele nos diga esto último y al tiempo que casi todos los incendios tienen huella humana, en forma de accidente o irresponsabilidad. Tendría que repensarlo, pero vaya, a bote pronto, me parece a mí que si es una cosa, mal puede ser también la otra.
Anoche estaba leyendo a Percy Shelley y hubo uno de los versos que me hizo meditar y admirar cuánto se podía decir con tan pocas palabras, por eso yo jamás me sentiré digna de llamarme poetisa, porque siempre me comparo con esos grandes autores del romanticismo inglés y los veo demasiado inalcanzables.
Andar otra vez el pasado, mirarlo con nuevos ojos, desahogarse, soltar, perdonar, recordar detalles y, de forma diferente, asumir una postura nueva desde la posibilidad de la reconstrucción cerebral –la cual termina siendo la realidad del pasado para el individuo de hoy–, es lo que la poesía facilita para quien se atreve a modificar lo sucedido desde la mirada del presente.
Estos días la serpiente sibilina, rastrera, hipócrita, simuladora quiere olvidarse de que en el año 1977 y siguientes los españoles decidieron hacer una España nueva, próspera, sin odios. Nadie, en ese momento, olvidó nada de lo pasado. Nadie, en esos años, quiso mirar para atrás y convertirse en “estatua de sal”. Nadie, supervivientes de tanto “sin sentido”, quería volver a las contiendas partidistas. Nadie, quería un futuro para los suyos como herencia de futuro.
Recuperar nuestras experiencias es, en cierta forma, contar con la posibilidad de reconfigurar una aproximación más cercana a responder las interrogantes -siempre inquietantes-, sobre quiénes somos en lo más profundo. Cada vez me queda claro, que, por muchos factores, el futuro constantemente nos está hablando, por ello, el pasado es un cruce de caminos que merece ser mirado de nuevas formas.
Tres amigos, José, Norberto y Jacinto, conversaban amenamente, bajo las copiosas sombra de las hojas del jardín de José, y de un inmenso árbol de mango, que sus frutas parecían manzanas, en donde degustaban, unos frijoles molidos con chile y pan francés, y de sobre mesa unas galletas simples.
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