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La acción colectiva como esperanza

Cada cual consigo mismo tiene que entrar en sanación, asumir la propia responsabilidad de activarse humanamente y no quedar en la pasividad del proyecto sistémico
Víctor Corcoba
jueves, 16 de enero de 2025, 08:49 h (CET)

Nos encontramos en un momento de dificultades graves, en parte porque cada día resulta más complicado discernir la verdad, distinguiéndola de los infundios; lo que dificulta abordar los desafíos globales apremiantes y lograr un progreso tangible. Podemos reunirnos todas las veces que queramos unos con otros, pero la confianza es esencial para dar cualquier paso, sin dejar a nadie atrás. Esto es vital para hermanarnos, lo que requiere estar abierto a todos los interrogantes. Indudablemente, nada puede hacerse sin esperanza y tampoco sin certeza, lo que requiere una buena dosis de clemencia, al menos para renovarnos y avenirnos.


La tarea no es fácil, puesto que nos involucra a todos y somos muy diversos, lo que implica un ejercicio conjunto de escucha y acción, abarcando desde las relaciones interpersonales, defendiendo los derechos humanos y la igualdad, emprendiendo prácticas y caminos capaces de liberarnos de ataduras, de esclavitud dominadora y de degrado humanístico. Sea como fuere, tenemos que saber que no podemos tener solo superación individual. Nos requerimos entre sí. Urge, pues, recuperar el espíritu solidario y fraterno. De lo contrario, tampoco podremos salir de esta crisis mundial que nos deshumaniza por completo.


Hay que poner concordia en uno mismo y espíritu donante para que puedan esclarecer los días. Quizás deberíamos seguir la huella de esos héroes humanitarios que ayudan a los más vulnerables, trabajando continuamente por destronar de nuestros horizontes las guerras, las desigualdades y las absurdas divisiones entre análogos, que lo único que hacen es agudizar las tensiones y la desconfianza. No sabemos qué va a pasar este año, que apenas acabamos de iniciar, pero la ejecución agrupada es el primer aliento para todo cambio. Por ello, tenemos que sumarnos a quienes están trabajando por forjar un futuro más armónico, justo, estable y saludable para todos.


Los moradores del orbe estamos llevando al planeta a límites peligrosos. Reconocerlo ya es un primer avance. Tenemos que salir de este afán y desvelo destructor. La inseguridad es manifiesta, nos está dejando sin ilusión alguna. Ojalá aprendamos a tomar conciencia de la nefasta situación. Por consiguientes, hemos de pasar a la actuación, al empeño de que las intervenciones reflejen los valores universales de la justicia, la solidaridad y la clemencia, siendo orientadas al bien colectivo y al trabajo por la paz y la amistad social; lo que, sin duda, generará cambios en la humanización de un desarrollo verdaderamente integrador e integral de la humanidad.


Indudablemente, cada cual consigo mismo tiene que entrar en sanación, asumir la propia responsabilidad de activarse humanamente y no quedar en la pasividad del proyecto sistémico. A mi juicio, tenemos que comenzar por sintonizarnos internamente, seguramente entonces llegará el deseo del cambio. Nadie puede dominar sobre nadie. Es la iniciativa conjunta y coordinada, la que nos hace salir de este atolladero. Por desgracia, se escucha más a los poderosos que a los débiles y este no es el camino humano, sino la senda de lo salvaje, del poder por el poder para aplastar al semejante.


Todos juntos en afectiva y en efectiva corporación, es como se avanza socialmente hacia un mundo de conciliación y seguridad. Universalmente hemos de poner nuestro hombro en la misión encomendada. Salgamos del cultivo de la cultura del descarte y regresemos a la labor de la concurrencia de pulsos y pausas. Construyamos un futuro en el que la dimensión moral nos abrace y nos emocione, donde el que tenga más se comprometa a servir de corazón, ofreciendo todo a quien tiene menos; sólo así florecerá una oportunidad de hermanamiento atrayente, una expectativa social de sanación, dejando de ser una presa para nadie y asumiendo ser un espíritu desprendido.

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