Estoy viviendo una etapa de mi vida en la que reitero que mi capacidad de asombro no tiene límite. Se une mi vuelta a las aulas universitarias, rodeado de jóvenes que apenas llegan a la veintena y mi inmersión en los estudios de la prehistoria y el desarrollo del progreso, de manos de un grupo de profesores jóvenes, que imparten sus conocimientos de una forma amena y participativa, que me hace olvidar los estirados docentes de tiempos pretéritos. Por una parte he descubierto la excelente preparación de los compañeros, gente que a su temprana edad han adquirido unos amplios conocimientos, sustentados por quince años de estudios y un gran esfuerzo para conseguir los ansiados puntos de la selectividad (ahora se llama EBAU). Esta larga etapa ha cimentado una formación bastante sólida. (He notado una gran diferencia entre estos alumnos y aquellos con los que compartí estudios hace veinte años). En segundo lugar, he descubierto como la naturaleza humana y su desarrollo como colectivo ha evolucionado muy poco en bastantes aspectos. He podido constatar como “casi nada hay nuevo bajo el sol”. El “homo sapiens” tenía casi los mismos defectos, ansias y virtudes que nuestros coetáneos. Nos seguimos moviendo por el yin y el yang, el amor y el temor, el odio y la amistad. Habrán surgido muchos inventos y el hombre habrá desarrollado mucho sus conocimientos, pero el ser humano sigue teniendo las mismas reacciones de generación en generación y de civilización en civilización. Observo con optimismo estos jóvenes de ahora. Y noto como algunos de nuestro semejantes difieren muy poco de aquellos ancestros nuestros que vivían en las cavernas. Basta con ver algunos telediarios. Seguiremos informando.
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