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La crónica vivencial, por sí misma, es un continuo envolverse de posibilidades para sobrevivir. Así, cada nuevo despertar tenemos la coyuntura de amar, no en vano somos hijos del amor; también de trabajar, es un derecho y una obligación de todos los ciudadanos; además de contemplar cómo nos movemos y de mirar a las estrellas para poder soñar, con el abrazo armónico hacia ese orden místico del que formamos parte.
La necesidad de la enseñanza o la instrucción en ética es casi obvia, por eso a día de hoy nos sigue extrañando el poco espacio que se le dedica a esta disciplina en las escuelas. En un sistema educativo ideal, la ética se enseñaría desde los primeros años de vida, es más, se debería enseñar antes unas bases éticas que conceptos como el complemento directo o la ecuación bicuadrada.
La evolución de la moralidad sexual en las últimas décadas muestra un recorrido complejo, desde el impulso libertario del amor libre en los años 60 hasta el actual moralismo que busca reivindicar derechos en un sistema que permanece lleno de contradicciones.
Las ruinas están ahí, por todos los rincones del planeta. Hemos de repararlas en unión y en comunión de pulsos, no hay otro modo de hacerlo. Para ello, tenemos que enmendar caminos recorridos, reconstruirnos activando otra mentalidad menos dominante y más servicial, que al menos sepa escuchar a los oprimidos para entrar en sintonía, y no viva egoístamente en su espacio, donde no impera ni el bien hogareño ni la mirada que nos armoniza.
Estamos repletos de debilidades y errores, pero el que tiene un corazón sin coraza, jamás cultiva la estupidez y lo que injerta son sueños de libertad. Ciertamente, el respeto comienza por la aceptación y el aprecio de uno mismo, lo que requiere actitudes abiertas y comprensivas.
Los valores son esenciales para guiar las acciones y decisiones de las personas. Actúan como brújulas éticas que configuran el comportamiento profesional y aseguran la dignidad, respeto y justicia en el trato hacia los demás. Estos principios y creencias fundamentales no solo son críticos para la práctica profesional, sino también para la cohesión social y la integración cultural dentro de la comunidad.
Hoy queremos invitarlos a reflexionar en torno a una emoción (o sentimiento) exagerada e hipócritamente ponderado en nuestros tiempos, a saber, la empatía. Como bien sabemos, la empatía es la capacidad de comprender y compartir los sentimientos de los demás, o como decían nuestros abuelos “ponerse en los zapatos del otro”.
Las palabras por sí mismas, no son suficientes para causar cambios significativos en la realidad. Hacen falta acciones, actos, hechos. Indudablemente, el lenguaje hablado y escrito es esencial para todos, pero debe ser acompañado de actividad, que se concrete de diversas formas, a través de resultados concretos y objetivables. Los hechos transforman el mundo, y pueden estar dirigidos por proyectos, intenciones, planes y propósitos.
En una sociedad enferma nadie suele fiarse de nadie; y esto es grave, muy grave, gravísimo. Sin duda, la situación actual, al igual que la de otro tiempo, debe hacernos repensar en cómo nos movemos y nos socorremos. En efecto, todos precisamos de asistencia en medio de las continuas tempestades vivientes, lo que debe hacernos reflexionar sobre la búsqueda colectiva de lo armónico, más allá de los propios intereses personales.
Definición de ética: es la parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre. De ahí se desprende lo que verdaderamente es moral: no se cae bajo la jurisdicción de los sentidos por ser de la apreciación del entendimiento o de la conciencia. ¿Y bien? ¿Qué pasa si es verdad que todos tenemos un precio? Si fuese afirmativa la respuesta resultaría que apenas podríamos quejarnos cuando alguien, por ejemplo, fuera un caradura.
Envejecer es, sin duda, un verdadero triunfo, puesto que no todos llegan a edades avanzadas y quienes lo hacen, llevan consigo una riqueza de conocimientos y experiencias acumuladas a lo largo de toda su vida. Sin embargo, en la sociedad actual, a menudo los jóvenes tienden a subestimar y en algunos casos, despreciar a los mayores simplemente por su edad.
Todo tiene un sentido y una orientación, lo que nos exige activar la cátedra viviente a golpe de latidos, que es como se reconstruye la autenticidad y se impulsa las verdaderas fuentes de vida. El encaje de la apariencia, envuelto entre falsos lenguajes mundanos, únicamente ofertan un mercado de vicios y vacíos.
Michael Ignatieff es un filósofo, escritor, guionista, periodista y profesor académico al que le ha sido otorgado el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2024. Fue el líder del partido liberal canadiense. Es un pensador que sueña con una democracia autocrítica, colaborativa y abierta. En su último libro titulado "En busca del consuelo" ha explorado las complejidades de la identidad política.
El individualismo ha ganado terreno en muchas sociedades, especialmente en las occidentales. La cultura del “yo” se ha visto reforzada por un enfoque en el éxito personal, que puede llevar a comportamientos egoístas, donde priorizan sus propios intereses sobre los demás.
Un mero crecimiento económico no basta, el avance ha de ser plenamente humano, lo que requiere de un bienestar integral de la persona, en todos los ámbitos existenciales y de modo equilibrado, promoviendo así los esfuerzos conjuntos y cooperantes. Este objetivo debe conducirnos a una mayor concienciación entre sí, poniéndonos al servicio de la ciudad terrenal y del bien común.
Cuando bebas lágrimas, recuerda los motivos. El mundo tiene que volver a ser una familia, un hogar de luz y certeza, cuya ciudadanía debe comprometerse públicamente en aunar esfuerzos, para poder ofrecer el futuro que queremos. Hoy en día, la urgencia de que todos los pueblos se adhieran, para cumplir la promesa de las Naciones Unidas, nunca ha sido mayor.
Desde siempre, tender la mano como verter sonrisas o abrazar al desvalido, ha sido un necesario lenguaje del corazón, que cualquiera requerimos en algún momento, máxime en una época con tantos frentes abiertos y con las barreras de la indiferencia en permanente ejercicio, lo que nos hace que seamos incapaces de finalizar con el maltrato social e institucional.
Ser buen ciudadano significa que seamos virtuosos guardianes de todo lo que nos circunda y tiene vida, comenzando por nosotros mismos en la ayuda. Sin embargo, cuando se desgarra este afán y desvelo, suele producirse un cambio de aires verdaderamente deshumanizador e inhumano.
Ínsulas, islas, penínsulas y continentes. Por pedir, nos apuntamos a lo más grande, con inmensos contenidos e incluso perifollos incoherentes. No obstante, nos encontramos con frecuencia las decepciones más inesperadas, fallan muchas cosas entre tantas grandezas.
La necesidad de una gobernabilidad global está ahí, esperando la conjunción de todos, tanto afectivamente como efectivamente, para ser capaces de entendernos y atendernos mutuamente; lo que requiere crear los consensos oportunos y tomar las decisiones políticas precisas, sobre todo en cuanto a las necesidades reales de la gente en materia de salud y educación.
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