Nuestro mundo atraviesa un periodo de fuertes turbulencias, que se reflejan en un aluvión de violencias sin escrúpulo alguno, que nos dividen y nos esclavizan como jamás. Ante esta grave, gravísima situación global, tenemos que apostar por el vital reconstituyente de la unidad, de rehacernos con la cura terapéutica de la clemencia, pero sin obviar el hacer de la justicia decidida a defender a los débiles y a castigar a los violentos, de modo que el consenso fundamental en torno a las normas e instituciones internacionales, no se desmorone ante nuestros ojos. No olvidemos, tampoco, que la concordia llega con un deber responsable de entenderse, pero alimentada por los compromisos de entereza necesarios, manteniendo el mandato en la franqueza, cuestión que requerimos para ganar confianza.
Hoy más que nunca, es preciso escuchar mirándose a los ojos, extendiendo el abrazo de corazón, para poder dar vida a los que se les quiere negar su propia existencia, con dominaciones e inhumanidades verdaderamente crueles. Constantemente se ataca aposta a los civiles, mientras la violencia sexual y el hambre se utilizan como armas de guerra, generando una intranquilidad global manifiesta. Por si fuera poca esta barbarie vertida, se deniega el acceso humanitario y las armas fluyen a través de las fronteras, avivando todos los frentes habidos y por haber, eludiendo las sanciones internacionales. Sea como fuere, bajo este bochornoso contexto de salvajes encontronazos, urge sobre todo reformar las nociones que guían al mundo.
Tan solo una idea es, en el fondo, auténtica y buena: la del amor universal. Sin este vínculo de luz y vida, va a resultar imposible vivir y morar en el planeta. Muchos quieren ser libres y no saben ser justos. Así no se puede emprender un diálogo integrador, ni poner fin a ninguna contienda. Seamos al menos cumplidores, respetemos plenamente los derechos humanos. La deshumanización está ahí, es un precursor peligroso del odio y la intimidación, que ha de ser denunciado siempre que se produzca. Junto a esta atmósfera, está el auge de los oligarcas tecnológicos, que irradian la nueva dinámica de un poder mundial, verdaderamente frío y calculador de haciendas opresoras. Por tanto, hemos de romper todas estas cadenas que nos impiden volar, llevándonos a su terreno materialista.
La confusión es grande, yo me quedaría con esta fórmula reparadora, la del amor como principio, el orden como base y el compromiso como fin. Pensemos que el mundo nos pertenece a todos y todos tenemos la responsabilidad de actuar, a través de nuestro quehacer diario, con nuestro requerimiento político y social, además del buen uso de las redes sociales. Esto nos exige una mayor solidaridad mundial, con la rendición de cuentas por los delitos cometidos, como forma de hacer frente a quienes violan las libertades fundamentales. Ojalá, en este mundo fracturado y peligroso, aprendamos a no olvidar las atrocidades vividas, con el sacrificio del vencedor en aquellas ventajas logradas que humillan y hacen inexorablemente desdichado al vencido, incapaz de reconciliarse.
Nuestra gran asignatura pendiente, está en aproximarse y en no alejarse del árbol viviente en el que todos somos raíz y rama necesaria. Se precisa, en consecuencia, una buena gobernanza sostenida en pasar de la ética de los principios a la estética de la sensatez. Por desgracia, cada uno mira demasiado lo suyo y olvida, con demasiada frecuencia, que hay cosas que son de todos y que hemos de cuidarlas, lo que advierte del fuerte egoísmo que también nos inunda por todos los horizontes vivientes. Nos toca, pues, despertar para conciliar ecuanimidad y rescate. De lo contrario, nos acabaremos por destruir a nosotros mismos; pues, el ser humano se configura a través del ejercicio de su propia autonomía, sabiendo estar en el ejército de los humildes, uniendo y no desuniendo latidos.
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