Vivimos en una sociedad que ha conseguido establecer una paradoja que no tiene fácil solución: mientras que la población está cada vez más envejecida, los mensajes y las formas de vivir son más juveniles.
Lo primero es un problema para los jóvenes, que soportarán dentro de veinte años una carga fiscal destinada a pagar las pensiones, es decir, será un problema de caja que pondrá en entredicho el modelo social que mantenemos, pero además “seremos una sociedad de abuelos cuidando abuelos”.
Y, segundo, es un problema vivir bajo un modelo basado en los valores juveniles de culto al cuerpo, precarización y dependencia socioeconómica, lo que pone a todos contra las cuerdas de una sociedad del ocio y el espectáculo. Y para mí ésta es la clave del tema: no se trata de ser un joven de espíritu y adulto de cuerpo, sino de creer en la idea de que el tiempo existe y que cada etapa de la vida tiene que ser vivida consciente y plenamente.
No podemos caer en un modelo social de seres para el “mercado juvenil”, hemos de crear principios vitales basados en la calidad frente a la cantidad: la experiencia frente a la vitalidad.
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