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Cada cual con su vida necesita tomar la posición adecuada. Nuestra visión está en el corazón. Y así, mientras los sistemas informáticos y de inteligencia artificial se vuelven más complejos, los límites entre la intención humana y la acción automatizada se diluyen, lo que plantea que brote un nuevo soplo, o si quieren una nueva humanidad de profunda hondura, desde la destreza y sus propias percusiones internas.
Nos encontramos en un momento de dificultades graves, en parte porque cada día resulta más complicado discernir la verdad, distinguiéndola de los infundios; lo que dificulta abordar los desafíos globales apremiantes y lograr un progreso tangible. Podemos reunirnos todas las veces que queramos unos con otros, pero la confianza es esencial para dar cualquier paso, sin dejar a nadie atrás.
Con el inicio de un nuevo año, vendrá bien explorarse y quererse. Esto nos demanda activar otros lenguajes más del corazón que de la mente, para que el cuerpo se agite y nuestro interior repose. Por tanto, en este tiempo en el que suelen proliferar los sanos propósitos; yo mismo, me he dispuesto a compartir ideas que manan de mi interior y que me reclaman mayor libertad.
Cada amanecer, lleva consigo el mejor soplo, el de la vida. La acción germina en el hoy, es cuestión de despertar, de ponerse en camino para no perder el tajo del sueño. Lo importante radica en no desfallecer, en mirar el futuro con mente abierta, previo situar el corazón con su nívea voluntad y oponerse a seguir pasos que nos aprisionan y envilecen.
Hay que volver a lo auténtico y destronar de nosotros el territorio de lo incierto. Hacen falta gentes de verbo y de bien, personas que alienten y alimenten una gran esperanza y posean, por ello, un fuerte valor y una gran valentía. No caigamos, pues, en la desilusión.
Al inicio de un nuevo año, resulta esperanzador poder elevar la mirada, con el propósito de reorientarnos hacia un horizonte en calma, con pulsaciones líricas y pausas silenciosas. Necesitamos atravesar la puerta del alma para reconocernos y vernos, despojados de contiendas y restituidos de sueños.
Lo importante radica en reconocerse en el camino, en comprobar la veracidad de nuestros andares, que no deben reducirse únicamente a lo material; puesto que requerimos también de otras necesidades anímicas que están ahí, y que nos sirven para encauzar nuestro estado de ánimo vitalista.
Nuestra época, más que ninguna otra, tiene necesidad de apiñarse corazón a corazón, para sentirse familia y reconocer el calor de hogar, tan preciso e imprescindible para este tránsito viviente. Se hace indispensable, recuperar por parte de todos la conciencia de la primacía de los valores morales, si en verdad queremos retornar a comprender que nada somos por sí solos.
Dejemos que arranque el ímpetu, con su lenguaje místico y con el sigilo de su vocabulario, para que el intercambio de felicitaciones no pierda su profundo valor contemplativo de comunión y que la fiesta de las fiestas no quede absorbida por la necedad mundana del consumo simplista. Hemos de renacer, por tanto, con las cuerdas profundas de la alegría.
Vivimos en una permanente vorágine, que nos impide reencontrarnos a nosotros mismos, reflexionar sobre nuestra existencia, en una dinámica verdaderamente desconcertante. El estrés cotidiano y el vacío que se esparce, nos deja las entretelas empedradas de maldades y el ánimo por los suelos.
Por más que iluminamos el mundo con artificios mundanos, la desesperación no cesa, empujando a millones de personas a abandonar sus hogares, en busca de seguridad o simplemente de oportunidades. El bienestar y la concordia no se alcanzan sólo con el final de las contiendas, sino con el inicio de un nuevo sueño: la práctica del corazón.
Frente a esta atmósfera de contiendas y tensiones, que están generando una escalada de crisis muy grande por todo el planeta, es de gran importancia activar el corazón, al menos para poder enmendarse uno hasta consigo mismo y poder entrar en relación. Ciertamente, el ruido ensordecedor de las controversias nos deja sin alma, totalmente desprotegidos entre sí, con un modelo de vida egoísta a más no poder.
Aún no hemos aprendido a enraizarnos en comunión y en comunidad; y, así, no lograremos restaurar vínculos, ni rehacernos como familia. Este es el instante preciso para el cambio, tenemos la oportunidad de modificar las percepciones denunciando el discurso del odio, corrigiendo la información errónea y contrarrestando la desinformación.
Aprendamos a cultivar la belleza, a no cansarnos de embellecer por dentro y por fuera, hasta convertir la degradación en una oportunidad más y el desorden en armonía. Lo malo de esta atmósfera putrefacta, además endiosada, es su difícil curación en un mundo cada día más perverso e inhumano.
Mal que nos pese, los tiempos modernos están siendo propicios para todo tipo de vasallaje, el más denigrante sin duda es la de ser esclavo de uno mismo, así como aquel que se impone como obediencia sin autonomía. Las últimas estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), así lo refrendan, haciendo referencia a situaciones de explotación de las que una persona no puede escapar debido a amenazas, violencia, coerción, engaño o abuso de poder.
La verdad está ahí, jamás perece, como fruto del amor también sufre nuestro poco aprecio o la ración de indiferencia. Dejemos, pues, que se perpetúe el afectivo/efectivo amar. Es cierto que andamos perdidos en medio de una época de falsedades, produciendo tiempos turbulentos, sin apenas ilusiones para remodelar el futuro.
Salgamos de la confusión, del territorio de la barbarie y de los bárbaros. Así, en el caso de que nos sorprenda algún trance entre la realidad y la conciencia, dejemos hablar al corazón, que es donde está la fuente de lo armónico. Ciertamente, vivimos en el despilfarro del odio; y bajo esta malversación vengativa es difícil reconstruir nada, ni reencontrarse uno consigo mismo.
La crónica vivencial, por sí misma, es un continuo envolverse de posibilidades para sobrevivir. Así, cada nuevo despertar tenemos la coyuntura de amar, no en vano somos hijos del amor; también de trabajar, es un derecho y una obligación de todos los ciudadanos; además de contemplar cómo nos movemos y de mirar a las estrellas para poder soñar, con el abrazo armónico hacia ese orden místico del que formamos parte.
Las ruinas están ahí, por todos los rincones del planeta. Hemos de repararlas en unión y en comunión de pulsos, no hay otro modo de hacerlo. Para ello, tenemos que enmendar caminos recorridos, reconstruirnos activando otra mentalidad menos dominante y más servicial, que al menos sepa escuchar a los oprimidos para entrar en sintonía, y no viva egoístamente en su espacio, donde no impera ni el bien hogareño ni la mirada que nos armoniza.
Estamos repletos de debilidades y errores, pero el que tiene un corazón sin coraza, jamás cultiva la estupidez y lo que injerta son sueños de libertad. Ciertamente, el respeto comienza por la aceptación y el aprecio de uno mismo, lo que requiere actitudes abiertas y comprensivas.
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