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La necesidad de una gobernabilidad global está ahí, esperando la conjunción de todos, tanto afectivamente como efectivamente, para ser capaces de entendernos y atendernos mutuamente; lo que requiere crear los consensos oportunos y tomar las decisiones políticas precisas, sobre todo en cuanto a las necesidades reales de la gente en materia de salud y educación.
Nos necesitamos unos a otros, máxime en un tiempo de perturbaciones constantes y de demoledores desastres, en parte avivados por los persistentes combates que han destruido innumerables medios de vida, sumiendo al mundo en una verdadera selva de inhumanidades.
Cuidarse y cuidarnos mutuamente es el primer deber de todo ser humano. Otra de las tareas es ser agradecidos; y, en este sentido, también debemos apoyar a quienes cuidan a los más débiles, a los enfermos y a los longevos. Por desgracia, nos asiste la inmoral costumbre de pasar de nuestros mayores, de todo aquello que los sistemas de producción excluyen, llegando a abandonar hasta nuestras propias raíces.
Hoy más que nunca, tenemos que proclamar y propugnar la dignidad de la persona; puesto que no cesan de aparecer con fuerza una crisis profunda de los valores humanos, lo que requiere una más ferviente concienciación de las injusticias sembradas, con la imputación a los causantes de estos inhumanos atropellos, comenzando por las grandes potencias nucleares, que deben dejar de juguetear con el futuro de la humanidad.
Vivimos agazapados sobre los detalles mínimos a nuestro alcance y llegamos a convencernos de que esa es la auténtica realidad. Convencidos o resignados, estamos instalados en esta polémica de manera permanente; no aparece el tono resolutivo por ninguna parte. Aunque miremos las mismas cosas, cada quien ve cosas con matices diferentes y la disyuntiva permanece abierta.
Nos encarcelan nuestras propias miserias. Sin duda, tenemos que tomar la vida con otras luces, vestir con un estilo más auténtico y liberador, además de transitar con lenguajes más poéticos que mundanos, para poder discernir y no enterrarnos en las tinieblas. Con un horizonte que nos sustente existencialmente, mediante un sincero espíritu de diálogo y compromiso, podremos unir fuerzas entre análogos y caminar despojados de lamentos.
Es todo tan caótico, tan inasumible, tan disparatado, tan poco decente... Oír hablar a representantes e integrantes del movimiento LGTBI es algo que no puedes pasar por alto, y no lo puedes pasar por alto por la indecencia, lo poco ético, lo poco natural, lo poco moral de sus explicaciones y argumentaciones...
La noción de vocación ha evolucionado a lo largo de los siglos, trascendiendo su asociación inicial con la vida religiosa. Hoy en día, la vocación se entiende como una llamada universal a descubrir nuestro propósito en la vida, a conectar con algo más grande que nosotros mismos y a vivir una existencia plena y significativa.
El mundo es un horizonte de puertas abiertas, con unos moradores que acompañan la vida, que han de ser símbolo de unidad para tender puentes, romper muros y sembrar la reconciliación. Lo armónico nunca viene dado, sino que debe trabajarse corazón a corazón, que es como se hace vínculo hogareño.
Nos hemos globalizado, ahora nos falta fraternizarnos. Es nuestra gran asignatura pendiente. Esto tampoco es nada nuevo, hace muchos años cuando se crearon las Naciones Unidas, un orbe conmocionado salía de un campo de batalla tan devastador que los líderes mundiales, se propusieron diseñar otros horizontes de entendimiento, donde gobernase la escucha y no el conflicto.
Nada permanece, todo pasa de un extremo a otro. Esto no indica que debamos huir del mundo; al contrario, tenemos que comprometernos más con él. Lo prioritario radica en llevar esperanza en vez de abatimiento, sobre todo a cuantos son vulnerables en los cambiantes destinos de una tierra injusta.
La vida es un manantial incesante de novedades, no cabe imaginar su detención. Desde la espontaneidad de un solo sujeto a la amplitud del entorno, el flujo de las nuevas impresiones es muy caudaloso; la vorágine de ese movimiento se convierte en elemento esencial. Junto al peso de la enorme carga del misterio subyacente, perfilan las características de la existencia.
Juntos tenemos que comprometernos más y mejor, superando los egoísmos y enmendando actitudes. No debemos pretender sustituir el cielo azul o el aire limpio, por otra atmósfera creada por nosotros. Hay que bajar del pedestal, despojarse de mundo, volver a recrearnos entre nosotros y con aquello que nos rodea.
Necesitamos mover los corazones en todo el planeta, lo que requiere sensibilidad para entenderlo y derribar muros. Abrazarse unos a otros es vital, como donarse con la consabida sintonía mental y que hablen nuestros labios a golpe de pulso. Los latidos contribuirán a fecundar los sueños y a crecer con los lenguajes de proximidad.
Hoy día estamos tan acostumbrados a agasajar a tantos y tantas deportistas de élite, que alguno o alguna siempre queda en el tintero. Hecho el comentario, quisiera decir que para mí fue un honor y un placer allá por el año 1994, cuando un servidor era árbitro adscrito a la Federación Catalana de Baloncesto, arbitrar en más de un encuentro a la que fue capitana de la Selección Española de Baloncesto y jugadora que más veces ha vestido la camiseta nacional.
Una de las primeras medidas que tomaron estos últimos gobiernos de izquierdas fue la derogación de la ley educativa Lomce, la eliminación de la religión como asignatura, y el ir excluyendo poco a poco hasta su desaparición final a la enseñanza concertada. Colegios históricos y de renombre son colegios concertados y religiosos... y por eso lanzo dos cuestiones.
Desde luego, somos pura contradicción. Tenemos que hacer algo, cruzarnos de brazos no es la solución. Desde luego hay que construir puentes que favorezcan el desarrollo de una mirada solidaria, contando con todos los sectores de poder, pues es algo que nos afecta a todos los pueblos y a nuestras democracias.
Si todos somos conscientes de que el futuro de la humanidad se construye con la paz y no con la guerra, comprometámonos a que se callen las armas y se concierten los diálogos, en lugar de acrecentar las tensiones y los conflictos. En efecto, los últimos datos de Naciones Unidas, nos dicen que más de 300 millones de personas necesitarán asistencia y protección humanitaria en 2024.
Hoy quisiera invitarlos a reflexionar acerca de un superpoder humano que ha sido despreciado a lo largo de toda la historia, pero hoy, con más énfasis, puesto que vivimos en un mundo cada vez más competitivo y egoísta que considera a la bondad como una señal de debilidad extrema. No es casual que esta visión contraste radicalmente con las enseñanzas de la tradición filosófica y religiosa, que a menuda han celebrado la bondad como una de las virtudes esenciales.
De la mano de la posmodernidad vino la identidad absoluta del sí y con la caída del Muro de Berlín fuimos liberados a un mundo plagado de experiencias ilimitadas en el que cada cual sería capaz de ser lo que quisiera. Se derribaron de golpe y porrazo las grandes narrativas que buscaban un mundo mejor, más justo, solidario e igualitario.
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