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Soplo de ilusiones

El fracasado no tiene otra cirugía que activar la invención, que ponerse manos a la obra, lo que conlleva rehacerse y renacerse en la búsqueda de otros horizontes que nos cautiven hacia lo armónico
Víctor Corcoba
jueves, 9 de enero de 2025, 08:44 h (CET)

Cada amanecer, lleva consigo el mejor soplo, el de la vida. La acción germina en el hoy, es cuestión de despertar, de ponerse en camino para no perder el tajo del sueño. Lo importante radica en no desfallecer, en mirar el futuro con mente abierta, previo situar el corazón con su nívea voluntad y oponerse a seguir pasos que nos aprisionan y envilecen. Hay que reponerse, sin duda, con amplitud de miras; al menos para poder abrazar un nuevo empuje sanador, que todos percibimos como urgente. Por ello, tenemos que ganar confianza en uno mismo, sin cerrar los ojos ante las tragedias que nos acorralan, lo que nos insta a recuperar el sentido de las alianzas y la comunión de pulsos.

Repoblémonos de anhelos, desorganicemos realidades violentas y organicemos atmósferas que nos lleven a la contemplación y al cuidado unos de otros. Los moradores del mundo tienen que hermanarse. Sus revoluciones actuales son injustas e inhumanas. No podemos perder la fuerza en necedades. Tenemos que recobrar la dimensión donante y la responsabilidad de reencontrarnos como auténtico linaje, con sus ritmos de relaciones y de vínculos místicos. La desatención entre sí, es la mayor plaga del momento. Ahora bien, el curativo instante hay que restablecerlo, no esperar a que llegue.


El fracasado no tiene otra cirugía que activar la invención, que ponerse manos a la obra, lo que conlleva rehacerse y renacerse en la búsqueda de otros horizontes, que nos cautiven hacia lo armónico y nos modelen a ser conjunción de latidos, en un mundo desquiciado por los tormentos. No olvidemos que el mejor arte, para no olvidar nuestros sensatos andares, está en conservar alguna esperanza existencial, como es la de darnos amor y vida. En este sentido, nos alegra que cada día sean más los Estados que hayan abolido la pena de muerte o hayan impuesto una moratoria sobre su uso.


Ciertamente las dificultades vivenciales están ahí, en cualquier esquina atormentándonos, poniéndonos a prueba las entretelas, derrumbándonos frente al sufrimiento; sin apenas otra expectativa que la subsistencia. Por desgracia, nos hemos acostumbrado a quererlo todo de inmediato o a la pasividad, obviando que la paciencia todo lo alcanza con el hálito del empeño y que tampoco nada llega por sí mismo. Además, pensemos que todo tiene su ciclo, cada estación sus frutos y cada periodo su estilo. Por lo tanto, aprendamos a reprendernos, a pedir con frecuencia el don del aguante, que es hijo de la espera y al mismo tiempo lo nutre y sustenta.


Ojalá aprendamos la lección de lo vivido, pues aunque ha huido y lo que esperas suele estar lejano, el presente es la ocasión para serenarnos activando la acción, de no cesar en movernos y en removernos. Ponerse en camino es un gesto ilusionante, sobre todo para aquellas gentes de percusión que buscan darle sentido armónico a sus pasos. Esto es vital en un mundo globalizado como el actual, lo que favorece el intercambio de cultos y culturas de cualquier peregrinación viviente, redescubriendo colectivamente el valor del silencio, de la escucha, del esfuerzo y de lo que es verdaderamente esencial.


En efecto, ahondar en lo primordial nos eleva el ánimo y nos hace ver, cuán inerte es una vida sin utopías y qué bochornoso es destruirnos nuestros propios deseos. No rechacemos las visiones, ¿sin el afán y el desvelo el mundo que sería? Tampoco activemos la desmemoria, lo que ha sido ahí está. Qué nos sirva de testimonio. Ahora nos merecemos arrimar el hombro con la experiencia de lo experimentado, con una posición de vida llena de entusiasmo para hacer hogar y sentirnos protegidos mutuamente. La humanidad tiene que desligarse de lo cruel y reunirse para unirse a lo comprensivo. Nada de lo que ocurra a los mortales, por consiguiente, nos debe resultar ajeno.

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