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Envejecer es, sin duda, un verdadero triunfo, puesto que no todos llegan a edades avanzadas y quienes lo hacen, llevan consigo una riqueza de conocimientos y experiencias acumuladas a lo largo de toda su vida. Sin embargo, en la sociedad actual, a menudo los jóvenes tienden a subestimar y en algunos casos, despreciar a los mayores simplemente por su edad.
Todo tiene un sentido y una orientación, lo que nos exige activar la cátedra viviente a golpe de latidos, que es como se reconstruye la autenticidad y se impulsa las verdaderas fuentes de vida. El encaje de la apariencia, envuelto entre falsos lenguajes mundanos, únicamente ofertan un mercado de vicios y vacíos.
Michael Ignatieff es un filósofo, escritor, guionista, periodista y profesor académico al que le ha sido otorgado el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2024. Fue el líder del partido liberal canadiense. Es un pensador que sueña con una democracia autocrítica, colaborativa y abierta. En su último libro titulado "En busca del consuelo" ha explorado las complejidades de la identidad política.
El individualismo ha ganado terreno en muchas sociedades, especialmente en las occidentales. La cultura del “yo” se ha visto reforzada por un enfoque en el éxito personal, que puede llevar a comportamientos egoístas, donde priorizan sus propios intereses sobre los demás.
Un mero crecimiento económico no basta, el avance ha de ser plenamente humano, lo que requiere de un bienestar integral de la persona, en todos los ámbitos existenciales y de modo equilibrado, promoviendo así los esfuerzos conjuntos y cooperantes. Este objetivo debe conducirnos a una mayor concienciación entre sí, poniéndonos al servicio de la ciudad terrenal y del bien común.
Cuando bebas lágrimas, recuerda los motivos. El mundo tiene que volver a ser una familia, un hogar de luz y certeza, cuya ciudadanía debe comprometerse públicamente en aunar esfuerzos, para poder ofrecer el futuro que queremos. Hoy en día, la urgencia de que todos los pueblos se adhieran, para cumplir la promesa de las Naciones Unidas, nunca ha sido mayor.
Desde siempre, tender la mano como verter sonrisas o abrazar al desvalido, ha sido un necesario lenguaje del corazón, que cualquiera requerimos en algún momento, máxime en una época con tantos frentes abiertos y con las barreras de la indiferencia en permanente ejercicio, lo que nos hace que seamos incapaces de finalizar con el maltrato social e institucional.
Ser buen ciudadano significa que seamos virtuosos guardianes de todo lo que nos circunda y tiene vida, comenzando por nosotros mismos en la ayuda. Sin embargo, cuando se desgarra este afán y desvelo, suele producirse un cambio de aires verdaderamente deshumanizador e inhumano.
Ínsulas, islas, penínsulas y continentes. Por pedir, nos apuntamos a lo más grande, con inmensos contenidos e incluso perifollos incoherentes. No obstante, nos encontramos con frecuencia las decepciones más inesperadas, fallan muchas cosas entre tantas grandezas.
La necesidad de una gobernabilidad global está ahí, esperando la conjunción de todos, tanto afectivamente como efectivamente, para ser capaces de entendernos y atendernos mutuamente; lo que requiere crear los consensos oportunos y tomar las decisiones políticas precisas, sobre todo en cuanto a las necesidades reales de la gente en materia de salud y educación.
Nos necesitamos unos a otros, máxime en un tiempo de perturbaciones constantes y de demoledores desastres, en parte avivados por los persistentes combates que han destruido innumerables medios de vida, sumiendo al mundo en una verdadera selva de inhumanidades.
Cuidarse y cuidarnos mutuamente es el primer deber de todo ser humano. Otra de las tareas es ser agradecidos; y, en este sentido, también debemos apoyar a quienes cuidan a los más débiles, a los enfermos y a los longevos. Por desgracia, nos asiste la inmoral costumbre de pasar de nuestros mayores, de todo aquello que los sistemas de producción excluyen, llegando a abandonar hasta nuestras propias raíces.
Hoy más que nunca, tenemos que proclamar y propugnar la dignidad de la persona; puesto que no cesan de aparecer con fuerza una crisis profunda de los valores humanos, lo que requiere una más ferviente concienciación de las injusticias sembradas, con la imputación a los causantes de estos inhumanos atropellos, comenzando por las grandes potencias nucleares, que deben dejar de juguetear con el futuro de la humanidad.
Vivimos agazapados sobre los detalles mínimos a nuestro alcance y llegamos a convencernos de que esa es la auténtica realidad. Convencidos o resignados, estamos instalados en esta polémica de manera permanente; no aparece el tono resolutivo por ninguna parte. Aunque miremos las mismas cosas, cada quien ve cosas con matices diferentes y la disyuntiva permanece abierta.
Nos encarcelan nuestras propias miserias. Sin duda, tenemos que tomar la vida con otras luces, vestir con un estilo más auténtico y liberador, además de transitar con lenguajes más poéticos que mundanos, para poder discernir y no enterrarnos en las tinieblas. Con un horizonte que nos sustente existencialmente, mediante un sincero espíritu de diálogo y compromiso, podremos unir fuerzas entre análogos y caminar despojados de lamentos.
Es todo tan caótico, tan inasumible, tan disparatado, tan poco decente... Oír hablar a representantes e integrantes del movimiento LGTBI es algo que no puedes pasar por alto, y no lo puedes pasar por alto por la indecencia, lo poco ético, lo poco natural, lo poco moral de sus explicaciones y argumentaciones...
La noción de vocación ha evolucionado a lo largo de los siglos, trascendiendo su asociación inicial con la vida religiosa. Hoy en día, la vocación se entiende como una llamada universal a descubrir nuestro propósito en la vida, a conectar con algo más grande que nosotros mismos y a vivir una existencia plena y significativa.
El mundo es un horizonte de puertas abiertas, con unos moradores que acompañan la vida, que han de ser símbolo de unidad para tender puentes, romper muros y sembrar la reconciliación. Lo armónico nunca viene dado, sino que debe trabajarse corazón a corazón, que es como se hace vínculo hogareño.
Nos hemos globalizado, ahora nos falta fraternizarnos. Es nuestra gran asignatura pendiente. Esto tampoco es nada nuevo, hace muchos años cuando se crearon las Naciones Unidas, un orbe conmocionado salía de un campo de batalla tan devastador que los líderes mundiales, se propusieron diseñar otros horizontes de entendimiento, donde gobernase la escucha y no el conflicto.
Nada permanece, todo pasa de un extremo a otro. Esto no indica que debamos huir del mundo; al contrario, tenemos que comprometernos más con él. Lo prioritario radica en llevar esperanza en vez de abatimiento, sobre todo a cuantos son vulnerables en los cambiantes destinos de una tierra injusta.
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